Inaugurado el 19 de agosto de 1992 con la visión de convertirse en un refugio para los enamorados, el “Parque del Amor” en la capital oaxaqueña fue concebido como un espacio de encuentro y escenario de citas de cortejo.
Desde sus inicios, se destacó por ser un lugar idóneo para parejas y familias de las colonias aledañas, donde el ambiente de paz y romanticismo permitía disfrutar de instantes íntimos y del paisaje, en una época en la que las aguas del Río Atoyac aún se mantenían limpias.
La ubicación estratégica del parque lo convirtió rápidamente en un punto de referencia para los jóvenes de las preparatorias 1 y 7 de la UABJO, quienes al finalizar sus clases acudían al lugar en busca de momentos de esparcimiento y de cortejo. La propuesta original era clara: crear un santuario urbano donde el amor y la amistad pudieran celebrarse sin las interferencias propias de la vida cotidiana.
Sin embargo, la realidad actual contrasta de manera notable con aquel ideal romántico. En los últimos años, el Parque del Amor se ha visto invadido por vendedores ambulantes que, respaldados por la Organización 8 Regiones del exdiputado Hugo Jarquín y por la Alianza de Sindicatos y Asociaciones del Estado de Oaxaca (ASAEO), en conjunto con la Confederación de Trabajadores de México (CTM), han instalado de manera permanente sus puestos.

El espacio, se ha transformado en un mercado improvisado saturado de estructuras metálicas, láminas y madera, aunado a la terminal abandonada del CityBus.
Esta invasión comercial genera opiniones encontradas entre la ciudadanía. Por un lado, algunos residentes sostienen que la actividad de los vendedores dinamiza la zona y ofrece productos y servicios en tiempos de incertidumbre económica. Por otro lado, denuncian que la invasión del espacio destinado a la reflexión y el romance interfiere con el propósito original de la obra.
“El parque fue creado para ser un santuario del amor, un lugar donde las parejas y amigos puedan disfrutar de la belleza del entorno sin distracciones comerciales”, comentó Juan Cortés, un vecino de la colonia Santa Anita, quién a diario camina por la zona y ante el cansancio, se toma un respiro en el parque antes de dirigirse a su domicilio.
La situación adquiere una dimensión especial por el pasado Día del Amor y la Amistad, cuando el parque debería ser testigo de celebraciones y encuentros llenos de simbolismo, la incongruencia entre la intención de ofrecer un espacio para el deleite sentimental y la realidad de un mercado improvisado se hace aún más evidente.
Los sonidos que generan los comerciantes y la presencia constante de vendedores amenazan con disipar la atmósfera romántica que años atrás se hacía sentir.
En este contexto en el que la ciudad sufre de falta de espacios públicos de calidad, el Parque del Amor se convierte en un reflejo de los desafíos urbanos contemporáneos en que las organizaciones sociales se apoderan de espacios.