Sastrería, el oficio al que la pandemia dio último golpe
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Sastrería, el oficio al que la pandemia dio último golpe

Para Tomás Antonio Betanzos, la ya afectada demanda de sus servicios tuvo un nuevo impacto con el coronavirus; aun así, intenta seguir un trabajo que a sus 75 años lo mantiene vivo


Sastrería, el oficio al que la pandemia dio último golpe | El Imparcial de Oaxaca

Fue un oficio que aprendió en la niñez y perfeccionó en su juventud; primero como una manera de ocuparse, para no estar “de flojo” –según las palabras de sus padres– y luego por vocación y necesidad económica. Ese acercamiento a la sastrería que tuvo en sus años de primaria y al que volvió tras concluir la preparatoria ha sido su forma de vida desde hace cuatro décadas.

Hace unos 20 años que, apoyado en sus tijeras de corte, una regla curva o recta, alguna cinta métrica, su máquina de coser industrial y una plancha que parece más una antigüedad, don Tomás Antonio Betanzos confecciona y arregla todo tipo pedidos. “Afortunadamente, tuve oportunidad de irme a México (la capital del país) y ahí acabar de aprender y estudiar sastrería, recuerda el egresado del Instituto Técnico Internacional.

Fueron solo algunos años los que Antonio permaneció en la gran urbe. Originario de la capital oaxaqueña, decidió volver a su tierra a los 35 años de edad. Cuando regresé instaló su sastrería en casa, luego en la calle Porfirio Díaz, muy cerca del mercado Sánchez Pascuas, y después a la calle Jesús Carranza. Desde hace unos 23 años, la sastrería Betanzos permanece en un espacio del 416 de Tinoco y Palacios.

Su propietario tiene 75 años de edad, más de 40 en un oficio que le permitió a sus hijos convertirse en profesionistas de la salud, la administración y la ingeniería. Pero la sastrería, un trabajo y conocimiento es una labor que ha sufrido los embates del desarrollo económico.

En los últimos años, la producción de ropa y su abaratamiento le han impedido a Antonio competir en precios, mas no en calidad, pues aunado al tipo de telas que se empleen, las prendas que elabora duran muchos años y no solo los pocos meses de la llamada fast fashion.

Pero si la demanda de su trabajo ya era poca en los últimos años, con la pandemia de Covid-19 “bajó demasiado el trabajo”. En 2020, Antonio tuvo que cerrar durante tres meses y al abrir su sastrería lo que encontró fueron humedad y varios recibos. “No había nada qué hacer”, recuerda quien por entonces, a raíz de la Covid-19 y sus restricciones, veía calles vacías y solo se sentaba con la esperanza de tener algún cliente.

Aunque hubo impuestos y gastos que no se detuvieron ni pudieron condonarse, en este tiempo ha contado con el apoyo de su arrendadora. Sin embargo, a más de un año de la pandemia el futuro de su establecimiento es incierto: del total de servicios solicitados hasta hace unos 16 meses, la cifra apenas alcanza el 10 por ciento.

“Ahora ya no hay trabajo como antes”, cuenta Antonio sobre un panorama ya deplorable antes de la pandemia. Pero “la enfermedad vino a darle el bajón más fuerte”. Detrás de una mesa donde yacen unos jeans de mezclilla y otras prendas, su labor es actualmente de “puras composturas”.

Y no es que las rechace –aclara– pues su habilidad le permite dar una nueva oportunidad a la ropa. Sin embargo, la nostalgia de sus primeros años en el oficio le invade. “Ya la gente no se manda a hacer trajes, pantalones, la ropa de sastrería… Y eso que me traen algo y yo hago de todo: trajes de dama y caballero, pantalones sueltos, faldas y composturas”.