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Valor y esperanza

Suite francesa es una magnífica novela; su mera existencia debe considerarse una hazaña literaria y extraliteraria, no solo porque fue publicada después de más de 50 años de haber sido…


Valor y esperanza | El Imparcial de Oaxaca

Suite francesa es una magnífica novela; su mera existencia debe considerarse una hazaña literaria y extraliteraria, no solo porque fue publicada después de más de 50 años de haber sido escrita sino porque su creación lleva implícito el compromiso radical de la autora con la Historia. Suite francesa es uno de esos raros casos en los que el argumento está inmerso en la circunstancia que retrata, está escrita sin perspectiva, al calor de un presente intrincado.

Irène Némirovsky nació en Kiev en 1903. A pesar de haber sido perseguido por un tiempo por los pogromos antijudíos, su padre prosperó en el ámbito de la banca rusa. Desde muy pequeña, Némirovsky desarrolló una relación ambivalente de encono y admiración por el mundo judío que la rodeaba, complejo que la persiguió durante toda su vida y que sirvió de motivo —junto al odio exacerbado que sentía por su madre— en muchas de sus admirables obras como El vino de la soledad (Salamandra, 2011), considerada la más autobiográfica de todas.

Puesto que los bolcheviques los consideraban enemigos de clase, la revolución de 1917 obligó a la familia Némirovsky a pasar a la clandestinidad. Luego de peregrinar por Finlandia y Suecia, instalaron su residencia en Francia. Estando en París, Irène finalmente gozó de relativa independencia: se matriculó en la Sorbona, de donde se licenció pocos años más tarde, y comenzó a ir con asiduidad a bailes y tertulias bohemias. Con ocasión de una velada conoció a Michel Epstein con quien se casaría en 1926 y tendría dos hijas: Denise y Élisabeth. 

Su primera novela, David Golder (Salamandra, 2006), despertó elogios de parte de la crítica; sin embargo, el antisemitismo que estallaría con la Segunda Guerra Mundial hizo imposible que continuara escribiendo con su nombre, causa por la que a partir de 1940, publica sus novelas bajo los seudónimos de Pierre Nérey y Charles Blancat.

En la condición de paria, Némirovsky concibe probablemente su trabajo más ambicioso y difícil. Con los gendarmes pisándole los talones, cada tarde dedica unas horas al manuscrito de Suite francesa; con la conciencia de que las mejores escenas históricas son las que se ven a través de los personajes, como en la ejemplar Guerra y paz, detalla con precisión a cada uno de ellos usando una técnica de apropiación que consiste en subrayar de azul las cualidades prescindibles y de rojo los rasgos esenciales que deben conservar. 

El proyecto de Suite francesa contemplaba inicialmente cuatro capítulos titulados “Tempestad”, “Dolce”, “Cautividad” y “Los otros dos”. Sin embargo, la aprensión de Némirovsky el 13 de julio de 1942, junto al hecho comprobado de haber sido asesinada en Auschwitz un mes después, le impedirá terminar la novela, quedándose a la mitad de lo que había proyectado.

La anécdota de Suite francesa comienza cuando la guerra alcanza a París con un ininterrumpido bombardeo alemán. El clima de incredulidad que reina en ciertos sectores de la burguesía pasa por el examen de su intimidad: los cinco hijos de la familia Péricand, la madre y el abuelo, como miles de parisinos más, deciden irse temporalmente de la capital. Desde el comienzo la historia se bifurca, pues Philippe siente la obligación de acompañar a unos huérfanos hasta la seguridad de otra ciudad y en ese propósito cristiano se le va a ir la existencia. La vida anodina de los burgueses se va a interrumpir por la guerra; además de los Péricand, el mosaico narrativo contempla al escritor Gabriel Corte y a su amante, así como al esteta Charles Langelet, quienes van a conocer una hostilidad hasta entonces reservada para las clases bajas.

Suite francesa, publicada en español por Salamandra en 2005, deja al desnudo las capas de odio que emergen entre las clases en momentos extremos. No deja de lado el amor ilícito entre una francesa y un soldado alemán, unidos por la música, pero sobre todo la convicción de que el ser humano es múltiple y contradictorio, y que solo hace falta una época convulsa para presenciarlo.