Matías Romero amaneció este domingo con la noticia de un crimen que ha estremecido a la región del Istmo de Tehuantepec. Moisés Z. G., conocido entre jóvenes y artistas locales como “El Moy”, fue hallado sin vida con signos de violencia extrema tras haber sido secuestrado la noche anterior frente a su propio estudio de tatuajes. Su cuerpo, maniatado y abandonado en un paraje El Ajal en Santa María Petapa, expone una vez más la vulnerabilidad de los ciudadanos frente a la impunidad.
UN SECUESTRO A PLENA VISTA, UNA RESPUESTA QUE NO LLEGÓ A TIEMPO
Testigos relataron que el ataque ocurrió alrededor de las 22:00 horas del sábado, en la colonia El Bajío. Tres hombres descendieron de un vehículo Volkswagen Vento blanco y obligaron con violencia a Moisés a salir del local ubicado en Corregidora Norte y Unión. La escena fue rápida y silenciosa. Nadie logró identificar los rostros de los agresores. Nadie pudo detenerlos. Nadie llegó para auxiliar.
A pesar de la visibilidad del crimen —en un lugar céntrico, con testigos presentes— las autoridades no lograron activar ningún protocolo inmediato de búsqueda. Solo horas después, con el hallazgo del cadáver, inició formalmente la investigación.
UN HOMBRE CONOCIDO, UNA MUERTE INEXPLICABLE
“El Moy” no era un desconocido. Su nombre resonaba en los círculos juveniles de la región como un artista del tatuaje, con años de experiencia y una clientela fiel. Su taller era más que un negocio: era un espacio de expresión para muchos jóvenes que encontraban en el arte corporal una forma de identidad.
Que una figura así fuera secuestrada y asesinada sin motivo aparente pone en entredicho tanto la seguridad pública como la capacidad de respuesta de las autoridades. Hasta ahora, la Fiscalía General del Estado de Oaxaca a través de la Vicefiscalía ha confirmado el hallazgo y el inicio de las diligencias, pero no ha ofrecido detalles sobre posibles líneas de investigación ni detenidos.
VIOLENCIA SIN FRENO EN EL ISTMO
El crimen de Moisés no es un hecho aislado. Forma parte de una creciente ola de violencia que azota al Istmo de Tehuantepec. La región, históricamente afectada por conflictos sociales, ahora enfrenta también la expansión del crimen organizado, extorsiones y desapariciones forzadas.
Los ciudadanos comienzan a normalizar la presencia de camionetas sin placas, hombres armados y asesinatos con saña. Mientras tanto, las instituciones parecen cada vez más ausentes o rebasadas. Casos como el de Moisés no solo duelen: también siembran miedo y resignación.
¿JUSTICIA O OLVIDO?
El caso está en manos de la Fiscalía, pero no es raro que, como tantos otros, se diluya con el tiempo y quede sin castigo. No hay móvil claro, no hay sospechosos identificados, y aunque hay testimonios, no hay grabaciones, ni vigilancia urbana útil, ni respuesta inmediata.
La comunidad exige justicia, pero lo hace con una mezcla de rabia y escepticismo.
“Ya sabemos cómo termina esto: en nada”, comentó un vecino de la zona bajo anonimato.
Por otra parte, la desconfianza hacia las instituciones no es nueva, pero se profundiza cada vez que un crimen brutal queda sin resolver.
Mientras la sociedad de Santa María Petapa se despide con dolor de Moisés Zárate, queda en el aire una pregunta urgente: ¿cuántos más deben morir antes de que la violencia deje de ser costumbre y se convierta en escándalo?
INVESTIGACIÓN ABIERTA, ESPERANZA CERRADA
La Fiscalía ha iniciado las diligencias, pero con antecedentes de impunidad y recursos limitados, muchos temen que el caso termine archivado. La exigencia ahora no solo es justicia para Moisés, sino medidas reales para evitar que otros vivan —o mueran— de la misma forma.
El cuerpo será enterrado. La herida, en cambio, sigue abierta.