Penando por culpa de una mujer casada
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Penando por culpa de una mujer casada

 


Este es un hecho real que sucedió en el barrio de El Marquesado.

El callejón del Calvario era una vereda que pasaba atrás del templo de El Calvario frente a las casas de Pedro Rivera ⎯músico mulato que tocaba el bajón en un cuarteto⎯, y subía al Monte de Jerusalén. Esta vereda en 1686 formaba parte de La Rayita que era la frontera entre Santa María Oaxaca y la ciudad real de Antequera. En la actualidad es una diagonal que sube de Morelos a la calle de Matamoros.

El 7 de abril de 1824 se estableció en la ciudad de Oaxaca el alumbrado público con 152 faroles de aceite que iluminaban algunas de las quince calles de Oaxaca, los atrios y cementerios de los templos.

Para encenderlos, apagarlos, darles mantenimiento y vigilar de noche la ciudad se creó un cuerpo de treinta policías uniformados, a quienes llamaron serenos.

Iban armados con una escalera de tijera, una lanza encendedor con un capuchón, una pichela con aceite, un manojo de mechas y un farol de mano; prendían los faroles colocados en las contra esquinas de los cruceros; dos en cada uno, en las quince noches oscuras.

En las quince noches de luna no los prendían.

Encendían los faroles, los abastecían de aceite o les cambiaban las mechas y los limpiaban; cantaban la hora informaban el estado del tiempo y como vigilantes cuidaban a los que estaban dormidos y agregaban a su canto que todo estaba en calma.
¡Las doce en punto y sereno!, ¡Las cinco y media y lloviendo! El pueblo los llamaba cuicos o tecolotes.

El 31 de julio de 1828 cuatro años después de la inauguración del alumbrado público por aceite había aproximadamente 17,000 habitantes en la ciudad.

I

En la madrugada del 6 de abril, Sábado de Gloría, de 1828 el marido de una criolla, ofendido en su honor, le dio con su misma lanza que había dejado olvidada, tres estocadas de la espalda al corazón a un sereno, que, herido y sin arrepentirse de sus vicios caminó desde la esquina de Enríquez (así se llamaba la esquina de Santo Domingo) hasta el callejón del Calvario, en dónde cayó muerto boca abajo.

Al morir las puertas del cielo se habían cerrado para él por haber muerto en pecado mortal y su castigo duraría cuando menos cien años, si es que tenía suerte y le iba bien, según las cuentas de las mujeres piadosas del barrio que se vestían de negro en la Semana Santa.

El castigo sólo sería levantado hasta que recibiera la extremaunción en la frente y en las manos después de ser escuchado en confesión y que sus pecados le fueran perdonados por un hombre piadoso, justo y de alma pura.

Además debería arrepentirse desde el fondo de su corazón de todos los pecados cometidos; cumplir con la penitencia que le impusieran y que prometiera no volver a pecar en toda su vida.

Después de morir, el ánima de aquel hombre vagaba sin descanso por las calles del Peñasco en dirección al templo del Calvario en dónde se perdía entre los escombros que había dejado el terremoto del 9 de marzo de 1845; muchos años después cuentan los vecinos que lo percibieron a las once y media de la noche del 11 de mayo de 1870, un poco antes del terremoto, estaba sentado en la puerta del templo de San José; otros afirmaban que esto no era cierto que era en la puerta Oriente de La Soledad y otros más aseguraban que distinguían al muerto, claramente, parado a un lado de la pilita de San Felipe Neri alumbrando con su farol el camino de los arrepentidos de sus pecados próximos a morir.

La verdad de este misterio es muy sencilla; lo que buscaba inútilmente alumbrándose con el farol era a un cura piadoso, justo y de alma pura que lo confesara.

Desde entonces en las noches oscuras cuando aullaban los perros, los santos varones peninsulares, criollos, mestizos, negros, mulatos e indios; que confesaban totalmente sus pecados mortales y veniales cada domingo; podían ver, si querían, el ánima en pena del sereno con su farol en la mano derecha a la altura de la cara.

Esta ánima bendita del purgatorio en vida vivió en el barrio de El Marquesado en una vecindad a la que se entraba exactamente atrás del árbol chueco, en la Calzada Morelos, llamada así hasta 1928, hoy es la Calzada Madero.

Fue conocido por borracho y porqué nunca asistía a misa los domingos ni en las fiestas de guardar y también por una querida que lo visitaba algunas veces. Acompañado de su guitarra se le oía cantar: “Por una mujer casada, me dicen que he de morir, mentira no me hacen nada si ella me quiere seguir… “

Un día el cura le dijo que confesara sus pecados a Dios y riéndose le contesto: “Entonces nunca me voy a confesar con usted”.