Segunda Dictadura Perfecta
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Segunda Dictadura Perfecta

 


 

 

Hace una semana México tomó una decisión cuyas consecuencias es muy temprano aún para evaluar con certeza. Una mayoría abrumadora del país votó por transitar a un poder absoluto, por un gobierno que tendrá todo a su alcance para convertirse en un régimen totalitario. La Presidencia de la República y el Congreso de la Unión estarán en las mismas manos, como desde hace décadas no pasaba, como a muchos no nos había tocado ver. Y muy probablemente el Poder Judicial también lo llegue a estar.

Fue una elección que, sin duda, nos obliga a reflexionar sobre las distintas realidades que vive nuestro país. No hubo fraude. Más allá de las inconsistencias que en algunas casillas pueda haber, el triunfo de la nueva y primera presidenta de la República y su movimiento fue abrumador. Quienes no votamos por esa opción debemos empezar por aceptarlo y entenderlo o por lo menos intentarlo. No comparto de ninguna manera el discurso de fraude y reclamo por el que han optado muchos en la oposición.

México votó democráticamente por la concentración del poder, la militarización del país, ente otros cambios. Votó democráticamente por medidas que debilitarán la democracia. Porque eso es lo que implica el Plan C, hoy casi concretado.

México votó de manera libre por una segunda dictadura perfecta.

Quizá por lo que ha hecho bien este gobierno, que desde mi óptica es mucho menos que lo que ha hecho mal. Quizá por lo que hicieron muy mal los anteriores. Pero definitivamente, porque la clase política y la hoy oposición no entendimos el clamor del pueblo mexicano. Lo que impera a lo largo y ancho de todo el territorio nacional es una desigualdad latente y lacerante, en la que las instituciones y los contrapesos pasan a un segundo plano. De la que todas y todos somos responsables.

Nos confiamos al pensar que aquellas cosas que dábamos por sentadas, porque un largo camino de lucha había tomado a la sociedad mexicana, como la transparencia, el libre mercado y la propia democracia, eran suficientes tal vez no para ganar la presidencia, pero al menos para no permitirles dominar el congreso. Más de treinta y cinco millones de personas nos dieron un golpe de realidad.

Yo no puedo compartir el optimismo, negacionismo, escepticismo e incluso emoción con la que muchas personas han tomado los resultados del 2 de junio. Tal vez como medio personal de defensa y reflexión, tal vez porque tengan señales de que el oficialismo no necesariamente vaya a cumplir lo que abiertamente ha anunciado.

Veo con esperanza a muchas personas que piensan que una vez concluido el mandato del actual presidente su sucesora se desmarcará. Quisiera coincidir con ellas, pero no puedo. Porque no tengo un solo indicio de que suceda. Porque estos seis años los primeros en mentirle y traicionar al pueblo fueron los que dicen no hacerlo. Porque en el último mes de su mandato AMLO tendrá un apoyo en el Congreso que no tuvo durante todo su sexenio. La primera batalla será, sin duda, superar septiembre.

Primero los pobres puede ser la bandera, y comparto que sea un eje rector en la política pública mexicana. Pero detrás hay algo mucho más grande: el control del poder. Que necesariamente lleva a la arbitrariedad. Porque el poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente.

Debemos estar preparados para lo que puede estar por llegar. Enfrentaremos un evidente cambio de régimen. Institucional, normativo y constitucional.

La Reforma Judicial, con la que pretenden controlar a ese poder que hoy es el último contrapeso. La Reforma Electoral, con la que quieren eliminar a los plurinominales, que son quienes equilibran al parlamento. Las reformas Energética y de Simplificación Orgánica, que implicarán un retroceso en el avance que el Estado regulador ha conseguido en sectores prioritarios como las telecomunicaciones y, en general, en la competencia económica; que buscan eliminar al órgano autónomo garante de la transparencia. La Reforma Militarista, que encargará a las Fuerzas Armadas la seguridad pública y permitirá que participen aún más en actividades civiles.

Adiós a la Suprema Corte y al INE como los conocemos. Adiós al INAI, a la COFECE, al IFT. Adiós a la Guardia Nacional civil, a los órganos reguladores coordinados en materia de energía. No me malentiendan: no estoy en contra de que se reformen para mejorar. A lo que me opongo es a que se eliminen o modifiquen para ser cooptados por el gobierno y para dar más poder al Ejecutivo.

De verdad ¿No ven un riesgo para la incipiente y perfectible democracia mexicana?

Tal vez escribo desde el privilegio. El privilegio de tener un espacio donde escribir. El privilegio de haber tenido muchas oportunidades para poder formarme y hoy tener la visión del país que tengo y en la que por nada claudicaré. Precisamente por eso escribo hoy, aunque lo hago con sentimientos encontrados, todavía intentando procesar que muy probablemente Morena y sus aliados tendrán mayoría calificada en ambas Cámaras federales, lo que les permitirá hacer, deshacer o rehacer la Constitución con tintes que me parecen peligrosos.

Porque los primeros que estamos obligados a reflexionar somos aquellos que hablamos desde el privilegio, que defendemos ideas intangibles que para la realidad social que vive nuestro país no son relevantes ni mucho menos redituables.

Y sí, somos una minoría. Pero las minorías también tienen derechos. La democracia no solo es el gobierno de las mayorías, sino el de las mayorías que escuchan y respetan a las minorías. Algo que López Obrador no hizo, porque no quiso. 22 millones de personas que votamos por las dos opciones que no representaban la continuación de lo que yo llamo la deformación del Estado mexicano y los 40 millones de personas que se quedaron en casa, no debemos ser ignorados ni mucho menos minimizados. Las mayorías deben recordar que alguna vez fueron minorías. Y viceversa.

La oposición partidista está pulverizada. La verdadera oposición deberá venir de los ciudadanos, la academia y las instituciones.

Si se concreta el Plan C en los términos anunciados tocará ser firmes en nuestras convicciones. Porque sin ellas una persona es nada. Por más adverso que sea el escenario. ¿Las mías? Los contrapesos, la libertad de expresión, el gobierno civil, la competencia y libre concurrencia, los derechos humanos. La democracia.

Quienes legítimamente criticaban la primera e incluso lucharon contra ella, hoy aplauden la segunda dictadura perfecta. No porque México ya haya vivido un episodio totalitario debemos resignarnos a vivirlo nuevamente. No podemos minimizar que vayamos a volverlo a vivir. No veo porqué callar ante algo que no deberíamos revivir.

No, los contrapesos no deben ser los mercados ni los gobiernos extranjeros. Si nos van a quitar los contrapesos institucionales, ahora los debemos ser nosotros.

En 2018 sí podía saberse. Creo que ahora también. Espero estar equivocado.

* Licenciado en Derecho por la IBERO. Maestrando en Derecho Constitucional en Escuela Libre de Derecho y en Administración Pública en la Anáhuac. Asociado Senior en Conesa y Moreno Abogados (CYMA). Ha escrito en medios las revistas Siempre y Nexos y participado en foros de Televisa y El Heraldo. X: @AndresAlSil

 

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