Coordenadas extraviadas
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Coordenadas extraviadas

 


Por: Emiliano Monge

Este primero de diciembre dará inicio la transición democrática. Veinte años después de que ésta fuera anunciada, dejará de ser discurso, para convertirse en realidad.

Esta aseveración, que puede molestar a diversos hombres de poder, la mayoría de los cuales han funcionado como agoreros del gatopardismo, encuentra su comprobación en una certeza inapelable: por primera vez en la historia moderna de nuestro país, gobernará el partido por el que votó la mayoría de los que siempre habían perdido; por primera vez, no gobernará ninguno de los partidos por los que habían votado los que siempre habían ganado.

Las transiciones, a fin de cuentas, implican a las instituciones sólo en la medida en que dependen de la sociedad, que es donde se gestan las tensiones, los conflictos y las polarizaciones. En este sentido, México, este país al que ahora quieren convertir en zona de conflicto, lleva siendo un espacio de polarización, todos los años que llevamos de siglo XXI: entre quienes votaban por Felipe Calderón Hinojosa o Enrique Peña Nieto, para que no ganara Andrés Manuel López Obrador, y quienes votaban por Andrés Manuel López Obrador, para que no ganaran Felipe Calderón Hinojosa o Enrique Peña Nieto —amen de todos los sectores que nunca votaron por ninguna de estas opciones—.

Esto y no otra cosa es la polarización: la de los votantes, por encima de la de las opciones electorales. Ahora bien, ¿qué es lo que ha sucedido para que, de pronto, esta polarización se haya vuelto el centro de la discusión? Fundamentalmente, lo que siempre sucede cuando llega una verdadera transición (otra prueba, por cierto, de que el primero de diciembre el escenario finalmente habrá cambiado, le guste o no al propio Andrés Manuel López Obrador y a Morena, tan preocupados, a últimas fechas, por descafeinar el programa, el ideario y las propuestas que los llevaron a donde están): la hegemonía ha entrado en disputa. Y como sucede siempre que la hegemonía entra en disputa, el dominante y el dominado, cuyos lugares habían permanecido definidos, buscan cuál será su nuevo sitio, su nuevo espacio, su nuevo discurso y su nueva ruta de navegación.

Las tensiones actuales, tiene que quedarnos claro, van mucho más allá de las que se generan o se puedan generar entre partidos y élites. En nuestro país, somos los ciudadanos los que estamos buscando realmente nuestras nuevas coordenadas. Y debemos aferrarnos a esta búsqueda, sobre todo en la medida en que el partido, la élite y el hombre que gobernarán, parecen haber elegido la comodidad de varias de las coordenadas anteriores, por encima de los riesgos que conlleva la incertidumbre de unas coordenadas nuevas: así y de ninguna otra manera se explica, por ejemplo, la elección de la impunidad, en lugar de la justicia (se envuelva y se disfrace éste hecho con el discurso que se envuelva) y la elección de un supuesto progreso —digno del Siglo XIX, por otro lado: la locomotora—, en lugar de la selva y los derechos de diversas comunidades originarias.

Por supuesto, no es que el futuro gobierno se apegue a todas las coordenadas anteriores. Hay algunas que, al parecer, está dispuesto a trastocar: así se debe leer, por ejemplo, el encontronazo entre el poder político y el poder económico, a consecuencia de la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México. Pero ni siquiera es necesario recurrir a ejemplos megalómanos (entre los cuales podríamos, también, enumerar los cambios en las relaciones de la prensa y el poder ejecutivo entrante; la pugna entre los bancos y el nuevo poder legislativo; el conflicto entre el poder militar y el poder civil —encarnado en este particular, únicamente por la Suprema Corte de Justicia; las disputas que ya se anuncian entre los pueblos originarios y el futuro gobierno —por la propiedad de la tierra, el agua y los recursos naturales, o las diversas luchas sociales, sindicales, campesinas y urbano populares que resultarán del nuevo tratado de libre comercio con los Estados Unidos y con Canadá) para alumbrar el extravío generalizado y la urgencia de dar con nuevas coordenadas.

Walter Benjamin, el menos ortodoxo de los marxistas, sabía que el tamaño de un acontecimiento manifestaba una relación inversamente proporcional a su importancia. Dicho de otro modo, o dicho, más bien, en palabras de Adorno: “Benjamin comprendió que, para captar el retrato de la historia, debía buscar en las representaciones más insignificantes de la realidad, en sus fragmentos, en los asuntos más pequeños”. Siguiendo este razonamiento, sobran las representaciones que desnudan nuestro extravío, nuestra búsqueda desesperada de nuevos asideros: empresarios manifestándose por la pérdida de empleos; demócratas criticando que la democracia se amplíe, a través de consultas ciudadanas; liberales celebrando que un mexicano por adopción no pueda ser funcionario porque no es mexicano de nacimiento; pacifistas defendiendo que el lugar de los soldados es la calle, o luchadores sociales exigiendo que el nuevo presidente actúe despóticamente: “para qué pregunta, si lo puede decidir él solo”.

Abrazar nuestro extravío y aferrarnos a nuestra búsqueda de nuevas coordenadas es la única posibilidad que tenemos, como sociedad, de darnos un nuevo marco de referencia, reconfigurar nuestras dinámicas y relaciones y reinventar la manera en que gobierno y ciudadanía se relacionan, se exigen y se mandan mutuamente: antes que aceptar una cartilla disfrazada de Constitución, lo que deberíamos hacer, por ejemplo, es otorgarnos una cartilla ciudadana.

 


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