¿Hacia dónde vamos?
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Opinión

¿Hacia dónde vamos?

 


• ADOLFO F. SÁNCHEZ PEREYRA (PARTE II) •

Me pregunto, no obstante, ¿en qué consiste la cuarta transformación? En principio he estado pensando que es un lugar común desde que Gilly habló de la revolución interrumpida. Quienes formaron parte del proceso de corporatización del Estado mexicano saben bien que los primeros gobernantes de la posrevolución tuvieron muy claro qué significaba el llamado estado de bienestar, que por lo demás no fue exclusivo de México sino parte de las estrategias occidentales para remediar a las empobrecidas economías nacionales después de las guerras mundiales del siglo XX. Quizás el paradigma mexicano sea más nítido en el gobierno de Lázaro Cárdenas. El parte aguas, arranca en el gobierno de Miguel Alemán, reorientándose la economía nacional hacia un modelo privatizador y propiamente capitalista. Los últimos presidentes de México no hicieron sino montar al país al carro de la globalización que destruyó los últimos reductos de inversión estatal e incentivó la llegada del capital trasnacional que privilegió no el desarrollo sino la acumulación de capital en manos privadas dependientes del capital trasnacional. Junto a ello, llegó la política subterránea de eliminación de los opositores, misma que hoy se ha rebautizado como desaparición forzada y el secuestro. Pasamos de un capitalismo primario a un capitalismo salvaje donde todo lo imaginable es posible. Donde se habla de libertad, de iniciativa, de emprendedurismo, se trata de insertar una ideología como diciéndonos: “puedes ser rico” aunque en el fondo se trate de la misma historia que Disney reservó para los sobrinos del Pato Donald, Hugo, Paco y Luis con sus puestos de limonadas.
Pero la regresión al estado de bienestar cada vez se torna más difícil y cruenta, cada vez que se intenta en América Latina se acusa a los gobernantes de populistas o dictadores izquierdistas. Desde la teoría de la dependencia, escasas han sido las posibilidades de un replanteamiento de la economía en América Latina. Pocos se dan cuenta que toda América Latina está subyugada por el capitalismo norteamericano, que incluso dicta buena parte de las políticas policiales a que ha de someterse a los países a cambio de una “cooperación” castrante que mina la determinación de los destinos de las llamadas democracias latinoamericanas.
No encuentro en el proyecto obradorista una expresión política estructural, llamada a transformar la economía. Todo parece orientarse hacia una sociedad asistencialista que mantenga incólume la distribución de la riqueza. Incluso, la reducción de sueldos burocráticos es irrisoria, no impactará en el producto interno bruto y si disminuirá el ritmo del intercambio D-M-D en la misma proporción del descuento. Otra cosa sería ir por una imposición progresiva para que pague más quien más tiene y un incremento sustantivo al salario de los trabajadores asalariados, porque es bien sabido que los otros, los olvidados, viven diariamente con menos de dicho salario en condiciones de precariedad absoluta.
Mucho menos plausible es escuchar que nuestro próximo presidente se esté poniendo de acuerdo con Donald Trump para reinstaurar algo así como una Alianza para el Progreso para contener la migración de Centroamérica hacia los EEUU. Subyace en ello el espíritu de esclavo dedicado a servir al amo. El país ha hecho por mucho tiempo lo que los Estados Unidos de Norteamérica, ha dictado y como dicen los críticos del sistema, México pone los muertos y EEUU administra las ganancias del capital. Revivir dicha alianza es revivir una forma de neocolonialismo. Es una lástima —a pesar de las múltiples ferias del libro que hoy se promueven— que los libros de la década de los años setenta, por ejemplo, hayan desaparecido de los anaqueles de las librerías —también cada vez más escasas— y que todo se haya reorientado a la novelística quizá como una forma inconsciente de evasión de la realidad. Y digo esto porque bastaría leer, por ejemplo, a Adriana Puigros (1978) para entender el problema: “La idea inicial de un programa semejante al Plan Marshall, es decir, el estímulo al desarrollo interno mediante grandes inversiones extranjeras, quedó superada por la Alianza para el Progreso que comprendía la necesidad de contar sobre todo con el esfuerzo interno de los latinoamericanos, para poner en marcha un proyecto global. Esta idea tiene consecuencias de importancia en el terreno ideológico y específicamente en los proyectos educativos. Contar con el esfuerzo interno implicaba reorganizar las instituciones de los países latinoamericanos, pero, con más fuerza para obtener el consenso de la población para los objetivos del desarrollo. Construida sobre la base de la Operación Panamericana, la Alianza para el Progreso, expresa sus fundamentos en la Carta de Punta del Este, firmada el 17 de agosto de 1961 por todas las naciones del continente, con la excepción de Cuba. Los organismos que se asociaron a este pacto intercontinental y se transformaron, así, en vehículos para la implantación de las políticas correspondientes, fueron las siguientes: Organización de Estados Americanos (OEA); Consejo Interamericano Económico y Social (CIES); Banco Interamericano de Desarrollo (BID); Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF); Asociación Internacional de Fomento (IDA), Comisión Económica para la América Latina (CEPAL), se contó, además, con el apoyo de organizaciones europeas, tal como el Mercado Común Europeo, con el especial aporte de la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID). […] La ALPRO, entonces, demostraría la “generosidad” y el espíritu mesiánico norteamericano, santificado por claras convicciones religiosas (Eisenhower, 1962, p 35) El viejo espíritu mesiánico dio paso, a través de la ALPRO a una nueva concepción de ayuda a fundamentada en la no utilización de la intervención directa, sino en la pantalla de los gobiernos títeres que posibilitan una penetración económica, política e ideológica en gran escala, a corto plazo, sobre la base de la obtención del consenso de los grupos esenciales, en un plazo más largo.” (Imperialismo y educación en América Latina).
Finalmente, quiero subrayar que voté por Andrés Manuel López Obrador y no deseo sumarme a sus detractores. Soy intelectual y creo que el mundo posible se finca en la democracia. Que nuestro país requiere de un cambio profundo que lo libre de un conflicto social, cambio que tenga por objetivos la redistribución de la riqueza, la redención de la pobreza, la educación para la paz y la igualdad de derechos, mínimamente. Y eso se puede lograr, es posible hacerlo, pero hay que formular un proyecto de cambio y de compromisos.