“Me sentí a punto de ser nota roja”
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“Me sentí a punto de ser nota roja”

Algunos con resultados trágicos o catastróficos, otros con temor y unos más con devoción


“Me sentí a punto de ser nota roja” | El Imparcial de Oaxaca

“¡Vámonos, vámonos!”, gritó el jefe de redacción mientras corría escaleras abajo, mientras dos editores y un formador le seguían los pasos.

Tras una jornada intensa en la que se vivió la visita del presidente de la República a la entidad, los enfrentamientos de los mentores, que le tiraron un explosivo al avión presidencial, la constante lluvia, desgajamientos de cerros, las inundaciones en varias comunidades y el temor de que se desbordaran algunos ríos, se cerraba la edición.

Toda la mañana fue de ajetreo para cubrir los distintos eventos, tanto los planeados y anunciados que se salieron de control, como los que dictaba la madre naturaleza.

En la calle, un reportero y un fotógrafo daban un último rondín para cerrar las cifras de las afectaciones por las lluvias.

En tanto, en el departamento de redacción, un editor revisaba su última página antes de dar la aprobación. Cuando empezó el movimiento telúrico, a las 23:49 horas, nadie pareció inmutarse. Afuera llovía.

Sentir un temblor en el tercer piso del edificio siempre era impresionante. Justo entonces comenzaron a sonar las alertas sísmicas y un potente tronar.

Todos los que quedaban en la redacción a esa hora se pararon de sus lugares, fue entonces que salió corriendo el jefe de redacción de su oficina. Atrás de él, corrieron dos editores, casi pegados y un poco rezagado, se quedó un formador.

El movimiento era cada vez más rabioso y un formador comenzó a gritar histérico, “no corran, no corran, no bajen por las escaleras”.

Justo cuando salían los primeros se apagó la luz. Todo quedó a oscuras y se escuchaba un tronar portentoso.

“Me entretuve y se fue la luz cuando iba en la segunda planta ¿te imaginas lo que es bajar sin ver y escuchando que todo se cae encima?”, preguntó un formador.

“Escuchábamos el estallido de cristales y objetos pesados que caían. Estábamos seguros que se estaba cayendo el techo. El cielo era iluminado por luces de colores”, contó uno de los editores.

Arriba, quedó un subdirector y un formador, que decidieron no bajar hasta que acabara.

“El tiempo se me hizo inmenso, dicen que duró tres minutos con 40 segundos, pero yo sentía que cada segundo se alargaba. Francamente creí que iba a morir”, confió uno de los dos.

El otro, se puso a lanzar improperios contra la naturaleza. “¡Basta ya! ¡Ya para! ¡ …ad amad…! ¡Ya basta!”, gritaba.

Su acompañante en el tercer piso comenzó a rezar en voz baja, intentando dominar su pánico.

Los de afuera, miraban el edificio que se movía de un lado a otro, acompañado del estruendo de las cosas al derrumbarse. “Se va a caer… no para”, comentó uno, porque los demás no se atrevían a hablar.

Cuando el movimiento cesó, bajaron los dos que faltaban y se unieron a los otros, que esperaban bajo la lluvia. El temblor incontrolable de los compañeros era evidente.


Como si despertaran de un mal sueño, cada quien por su lado comenzó a intentar llamar a su familia, sin éxito.

Uno no pudo más y se salió para saber de su esposa embarazada.

Casi enseguida llegaron los dos que andaban en el recorrido y se encontraron a sus compañeros, que aguardaban afuera.

“No se atrevían a entrar. Tenían miedo de las réplicas. Tampoco podían irse, sus cosas las dejaron arriba, así que aguardamos”, señaló el reportero.

Casi una hora después, reinstalado el servicio eléctrico, subieron nuevamente a redacción. Era un desastre, cajones abiertos, muebles movidos, computadoras en el suelo, tazas rotas y otros objetos esparcidos por el piso.

Sin embargo, el instinto periodístico pudo más. “Nadie nos obligó a quedarnos”, admiten. Continuaron la labor anexando páginas para informar puntualmente al lector de lo ocurrido.


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