Por favor, no le aplaudas a los médicos
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Sin cuentos chinos

Por favor, no le aplaudas a los médicos

 


Lo había visto en redes sociales, lo había visto en algunos medios, pero una pequeña parte de mí aun se resistía a creerlo. Los días pasaban, más casos afloraban y para mí, seguía siendo inconcebible que estuviera ocurriendo; no por creer que quienes denunciaban los ataques estuvieran mintiendo, sino porque tenía la -ilusa- idea, de que las adversidades nos hacían, al menos por un periodo corto de tiempo, más conscientes, más empáticos, más hermanos… más humanos. 

No había pasado ni un minuto de entrevista cuando supe que me equivocaba. “¿Quieres que usemos un seudónimo para proteger tu identidad?” Le pregunté. “No, quiero que uses mi nombre para que si algo me pasa, exista constancia de que había antecedentes” me contestó ella.

Fue a mediados de abril cuando la médico general Yoselyn Arroyo, se topó con la primera nota. Ella iba regresando a casa luego de una larga jornada de trabajo cuando un post it morado y arrugado a la entrada de su apartamento, llamó su atención.  <Por favor no regreses> se leía. “Pensé que se debía al ruido por una videollamada que tuve la noche anterior con unos compañeros del hospital para revisar un procedimiento” explicó la joven médico, por lo que aunque se prometió que sería más cuidadosa, lo dejó pasar. 

Pero al siguiente día, cuando llegó de trabajar, Yoss, como la conocen sus amigos,  volvió a encontrar una nota. Esta vez, con una caligrafía distinta “y muchas faltas de ortografía”, enfatizó la joven. La nota apuntaba que los vecinos de su edificio, con quienes ha compartido muros por cuatro años, no la querían ahí, pidiéndole incluso, que tuviera “un poco de consciencia”.

Yoss estaba bastante extrañada. No entendía por qué, si al entrar y salir del hospital seguía protocolos muy estrictos de higiene y desinfección que le tomaban hasta una hora realizar, recibía esos mensajes. “A veces hasta me duele bañarme por tener las manos peladas de tanto lavármelas (…) ya ni el detector de huellas de la clínica me reconoce”. 

Sin embargo, la joven oriunda de la Ciudad de México, creyó prudente hablarle a sus condóminos sobre estos protocolos para que éstos pudieran quedarse tranquilos, pero esa conversación nunca ocurrió; nadie la quiso escuchar.  

Luego del fallido intento para aclarar la situación, Yoss estaba lista para pasar de página, pero sus vecinos, apenas habían leído el índice. “Iba regresando de trabajar, y cuando me quise estacionar vi que en mi lugar había dos bultos de azulejos. Yo pensé que era material de alguno de mis vecinos que estaba aprovechando el encierro para remodelar o algo así, y que sin querer lo había dejado ahí” recordó la joven. Lo lógico, pensó, era simplemente mover los bultos y estacionar su coche, por lo que, sin ánimo de darle más vueltas a la situación, se dispuso a hacerlo. 

No obstante, cuando por fin logró mover los bultos y llegar a su apartamento, se dio cuenta de que había algo pegado en su puerta. Esta vez no se trataba de una nota pequeña, sino de un pliego de papel entero en el que, sin más, le exigían que se fuera a dormir a su coche o a un albergue, que se alejara, pues según se leía, representaba “un medio de contagio y peligro para todos”.

Fue ahí cuando Yoss entendió todo: los azulejos, el post it, la nota, ningún hecho era aislado. No había sido un error, la gente que en repetidas ocasiones le había llamado a las tres de la mañana para aclarar dudas médicas o solicitar su ayuda y que ella solía llamar “vecinos” e incluso “amigos”, la estaban echando. 

“Empecé a sentir miedo. Miedo de que le hicieran algo a mis perros, de que me hicieran algo a mí. Le hablé a mis amigos hecha un mar de lágrimas, uno de ellos tuvo que llegar a quedarse conmigo esa noche”. La reacción de Yoss no era exagerada. Ella sabía lo que ocurría cuando la gente actuaba desde el miedo, el coraje y la desinformación; lo había visto hacía unos días cuando se bajó en una tienda de autoservicio a comprar comida y al salir, su coche estaba totalmente rayado. Sí, alguien había notado el tarjetón que le hacen poner a los médicos en sus autos para circular sin restricción.  

Lo había visto también con una de sus amigas médicas, a la que le aventaron sopa caliente encima y hoy se encuentra con quemaduras de segundo grado en el 35% de su cuerpo.  

Su casa, su espacio seguro, el lugar al que Yoss más ansiaba llegar por las noches, se había convertido en el lugar al que más temía regresar. “Hay días que me quedo horas extras en el hospital, o que cuando estoy por llegar manejo en círculos para tardarme más, porque simplemente me aterra abrir mi puerta y encontrar a mis perras muertas”. 

Adicional a esto, Yosselyn también ha sufrido agravios por parte de esas personas que, distinto a sus vecinos, no creen que el coronavirus sea real. “Muchas veces me han dicho que si estoy con el PRI o con el PAN, o que quién me está pagando para decir que existe el virus… y claro, me insultan”. 

Mientras Yoss me contaba estos lamentables episodios, no pude evitar sentir coraje, indignación y decepción, todas al mismo tiempo y en tamaño rascacielos.  “Esto se nos está saliendo de las manos” pensé. 

De acuerdo con datos de Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), del 19 de marzo al 28 de abril, se han presentado 217 quejas relacionadas al COVID-19: negación de un servicio, insultos, burlas, amenazas, maltratos, hostigamiento vecinal, expresiones discriminatorias, entre otras. Y claro, este número envuelve solo las quejas de quienes han acudido a esta institución, pero, ¿cuántos médicos no sufren en silencio por miedo a que algo les pueda ocurrir? ¿por miedo a que las amenazas pasen del papel a la realidad?

Si bien es cierto que las agresiones físicas o verbales contra el personal de salud no ocurren únicamente en México, también es cierto que al no existir un toque de queda   como en otros países, el problema se ha agudizado. Llámese estrés, ansiedad,  ignorancia, o todas juntas, pero nada, absolutamente nada, justifica que en números oficiales, haya por lo menos cinco casos de médicos agredidos al día.  

En este punto, ya no es admisible que el gobierno siga arrastrando la salud a la arena política. No se puede enfrentar una pandemia pensando en colores o ideologías, polarizando o minimizando un problema con tantas vidas de por medio. Vidas que dependen, en gran medida, de todos esos médicos que hoy son condenados por haber elegido la profesión más noble de todas: hacer que ese padre pueda ver a su hijo graduarse, procurar que esa madre pueda abrazar una vez más a los suyos y que esa joven pueda salir a bailar muchas noches más. 

Yoss me lo dijo con voz entrecortada, pero yo te lo digo aquí con mayúsculas para que quede claro: LOS MÉDICOS NO PIDEN APLAUSOS POR HACER SU TRABAJO, PIDEN RESPETO. Así que si ves a un médico caminando cerca de tu casa,  por favor no le aplaudas, respétalo. Si tu primo, amigo, tío o conocido es médico, por favor no le aplaudas, RESPÉTALO. Confía que tal y como la esencia de su profesión lo dicta, hará (y hace) todo lo posible por cuidarte, y sobre todo, recuerda que antes que médico, es persona. 

Para Yoss y todo el personal médico, se los diré sin aplausos pero con el corazón en la mano: GRACIAS, ustedes han sido héroes desde el primer día que decidieron ponerse una bata blanca.

Lamento que necesitáramos un pandemia para recordarlo.

 


aa

 

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