El machismo no descansa en cuarentena
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Opinión

Sin cuentos chinos

El machismo no descansa en cuarentena

 


La escuché desde el otro lado del teléfono. Su voz sonaba firme por el largo tiempo que ha transcurrido desde que ocurrió, pero con ciertos tintes de aflicción por siquiera evocar el recuerdo. “Soñaba con saltar por la ventana y matarme, para evitar que él se metiera a mi cuarto” me dijo la joven. Raquel, seudónimo que utilizaré a petición de la entrevistada, tenía seis años la primera vez que vio a su padre atestar físicamente contra su madre. Apenas empezaba primaria cuando esa figura paterna que se suponía debía protegerla, sólo le gritaba y amenazaba. 

Fueron trece años en total los que Raquel, su madre y su hermano pequeño, tuvieron que (sobre)vivir dentro de esas cuatro paredes a las que difícilmente podían llamar hogar. “Mi mamá lloraba muchísimo y todo el tiempo se disculpaba por darnos un papá tan violento” recordó la joven mexiquense de ya 26 años, quien apuntó que una de las principales razones por las que a su madre le petrificaba la idea de escapar, era por la dependencia económica hacia su esposo, carta que éste último gustaba de utilizar para manipularlos y obligarlos a quedarse.

Raquel y su familia se despertaban cada día sabiendo que el desenlace del mismo, sería un infierno. Un infierno que representa la realidad de miles de familias que no han corrido con la misma ‘suerte’ que Raquel, quien a pesar del largo tiempo del que fue presa de la violencia infligida por su padre, hoy forma parte del reducido -y afortunado- número de personas que se puede autodenominar LIBRE. Ahora, ¿de verdad debería ser la libertad e integridad de nuestras mujeres y niños, cuestión de ‘suerte’? 

En febrero de este año, poco antes de comenzar el confinamiento, se registraron 21 mil 727 llamadas de emergencia relacionadas con incidentes de violencia contra la mujer, la cifra más alta de los últimos cuatro años de acuerdo con datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema de Nacional de Seguridad Pública (SESNSP). Asimismo, entre enero y febrero del presente año, el porcentaje más alto de incidentes de violencia contra la mujer denunciados al 911, fue el correspondiente a la violencia familiar. Pero luego llegó marzo, y con éste, el inicio de la cuarentena – y de la condena -para todas las mujeres y niños detrás de esas cifras.  

Y es que tan sólo imagina. Imagina que Raquel, esa pequeña de 6 años, se da cuenta que ese temor que siente cada vez que escucha a su padre llegar a casa, no durará sólo un momento, sino que será el sentimiento que les inunde el pecho las 24 horas del día.

Hace unos días, las autoridades federales declararon que desde que comenzó la etapa de confinamiento, la violencia contra mujeres y niños dentro de los hogares ha incrementado en un 120%. Al respecto, Wendy Figueroa, Directora de la Red Nacional de Refugios, afirmó que México vive una crisis de derechos humanos y que “México tiene dos pandemias: el coronavirus y la violencia contra las mujeres y ninguna debe invisibilizar a la otra”.

Asimismo, la Directora de la Asociación Civil, explicó que el escenario que dibujan los datos que han recopilado estas últimas semanas, es igualmente desalentador: “Las llamadas de auxilio incrementaron en un 32%, las consultas para orientación y denuncias a través de nuestra línea telefónica, redes sociales y correo electrónico, también lo hicieron en un 60% (…) hemos hecho tres rescates de mujeres que tuvieron que salir de manera inmediata, pues estaban en altísimo riesgo”. 

 

Aunque las razones que llevan a los agresores a violentar con mayor fuerza y/o frecuencia a sus familias en este contexto son varias, el estrés y la presión económica son sin duda dos de los principales factores que han disparado estos números. Sin embargo, Wendy dijo algo con lo que comulgo en su totalidad “ninguna causa es justificable”, y es que también es importante ver la fotografía completa: esta violencia no es producto de la pandemia, es un daño colateral de la misma. 

Para entender -mas no justificar- a quienes hoy agreden con mayor intensidad a sus esposas e hijos, es necesario regresar unas páginas. La normalización de la violencia, la desinformación, las brechas de desigualdad que siguen presentes, los constructos y estereotipos de género, los mensajes implícitos y explícitos dentro de los medios pero también dentro de nuestros círculos de familia y amigos, todo esto contribuye a que hoy tengamos que ser testigos de esas fatídicas cifras. “El hecho de que el Presidente de la República culpe al neoliberalismo de los feminicidios y no tome acciones reales en ello, por ejemplo, también es parte del problema” añadió Wendy. 

Dentro de esta serie de elementos hay uno que me parece importante resaltar: la falta de acceso a la información. “¿Por qué si la línea de emergencia está al alcance de todas, quienes sufren de violencia no llaman?” pregunté con una ingenuidad que me apena recordar. Para empezar -me contestó Wendy- no TODAS las mujeres saben que existe una línea de emergencia, ni TODAS las mujeres tienen el privilegio de tener acceso a medios de comunicación. Pensemos en los grupos de mujeres más vulnerables: las indígenas, las sordomudas, por mencionar algunos, ¿qué tipo de esfuerzos se están haciendo para asegurar que conocen sus derechos, sus alternativas?. Y la segunda -continuó- si el agresor está a tu lado, ¿cómo vas a hacer esa llamada, cómo vas a mandar ese mensaje? – Me quedé helada.

Hace aproximadamente una semana, me llegó un documento de la Secretaría de Gobernación en el que reconoce que la violencia familiar es en efecto, un problema que se ha agudizado estas semanas, y desdobla una serie de medidas para enfrentarlo. A grosso modo, éstas van desde redoblar esfuerzos en la línea de emergencia para brindar apoyo psicológico y asesoría legal, hasta capacitar al personal operativo de la misma y lanzar campañas de perspectiva de género. No, no suena (tan) mal en papel, pero el verdadero reto será verlas traducidas en acciones reales, palpables.

Tendremos que ser vigilantes, mirar muy de cerca y no dejar de exigir que también se atiendan los problemas de fondo que obligan a una mujer a si quiera marcar esos tres dígitos. El problema no es el encierro, es lo que el encierro ha revelado. No permitamos que la atención mediática que hoy recibe el coronavirus, nos impida estar alertas y asomarnos un poco más allá de nuestro patio. Evitar que el sueño de una niña de seis años como Raquel, sea matarse para escapar de su turbia realidad, es tarea de todos: de las autoridades, de las organizaciones no gubernamentales pero también de nosotros, la sociedad civil.