Pueblos inmunes
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Pueblos inmunes

 


En mis visitas a las comunidades rurales e indígenas de la entidad oaxaqueña he escuchado  narraciones de hombres y mujeres del campo, que a lo largo de su existencia han madurado a base de enfrentar una y otra vez problemas que han puesto a prueba sus propias capacidades, vidas y las de sus familiares y a pesar de todo ahí están, siguen viviendo y trabajando como lo han hecho siempre. Heredaron un espíritu de lucha indeclinable, lo han experimentado ellas y ellos mismos y lo transmiten a las nuevas generaciones.

Son hombres y mujeres que se quedaron en sus pueblos y no secundaron el ejemplo de otros que emigraron hacia otras partes, dentro y fuera de nuestro país, en busca de mejores condiciones de vida y trabajo, o por simple aventura. Son personas acostumbradas a la lucha cotidiana, saben cultivar el campo o están dedicados ahora a los proyectos productivos a los que incursionaron con éxito.

Guardan en su memoria todo cuanto ha sucedido en sus pueblos, las epidemias que los  han diezmado, cuáles causaron más muertes de niños y personas adultas, cómo las enfrentan; los problemas de colindancia que han tenido con sus vecinos y cómo los han superado o están aún en vías de diálogo. Recuerdan también las acciones de solidaridad que los han acercado a otras comunidades, es decir, han crecido entre constantes pruebas, que de tantas han aprendido a convivir con los demás y se han familiarizado con los problemas de la vida.

Pero han llegado también a las comunidades rurales e indígenas problemas que han afectado su  identidad, la salud y la armonía familiar y colectiva, pues han modificado sus normas y estilos de vida. Antes la alimentación era más saludable con productos orgánicos cosechados en los propios lugares y regiones, algunos de ellos han sido reemplazados por los que llegan de las ciudades e incluso fuera del país.

Recuerdo lo que me decía un campesino mixe-zapoteca sencillo y abierto en el trato, pero autosuficiente en el sostenimiento de su familia. Regresaba de una capilla adonde había ido a dar las gracias por las cosechas que había logrado durante el año. Optimista el hombre, me contó que tenía suficiente maíz y frijol para abastecer el consumo familiar; había logrado buena producción de café y también en otros pequeños cultivos complementarios para la dieta familiar. Le había ido bien y estaba muy contento, por eso había ido a la capilla.

Desde luego, no había nada gratuito en lo que me contaba, pues era resultado de su dedicación al campo, del trabajo constante, de la confianza en sí mismo y su familia, sin hacer caso a los rumores catastrofistas que nunca faltan, ya en los pueblos, ya en las ciudades. Yo observé a mi casual interlocutor muy seguro en sus expresiones y sus paisanos me confirmaron sus dichos y hechos.

Así que hay experiencias acumuladas durante años para enfrentar las carencias, por un lado, pero también persisten la pobreza y desesperación que han dejado el abandono oficial, los vicios, la corrupción, las falsas promesas o las acciones paternalistas, de los cuales los quiere librar el presidente López Obrador con los programas de gobierno y los apoyos económicos anunciados.

En mis viajes recientes observé en algunas comunidades cierta resistencia a seguir las medidas de prevención dictadas por las autoridades sanitarias para evitar el contagio y detener la expansión del coronavirus. En algunas de ellas los habitantes celebraron sus fiestas tradicionales con alegría como todos los años, con música, bailes populares, eventos deportivos y culturales, jaripeos, castillos y juegos pirotécnicos. Desde luego, los médicos y enfermeras de los centros o casas de salud estuvieron de guardia permanente y afortunadamente no pasó nada. Y qué bueno, porque ya estábamos en plena contingencia, en el ir y venir de los migrantes.

Una aparente inmunidad cubre a las comunidades rurales e indígenas, pero los mismos males que hay en las ciudades como la hipertensión arterial, diabetes, obesidad y cáncer han hecho también presa de decenas de personas en esas zonas. Hay además una marcada desnutrición infantil, a pesar de los esfuerzos del gobierno y las acciones de información nutricional del sector salud y las escuelas.

Las medidas de prevención continuarán seguramente, aunque volvamos a la normalidad. Nada seguirá igual en adelante ni seremos los mismos de antes, porque la pandemia nos dejará un  problema complejo a resolver. Queramos o no, el Covid 19 marcará un parteaguas en la historia de nuestro país y el mundo y se refleja en todas partes. La humanidad exige cambios estructurales en la educación, la salud, la economía y la cultura, entre otros sectores. Aprovechemos estos momentos.