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Hace unos días, El Imparcial, el mejor diario de Oaxaca, dio a conocer que nuestro estado ha retrocedido en la medición de democracia. De acuerdo con el Índice de Desarrollo Democrático 2022, la entidad, que se encontraba en el lugar 26 ahora ocupa el lugar 27.

Y si bien la medición no constituye una verdad absoluta, es un medidor de la dirección a la que se dirige nuestro estado: hacia atrás.

No es sorpresa. Estos resultados no tienen que ver con resultados electorales o gestiones de gobierno del pasado en particular, sino en una visión de Estado que ha segregado a la ciudadanía en la toma de decisiones públicas.

Esta exclusión de las personas de a pie de la esfera de determinación de acciones que afectan a lo colectivo se encuentra cruzada por una serie de factores como la precarización de la economía familiar que impide que las personas tengan suficiente tiempo libre para destinarlo a la participación política de su comunidad; el incremento de medios de difusión de información no comprometidos con la veracidad; y la creciente complejidad de los problemas públicos.

No obstante, entre las fuentes directas de la ausencia de una ciudadanía con talante democrático se encuentra la omisión del Estado de crear condiciones para el desarrollo político de las personas,

No existe un presupuesto en nuestra entidad -y en la vasta mayoría de nuestro país- que se encuentre destinado a que la ciudadanía pueda efectivamente generar mecanismos de participación que amplíen su incidencia en la cosa pública. Cada vez más, incluso, esta incidencia es concentrada en poquísimas manos, especialmente en los partidos políticos y cacicazgos tradicionales de una cada vez más reducida oligarquía.

La democracia no se crea en el vacío. Se genera a través de acciones afirmativas, asignaciones presupuestarias y la creación de un marco normativo que descentralice la toma de decisiones comunes.

Claro, no es fácil. Basta con voltear a cualquiera de las comunidades regidas por usos y costumbres para palpar la complejidad de tomar decisiones en colectivo. Supone un gran trabajo, cohesión social y compromiso comunitario. Es difícil y no siempre sale bien. Pero es eso o dejarse arrastrar por la corriente de unos cuantos personajes que jalen los hilos y solo velen por sus intereses y sus compromisos.

Vivir en comunidad es un reto, pero las personas requerimos al colectivo no solo para sobrevivir sino para prosperar. Y en el colectivo hay diversidad. Es esta misma condición en la que reside gran fortaleza de las comunidades y que a su vez, supone uno de los mayores retos para las dinámicas sociales.

La existencia de la democracia implica que las personas puedan participar por igual en los asuntos públicos y que tengan diversas visiones sobre lo que significa el bienestar, el desarrollo y el progreso. Una brújula descompuesta que requiere is ajustándose al compás de los tiempos y las circunstancias que inexorablemente derivará en tensiones. Pero es el precio de ser dueñas y dueños de nuestro propio destino.

Evitar esta tensión y dificultad en el alcance de acuerdos hace muy atractivo que exista una o un líder máximo, o bien una oligarquía, incuestionable y omnipotente, que se constituyan la única fuente de autoridad pública. Sin embargo, esta falsa certeza puede rápidamente convertirse en inadvertida dictadura o cuando menos en la ruta más rápida a un destino que solo admita a unos cuantos a costa del sufrimiento de las mayorías.

Construir democracia es una condición fundamental para la libertad humana, pero no es tarea sencilla. El Estado debe asumir su responsabilidad para brindar a las personas las herramientas y contextos necesarios para su desarrollo. Es eso o seguir retrocediendo.

@GalateaSwanson