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Cuba merece ser libre, el pueblo de la Habana tiene mucho por mostrar al mundo. La dictadura, y con ella la represión, el hambre y la carestía, los han hecho creativos e inventivos.

Luego de las históricas protestas del pasado 11 de julio, el gobierno comunista ofreció las primeras concesiones a los manifestantes, -sin embargo aún las consideran meras migajas-, entre ellas: fue autorizar que ingresen al país alimentos, productos de higiene y medicamentos, sin límites de valor y libres de pago arancelario, hasta fin de año.

Facilitar la libre importación de productos de primera necesidad, era uno de los primeros reclamos de la población cubana, enfrentada a una escasez de alimentos y medicinas, agravada por la peor crisis económica en 30 años.

Asimismo el gobierno dio a conocer que eximirá del pago de impuestos durante ocho años a empresas extranjeras de energías renovables que inviertan en el país, y que cobrará un 20 por ciento de sus utilidades vencido ese plazo.

Las calles de La Habana todavía lucen fuerte presencia policial y militar, luego de las revueltas más violentas que ha enfrentado la revolución desde que triunfó en 1959, los cubanos volvían a su cotidianidad y respiraban aliviados ante la posibilidad de poder comprar suministros fuera de la isla, aunque para algunos activistas resultó insuficiente.

Y de verdad los cubanos merecen más que los ofrecimientos del gobierno, su ansiada y añorada libertad.

Hace tiempo tuve la oportunidad de visitar la hermosa isla, estudiar un posgrado en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí de La Habana. Nadie me contó, viví en carne propia la belleza del pueblo cubano. Cuestioné al director del Instituto sobre la necesidad de que unificaran su moneda, me parecía sumamente extraño y hasta absurdo, que hubiera el peso cubano para el pueblo, y que para el turista rifara el CUC equivalente al dólar norteamericano. 

Ya luego me enteraría del periodo especial en que vivían, su historia de carencias, cómo envejece la población desde temprana edad, por la frustración de no haberles dado a sus hijos mejores oportunidades, y un país en crecimiento.

Mis ojos quedaron atónitos luego de ver como hombres de color llevaban en hombros un colchón viejo, sucio y destartalado, seguí mi paso para comer en un restaurante de mariscos, y al regresar por el mismo camino, el mismo colchón lucía impecable, nuevecito con un tapiz de flores hermoso. Así renuevan prácticamente todo, lo mismo achican o agrandan un pantalón, que renuevan bolsos y confeccionan prendas hermosas.

Entre las estudiantes no faltan quienes pintan el cabello de sus compañeras, hasta la que a cambio les realiza el manicure, en fin que todas y todos aprovechan los dones o talentos que recibieron, y están acostumbrados al trueque de productos y servicios, todo con tal de sobrevivir a un gobierno que si bien les tatúa consignas desde que nacen, no les brinda justicia aún cuando miles de generaciones han fallecido en su intento por sobrevivir.

Y ni qué decir de los cubanos que a fuerza de represión han perdido el miedo, sin embargo mantienen la sonrisa en el rostro, traen la música por dentro, bailan y celebran la vida.

Es Cuba una nación a mi parecer exótica en donde convergen diversas razas, donde los santeros llegan de manera cotidiana a La Habana, provenientes de Casa Blanca, con vestimenta alba desde la cabeza hasta los pies. 

La Habana se me antoja para un día realizar una novela, pero más aún me lastima a distancia ver el sufrimiento de los cubanos que me brindaron su amistad, que hoy conozco se han cansado de padecer en silencio, y hoy al mundo gritan por su libertad.

Ojalá la historia de La Habana cambié de forma vertiginosa, que podamos desde fuera cambiar su presente y su porvenir, no hay sistema perfecto, más sin embargo el comunismo está agotado y no encaja en pleno siglo XXI. Mucho ojo México…

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