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México ha tenido algunos gobiernos y gobernantes plenos de obsesiones y odios, a veces inexplicables, por personajes del pasado. La historiografía registra todo lo que se ha escrito y hablado desde el poder, en contra de Hernán Cortés, de Agustín de Iturbide y de Porfirio Díaz. De manera inescrupulosa se desconocen los méritos de quien fundó esta nación, de quien la hizo independiente y del más grande militar mexicano (ningún general o mando del Ejército mexicano, después de 1867, ha tenido ni tendrá los honores de héroe ganados en combate, como el humillante papel que hoy tienen las fuerzas armadas). Cortés no conquistó México: venció a los aztecas de Tenochtitlán, con aliados indígenas que odiaban a ese imperio antropofágico y criminal. Iturbide logró una conciliación pacífica para independizar México. Díaz venció a los invasores franceses y austro-húngaros para recuperar la independencia.

Cortés, Iturbide y Díaz son la triada de fantasmas que han quitado el sueño a nuestros políticos en el poder. Hoy en día a ellos se suma el expresidente Felipe Calderón, el panista que obtuvo la presidencia de la república en 2006, al ganar por un pequeño margen a su más fuerte competidor: el actual presidente, que se negó a reconocer su derrota y que se proclamó “presidente legítimo” alterando la vida de la capital del país al bloquear gran parte del Centro Histórico y principales calles y avenidas.

Si en el México independiente se culpaba de todos los males a Cortés y a Iturbide, a Porfirio Díaz se le inventaron todos los males durante las etapas más fuertes del priismo. Hoy no hay que decir mucho: desde el Palacio de los Virreyes se ataca a Felipe Calderón y su sexenio, y se le acusa de toda la violencia que prevalece en México, de las carencias económicas, del narcotráfico, de haber “robado y usurpado” la presidencia en 2006 y, en suma, de todos los males y defectos que el régimen actual no puede ni podrá resolver debido a la evidente falta de conocimientos, a la desmesurada ambición personal, al incontrolable populismo, a la corrupción rampante, a la tolerancia con los más peligrosos delincuentes, a toda la ilegalidad en que están incurriendo mandatarios estatales y funcionarios que pertenecen al partido en el poder.

Ocuparse obsesivamente de un expresidente a quien no se le puede probar nada de todo lo que se le imputa es perder el tiempo, distraer la atención ciudadana al estar escuchando parrafadas sin control y totalmente injustificadas. Inventar enemigos como “neoporfiristas”, conservadores, neoliberales y otros términos injuriosos, es una clara desviación de los propósitos para alcanzar un sano desarrollo económico y estabilidad en lo social. Es una carencia absoluta de civismo.

En 2020, Felipe Calderón publicó un libro: Decisiones difíciles (Debate, México, mayo 2020, 518 pp), destacando las complejidades del mando presidencial y en especial de su administración, durante la cual en lo económico el país transitó sin dificultades y en política exterior obtuvo indudables reconocimientos. Pero también, ante los ataques y burlas presidenciales (como la mofa de “comandante Borolas”), Calderón se refiere así a lo ocurrido en 2006: “… nunca pensé que Andrés Manuel fuera a reconocer su derrota. Nunca lo ha hecho en su vida, y vaya que ha tenido varias, por una sencilla razón: porque no es demócrata. Más allá de sus numerosas virtudes es un hombre que no tiene valores democráticos. In pectore es un hombre profundamente autoritario, alguien que se consideró siempre predestinado a ser presidente y fustiga a quien no comparte esa verdad con la virulencia e intolerancia que es propia de los más rancios fanatismos…” (p. 118).

El 1 de diciembre de 2019, Calderón dirigió una carta al presidente, a quien le dice: “…la verdadera humildad no es ostentación de privaciones personales, sino abandono de la soberbia, que ha sido siempre el veneno de la humanidad, o si usted lo prefiere, el pecado mayor del hombre. Si tratara a los demás con respeto, mostraría claramente la grandeza que busca demostrar”. (op. cit. p. 498). La carta nunca fue contestada. El fantasma está vivo. 


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