Hoja por hoja: El vocabulario del poder
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Hoja por hoja

Hoja por hoja: El vocabulario del poder

 


Aclaración: Mario de Valdivia escribe y suscribe “Hoja por Hoja” desde 1993. El domingo 22 de mayo, en el artículo “Jugando en la cumbre”, por algún error o quizá una no muy buena intención, se sustituyó al autor por otro nombre, lo cual no sólo es causa de contrariedad, sino que debe imputarse una responsabilidad a quien hizo tal, que no es un “duende”, como se dice en periodismo.

Muchos recordamos aquella visita que hizo Luis Echeverría a la Universidad Nacional, según él, para participar en la inauguración de cursos, el 14 de marzo de 1975, cuando fue rechazado entre la gritería estudiantil reunida en la Facultad de Medicina. Muy molesto, el presidente se dirigió enojado a la multitud, con aquel famoso grito de “jóvenes fascistas” que, para los tiempos y el lenguaje político, era de alguna forma un exceso verbal. Ya antes, en 1971, luego de la matanza de estudiantes el 10 de junio, Echeverría lanzaba una indirecta al régimen anterior como responsable del trágico suceso, refiriéndose a los “emisarios del pasado”, sentando el precedente de responsabilizar a administraciones anteriores de sus propias culpabilidades.

No se había visto, ni antes ni después de Echeverría, que un presidente usara lenguaje inapropiado al dirigirse a cualquier ciudadano o quienes, con o sin razón, fueran adversarios o sencillamente personas, grupo o partidos que pensaran de forma diferente al criterio presidencial o a su ideología.

Ha sido hasta nuestros días, desde diciembre de 2018, cuando hemos escuchado de la voz presidencial, especialmente en las extendidas, pausadas, reiterativas y cansadas “conferencias de prensa” matutinas, una larga cadena de expresiones verbales para denostar, vituperar e injuriar a periodistas, empresarios, opositores, médicos, mujeres, padres de niños con cáncer y a todo aquel que piense diferente al designio del poder.

En  “Un ensayo sobre la frustración democrática” como llama Roger Bartra al libro de Jesús Silva-Herzog Márquez, La casa de la contradicción, podemos encontrar (pp.169-170), las referencias que hace el autor a un artículo de Gabriel Zaid (“AMLO poeta”, Reforma 24.06.2018) donde se recopilan más de 85 adjetivos calificativos y expresiones ofensivas aplicadas por el presidente a todo aquello que no empate ya no digamos con su ideario, sino con las ocurrencias que emanan cada día de voz presidencial. En ese glosario de términos no está  “cretinos”, que el lexicón usa como sustantivo, lo cual hace más hiriente la calificación a quienes se atrevieron a criticar la política de seguridad del régimen que, como es harto sabido, ha acumulado más de 120 mil muertes violentas: ejecuciones, homicidios, feminicidios o como se le quiera llamar: son asesinatos viles de personas, de seres humanos a quienes las autoridades no han protegido ni darán protección, ya que en voz del Ejecutivo se debe proteger a los delincuentes, ellos sí “son seres humanos” que merecen la piedad y la compasión gubernamental. A esa clase, a ese gremio todo el respeto y expresiones decorosas, ni siquiera por los apodos debe llamarse a los peores líderes de la criminalidad.

Sin duda, el severo observador y crítico del presidente y lo voluntarioso de sus decisiones, ha dicho: “Lo que ha representado el lopezoboradorismo es un ataque frontal a la arquitectura institucional de la república: demolición” (pp. 170-171), con la curiosa e inesperada afirmación reciente del ejecutivo, que “el neoliberalismo no es malo”, sino lo malo es la corrupción. Por ello es legítimo denunciar que la corrupción no sólo no ha sido combatida, sino que es una parte inherente y consustancial al régimen y al sistema político mexicano; e inesperadamente no sólo el neoliberalismo es bueno, sino que los ricos han sido respetados y se han hecho más ricos, sin mencionar lo implícito en nuestra sociedad: que los pobres no sólo se han hecho más pobres, sino que han aumentado en su número, con lo cual queda demostrado, como en un silogismo, que la política social es un rotundo fracaso. Pero lo que importa son las “corcholatas” y las elecciones, no la suerte de las generaciones.


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