Domingo de Ramos: aquel Mesías (y los falsos)
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Domingo de Ramos: aquel Mesías (y los falsos)

 


En el mundo occidental, en el Viejo y en el Nuevo Continentes, el fundamento y cimiento cultural y religioso es el cristianismo. No sólo el calendario gregoriano, las fiestas y celebraciones religiosas (ya convertidas en seculares); no únicamente la datación, también hábitos de alimentación, costumbres, tradiciones, devociones y desde luego rituales de la Iglesia Católica, la Ortodoxa y aún las surgidas después del cisma herético de Martín Lutero, son los elementos y columnas que sustentan la vida civil, el civismo, la moral y hasta las normas jurídicas, el almácigo de ese cúmulo de riquezas culturales que adornan ciudades y naciones que el pueblo festeja y que tienen aún antecedentes más viejos: la Ley Mosaica del pueblo de Israel.

La entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, montado en un borrico y aclamado por el pueblo que portaba ramos de palmas y flores, es uno de los hitos imborrables en la fe popular. Episodio neotestamentario narrado por los cuatro evangelistas (Mateo 21:1-11; Marcos 11:1-11; Lucas 19:28-40 y Juan 12:1-18), marca el fin de la cuaresma y el inicio de la Semana Santa, dentro de la cual Jesús instituyó el más grande Sacramento: la Eucaristía, pan y vino, las dos especies que son cuerpo y sangre del Redentor, después de lo cual seguiría el máximo sacrificio, la crucifixión, como una entrega de su misma carne y sangre, expiatorias de la culpabilidad mundana. Ese día del camino del Calvario, era también la máxima fiesta de los judíos: la pascua, conmemorando la salida de Egipto y el sacrificio del cordero que con su sangre ahuyentó al Ángel Exterminador.

El sanedrín con Caifás el saduceo, sumo sacerdote; Herodes Antipas, tetrarca de Galilea; Poncio Pilato, gobernador romano de judea, son los villanos de esa historia que ejecutó la crucifixión y por el desprecio de ese pueblo que cinco días antes había proclamado “Hosana en el cielo, bendito el que viene en nombre de Yahvé” antiguo cántico del Salmo 118. Barrabás había sido la moneda de cambio en una inducida “consulta popular”. Ahí andaban otros protagonistas: Judas, el traidor; Simón Pedro negando tres veces a su Maestro y sólo María la madre de Jesús y las llamadas Santas Mujeres de Jerusalén acompañaban a la víctima, al Cordero de Dios, en el suplicio extremo.

El viejo fervor popular por las festividades y conmemoraciones piadosas ha ido desapareciendo. Europa occidental tiende al gnosticismo y abre sus puertas al islam y al Nuevo Orden Mundial, hasta ir viendo cómo los templos católicos se destruyen, se venden y se van trocando en tabernas. En América Latina, la Iglesia pierde fieles y aunque abundan sectas o denominaciones de un erróneo fundamentalismo bíblico, el llamado “socialismo del siglo XXI”, la New Age y otras creencias van cercando a las sociedades antes creyentes. Partidos de un izquierdismo pervertido van tomando el poder y dan lugar a demagogia y al populismo, plagado de líderes que se sienten mesiánicos y que ofrecen redimir de la pobreza a estas naciones, cuya característica es la fragilidad intelectual y la sumisión a tiranías emergentes.

México, nuestro país, al cual la demagogia oficial sólo le encuentra raíces prehispánicas,  torciendo e inventando “la historia”, le da por desconocer 300 años de fidelidad cristiana, cuando las artes, la literatura y las ciencias se desarrollaron ampliamente y la economía de la Nueva España daba para la erección de grandes ciudades monumentales y para sustentar un gran Virreinato de casi cinco millones de kilómetros cuadrados, con jurisdicción hasta rozar Alaska y el Extremo Oriente en las Islas Filipinas. Toda una grandeza destruida en el siglo XIX por idearios y sumisión a potencias para decaer en guerras civiles, invasiones, revoluciones y culminar, en este siglo XXI, con el surgimiento de un movimiento retrógrada y un personaje que se considera mesías del pueblo, al que prometió redimir de la pobreza, pero sólo ha aumentado el número de pobres. 

Anunciados en la Biblia, los falsos profetas predican amor, abrazos no balazos y terminan ofendiendo, agraviando, vituperando a quienes no concuerdan con sus necedades; estimulan el odio y fomentan el culto a la personalidad: el poder en manos de un solo hombre, para quien la ley es un cuento y que supone entrar triunfante a una Jerusalén por él destruida. 

 

ENTRETEXTO

“México, nuestro país, al cual la demagogia oficial sólo le encuentra raíces prehispánicas,  torciendo e inventando “la historia”, le da por desconocer 300 años de fidelidad cristiana.”