La transformación retrógrada
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La transformación retrógrada

 


En sentido estricto, transformar implica cambiar de forma, pero no necesariamente cambiar hacia adelante o hacia algo positivo. En las elecciones presidenciales de 2018, tres decenas de millones de sufragantes otorgaron su voto a favor de López Obrador, quien compitió con el señuelo de combatir la corrupción y motivar una “cuarta transformación” de la vida mexicana. Utilizó, con su movimiento una argumentación supuestamente histórica: que en México habíamos tenido tres transformaciones: la Independencia; la Reforma y la revolución, exaltando a personajes revestidos de heroísmo, estoicismo y valor. Fueron tres acontecimientos sangrientos, llenos de guerra, de odio, de muertes y de devastación económica y moral del pueblo mexicano.

Decía que las tres “trasformaciones” eran escenarios de virtudes, nobleza, civismo, patriotismo progreso y riqueza. Se dio una interpretación sesgada y subjetiva de acontecimientos, se acomodaron figuras sin nada en común, como de Hidalgo, despiadado, hasta Madero, fanático del espiritismo y, más que demócrata, revolucionario que incitó y provocó una violencia que se prolongó siete años. Se añadía a un Lázaro Cárdenas, que “expropió” el petróleo de 17 empresas extranjeras para crear un monopolio, PEMEX, puesto al servicio de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial: plan organizado por la Casa Blanca en 1938.

Ni progreso, ni riqueza, ni desarrollo dejaron las tres “transformaciones” y, usando argumentos torcidos, se urdió una “cuarta transformación”, que resultaría en un paraíso terrenal: pulcritud, honradez, honestidad, beneficios para los pobres como tema central, salud como en Dinamarca, seguridad, educación, transporte terrestre, aeronavegación, fin de la corrupción, pensamiento democrático, respeto a la libertad de expresión, gobierno para todos.  Muchos pensaron que las ocurrencias (que no proyecto) de Morena traían un paquete de modernización para situar a México en los suburbios del Primer Mundo.

Todo fue ilusión. El presidente y su equipo cercano resultaron ser un grupo impreparado, sin conocimiento de finanzas, de administración pública, de las leyes y la Constitución: desprecio total por el marco jurídico; carentes de un proyecto gubernamental y un plan de desarrollo. Se creyó que gobernar es hablar por las mañanas en un interminable parloteo sin pies ni cabeza, pleno de improvisación, reiterando frases de un juarismo trasnochado, imaginando “otros datos”, destruyendo, acusando, insultando, vituperando, ofendiendo, haciendo enemigos de quien difiere del imaginario ocurrente mañanero, atacando a la libertad de prensa y de expresión. Se inventó un período neoliberal de 36 años de saqueo y maldad, pero destruyendo toda la riqueza e instituciones que nos dejó ese lapso. Ante el desconocimiento de la cosa pública se echó mano del ejército y la marina y dijo “que se encontró un tesoro” en las fuerzas armadas, a las que denostó en doce años previos de campaña.

Hoy tenemos un México decadente y cerrado al mundo. Un gobierno que combate a los inversionistas y empresarios. Un Estado nacional distanciado de las buenas relaciones internacionales y con una diplomacia pervertida, provocando enfrentamientos con Estados Unidos, Austria, España y otras naciones demócratas y coqueteando con la Rusia de Putin, con Venezuela de Maduro, Cuba y la Nicaragua de Ortega.

Se destruyó el sistema popular de salud, se aniquilaron fideicomisos y órganos autónomos; se limitaron servicios que favorecían a las mujeres, a niños con cáncer y en el máximo del dispendio destructivo, se aniquiló un moderno y amplísimo aeropuerto internacional, para adaptar una antigua base aérea como “aeropuerto internacional” incomunicado y sin certificaciones.

No hay idea de modernidad. Se desconocen innovaciones del mundo exterior y los avances de la ciencia y la tecnología contemporáneas. La cuarta transformación es retrógrada, nos lleva a condiciones de atraso, a una corrupción renovada, ampliada, tolerada y estimulada en los círculos del poder, fundando la política en un obsesivo culto a la personalidad de quien tuerce “revocación” por “ratificación”.