Aquel 6 de junio (y el de ahora): el Día D
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Aquel 6 de junio (y el de ahora): el Día D

 


Hoy para los mexicanos es un “Día D”. Hay que hacer un gigantesco desembarco en las casillas electorales y bombardear las urnas, con las boletas como proyectiles. No debe haber tregua: los votantes del país vamos a operar un asalto para salvar a la democracia, para cercar los intentos de opresión y de totalitarismo.
Hace 77 años hubo un “Día D”. Se llamó “Operación Overlord”; fue fraguada por los altos mandos angloamericanos, con Eisenhower a la cabeza; había que desembarcar en las inhóspitas playas de Normandía, al norte de Francia. Las hordas de la Rusia Soviética cercaban ya a la Alemania Nazi por el frente del este y en el frente occidental había que cerrar la pinza e impedir que el Tercer Reich cumpliera siquiera 13 años. El propósito se logró. El imperio nazi se derrumbaba y ni siquiera se pensó en un “Cuarto Reich”, como en las elecciones de hoy se debe impedir que haya una cuarta ilusión transformadora, estancada en el discurso demagógico, el odio, la incitación al encono, la división de los mexicanos en “buenos” y en “conservadores-neoliberales”. Lo cierto es que se confunde desde el poder a la bondad del “pueblo bueno”, con el “envenenamiento de rebaño”, como llamó Aldous Huxley a la masa intoxicada por la propaganda y por la demagogia (Retorno a un mundo feliz, Huxley, capítulo V).
De la misma obra, escrita treinta años después de la novela de anticipación Un mundo feliz (Brave New World), el escritor británico revisaba las consecuencias de una sociedad ya no basada en la Era Fordiana, sino en la ubicua realidad de los gobiernos absolutistas, demagógicos, sustentados en la propaganda, introducida en las mentes como un tóxico sin antídoto. De ese Retorno, tomaremos algunas citas que acomodan a los días presentes.
“La supervivencia de la democracia depende de la capacidad de un gran número de personas para optar con sentido realista a la luz de la información adecuada. Una dictadura, en cambio, se mantiene censurando o deformando los hechos y apelando no a la razón, no al ilustrado interés, sino a la pasión y el prejuicio…” (Cap. VI).
A Huxley le tocó vivir en dos guerras mundiales y observar el nacimiento de la Unión Soviética, de la Italia Fascista y de la Alemania Nazi, que eran tres gigantescos ensayos para la instauración de estados totalitarios, regidos con mano dura por la voluntad de un solo hombre, un poderoso infalible que dictaba las reglas de conducta, que decidiría lo que es bueno, lo que es malo, lo desechable y lo inmanente. José Stalin, Benito Mussolini y Adolf Hitler, encarnaban el poder total, asumido y ejercido por un solo hombre. Tarde o temprano los proyectos que encarnaban fueron desapareciendo, pero la propaganda fue una de sus armas favoritas para el control de sus pueblos, que claudicaron con el embrujo que se les inyectaba. “La propaganda…nos enseña a aceptar como evidentes cosas sobre las cuales sería razonable suspender nuestro juicio o sentir dudas. La finalidad del demagogo es crear la cohesión social bajo su propia jefatura…el propagandista debe adoptar una actitud sistemáticamente unilateral frente a cualquier problema que aborde’. Nunca debe admitir que tal vez esté equivocado o que las personas con una opinión distinta tal vez tengan parcialmente razón. No se debe discutir con los adversarios; hay que atacarlos, callarlos a gritos o, si se molestan demasiado, liquidarlos.” (Retorno, Cap. V, citando también a Bertrand Russell).
Huxley tenía un don profético y hasta parece que anticipaba lo que va ocurriendo en México, donde no se gobierna con proyectos ambiciosos y modernos de superioridad tecnológica, educativa, científica. Tres proyectos de dudosa viabilidad son el eje de las políticas públicas, junto con el reparto inútil de dinero en forma masiva e indiscriminada. Hace 40 años, la República Popular China estaba en condiciones de inferioridad económica y social frente a nuestro país. Hoy es la segunda potencia económica y militar del mundo, a la cabeza de la innovación tecnológica: sus líderes no han perdido el tiempo ni le hacen perder el tiempo a su pueblo con propaganda mañanera. Hoy tenemos una irrepetible oportunidad de dar otro rumbo a la política nacional.