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Adolf Eichmann (1906-1962), fue un lamentablemente famoso Standartenführer (coronel) de las temibles Schutzstaffel (SS) de la Alemania nazi. Se le responsabilizó de haber contribuido al exterminio de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Localizado en Buenos Aires, donde se refugió, fue raptado por agentes del Mossad, la agencia secreta israelí. Llevado a Israel, fue juzgado, sentenciado y ejecutado en Jerusalén. Decir Eichman es sinónimo de exterminio, de genocidio y de algo que la filósofa judío-alemana Hanna Arendt llamó banalidad del mal (Eichmann en Jerusalén–Un estudio sobre la banalidad del mal, Debolsillo, México, 2016). Explica Arendt que para Eichman fue la simpleza de acatar las órdenes, como en cualquier empleo. La “solución final” era política de Estado en su momento. Seis millones de personas murieron en los campos de exterminio, sin misericordia.

Tristemente el síndrome Eichmann no fue único ni era nuevo. A lo largo de la historia han sucedido campañas de exterminio. Hay que leer el Antiguo Testamento y encontraremos que también lo practicaron los israelitas después del Éxodo y sus temibles enemigos: cananeos, filisteos y otros. En Tenochtitlán se practicaba el genocidio: asesinatos brutales masivos, contra sus cautivos y esclavos, luego construir tzompantlis gigantescos con miles de cráneos, residuo del sacrificio y la antropofagia.

En el México de 2021 ya surgieron los eichmanns en la política, concretamente de los partidos MORENA y PT; políticos que vierten expresiones de odio, sin respeto a la ley y a los derechos humanos. Es preferible no mencionar sus nombres, sería oprobioso, las noticias en los medios dan cuenta de ellos. Un diputado del PT pidió, el 24 de marzo, “destruir” a Lorenzo Córdova y a Ciro Murayama, consejero presidente y consejero, del Instituto Nacional Electoral (INE), por la sencilla razón de que este órgano autónomo ejerce sus funciones y atribuciones conforme a la Constitución y a las leyes en materia electoral. Fundado en ellas, el INE ha tomado decisiones que el partido en el poder y sus aliados consideran lesivas a sus ambiciones. Tienen mayoría en la cámara baja (baja, sí, literalmente) pero por sus viejas raíces priistas de la presidencia imperial, quisieran poseer aplastantes mayorías camerales para ejecutar “sin quitar una coma”, disposiciones que salen de catilinarias matutinas en iniciativas mal redactadas, surgidas al vapor y evidentemente contrarias no sólo a la iniciativa privada, sino al interés económico y social del pueblo mexicano.

El 29 de marzo, el irresponsable presidente de MORENA, investido de “ángel exterminador”, se pronunció precisamente por ¡exterminar al INE! en una diatriba, como otras injuriosas que los miembros de su partido eructan y que son caja de resonancia de ideas que sin razón y sin análisis, surgen por las mañanas. Se suma a esos dos émulos de Caifás, un conocido y poderoso empresario de la televisión y la banca, que dijo en un artículo periodístico: “el INE debe morir”.

Destrucción, exterminio y muerte. Es el juicio sumario del encono y el odio: la banalidad política mexicana, secuela nazi de la política mexicana.
No hace falta recordar que MORENA no es en estricto sentido un partido nuevo: es un gran cisma del PRD, que sencillamente movió sus tribus con otra denominación política y que, como entonces, sólo reconoce la democracia cuando obtiene triunfos y llama “fraude electoral” (algo que no existe en la ley), cuando el voto popular no les favorece, cantaleta que se escucha a diario acompañada de vituperios contra el INE y sus consejeros, institución que nos ha garantizado procesos democráticos en casi treinta años.

Es indispensable que la ciudadanía, que tiene derecho a votar, a opinar, a criticar y a participar en política, se pronuncie, colegiadamente o individualmente en defensa del INE, sometido hoy a la más vergonzosa bajeza de esa política alentada desde un “Cuarto Reich” de nopales, enfilado hacia la dictadura. Tendremos la oportunidad, el 6 de junio, de hacer ver que 30 millones se equivocaron: votar debe implicar razonamiento, no ignorancia o sobajamiento ovejuno.
Felices pascuas de Resurrección.