Febrero, algo más: Vasconcelos
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Febrero, algo más: Vasconcelos

 


In memoriam mi señora madre, Sara, nacida un 28 de febrero

 

Narrábamos que febrero aparte de loco (y bisiesto), está lleno de acontecimientos históricos en los años de la Independencia y de la revolución de 1910-17. Habría que agregar a las dos constituciones fechadas en febrero 5 la del México liberal, 1857, que dio por buenas las Leyes de Reforma y precipitó enseguida la Guerra (civil) de Tres Años, que ensangrentó y dividió al país, para dar lugar a la Intervención y al Segundo Imperio. Como entonces, hoy se avizoran peligrosos días de división y encono.

En 1917, a gusto del “Primer Jefe del Ejército Constitucionalista”, se promulgó otra constitución, que dicen “sigue vigente” a pesar de más de 700 cambios de forma y de fondo, ya sin nada qué ver con la original de Querétaro, que tampoco era ejemplar.

En 1857, México como país fervorosamente (y por ley) católico, mantenía devoción por San Felipe de Jesús, hasta ese momento el primer Santo nacido en Nueva España-México (1572-1597), cuya festividad es el 5 de febrero. Se sabe que, al promulgarse una ley marcadamente laica y anticlerical, la furia jacobina ocupó la fecha del Santo, para promulgar la nueva constitución, tan discutida, y así usurpar la fecha para un evento cívico secular.

Por encima de las veleidades del mes de las februa en las Lupercales romanas (era mes de expiación), en la ciudad de Oaxaca ocurrió un hecho que marcaría la vida cultural, educativa, política y filosófica de México: el 27 de febrero de 1882, nacía, en la 2ª. Calle de la Cochinilla (hoy 2ª. de 20 de noviembre), José Vasconcelos, hijo de Ignacio Vasconcelos  y Carmita Calderón; nieto del doctor Esteban Calderón, que curó en Tlaxiaco, de sus heridas, al Soldado de la Patria, Porfirio Díaz, luego de la acción de Ixcapa (13.08.1857).

José Vasconcelos fue llevado muy pequeño a poblaciones fronterizas, Sásabe, Sonora y Piedras Negras, Coahuila, recibiendo su educación primaria en Eagle Pass, Texas. Ya siendo joven, estudió en el Instituto Campechano y su carrera de abogado, en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, en la ciudad de México.

A pesar de ser un exitoso litigante privado, mantenía fuertes ideas políticas y por ello se unió de manera decidida al movimiento de Francisco I. Madero, convirtiéndose en uno de los artífices del ideario de la revolución de 1910 y de sus postulados como la original forma de la frase “Sufragio Efectivo y no reelección” (después le quitaron la conjunción “y”). Fue clave en el triunfo del maderismo y no medró con puestos público: regresó a su despacho pensando que ya en México se había dado un cambio democrático definitivo. No fue así y hubo de seguir en la lucha y en la resistencia, hasta enfrentarse con Carranza, exiliarse, pero al final, en 1920, después del triunfo del Plan de Agua Prieta y ascender a la presidencia Adolfo de la Huerta, es nombrado Rector de la Universidad Nacional, convirtiendo a esa institución, en el centro de una nueva grandeza cultural, artística e intelectual de México, una de cuyas grandes proezas fue crear en 1921 la Secretaría de Educación Pública (ya con Álvaro Obregón) que prodigó a México las excelencias de las formas superiores de docencia y difusión académica: un proyecto acorde con su portentosa inteligencia y visión de un México que pudo haber sido la Atenas de América, como lo planeó con la fuerte labor editorial, la capacitación magisterial, las misiones culturales, la creación de bibliotecas en todo el país, la atención higiénica y alimentaria a los niños escolares, la grande e inigualable campaña de alfabetización nacional con millares de voluntarios; la dignificación del magisterio y su publicación gratuita “El Maestro”, llena de ricos contenidos para elevar el nivel de los educadores.

Vasconcelos fue un titán de la cultura, irrepetible. Escribió una copiosa obra filosófica y su autobiografía, iniciada con Ulises criollo, enriqueció el amor por México y la revisión de los errores de su época. Vasconcelos es el triunfo de un febrero cuerdo y lleno de pasión. Un sistema plagado de putrefacción política, hoy acentuada, acabó con aquel gran proyecto. Rescatémoslo.