A Washington, con amor
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A Washington, con amor

 


Nadie se ha extrañado que Justin Trudeau, primer ministro canadiense, no fuera convocado ni asistirá a esa curiosa reunión entre Trump y AMLO

Ahí estará, sin cubrebocas, apoltronado en un sillón de la Sala Oval, con los zapatos encima del escritorio, con su mechón de pelo ámbar, esperando se le avise que de México llegó su presidente, también sin cubrebocas y que viajó en línea aérea comercial, con escalas, por no querer usar un costoso avión arrumbado y oxidándose, que dijo va a rifar. La Residencia Blair, para invitados de altura, estará vedada para el mexicano visitante.

Si, en ese mismo salón elíptico, donde Bill Clinton y Monica Lewinski protagonizaron escenas estilo Decamerón o Kamasutra, el presidente de los Estados Unidos de América, en plena campaña por su reelección, está en disposición de recibir a quien antes había invitado—según fuentes diplomáticas—a visitar la famosa residencia del poder en la Avenida Pensilvania, Distrito de Columbia, para tal vez conversar animadamente sin una agenda de temas fijada con claridad. El presidente mexicano dijo que para “agradecer” a Trump, las finezas de su atención por haber apoyado a nuestro país durante la trágica pandemia que acumula ya más de 30 mil muertes.

De súbito, se agregó “que para hablar del TMEC”, remedo y relevo del TLCAN, pero más desfavorable para México, que ya entró en vigor sin necesidad de visitas y saludos de presidentes; el de México, a despecho de las más serias opiniones de expertos en diplomacia y política internacional, decidió viajar a la capital estadounidense en lo que significará apuntalar la carrera electoral de nuestro ofensor republicano, frente a un aventajado demócrata Joe Biden.

Nadie se ha extrañado que Justin Trudeau, primer ministro canadiense, no fuera convocado ni asistirá a esa curiosa reunión en donde ese tratado comercial sería la cereza de la tarta. Muchos recuerdan que, a diferencia de ahora, en diciembre de 1992 se reunieron los tres presidentes interesados: Carlos Salinas de Gortari, George Bush y Brian Mulroney, en solemne ceremonia, para la firma del TLCAN que entró en vigor el 1994. Eran alturas de política exterior no acostumbradas en un país que se está transformando en una nación de criterio municipal, donde la dignidad ante el poderoso vecino, tripulada por un déspota, se mofa de México desde su campaña de 2016.

Los versados en historia (no la oficial torcida que se predica por las mañanas), recordarán que el 16 de octubre de 1909, se celebró el primer encuentro de los presidentes de México y Estados Unidos: William Taft viajó desde Washington hasta El Paso, Texas. Porfirio Díaz viajó hacia Ciudad Juárez y ambos mandatarios se reunieron en esas poblaciones para dos conversaciones nunca reveladas, pero se ha conjeturado que Díaz no cedió a exigencias de Taft que hubieran afectado realmente la soberanía de la nación. Se especula que la renuencia de Díaz a humillarse y humillar a México, provocó al año siguiente la revolución maderista que, como es sabido, fue protegida y alentada por la Casa Blanca. Eran los peligrosos años previos del “Big Stick”, licencia que los yanquis se daban para intervenir en cualquier lugar del mundo, desde Filipinas, a Cuba, a Nicaragua o a Guatemala.

Décadas después, en marzo de 1947, Harry S. Truman viajó a la Ciudad de México para saludar a “Mister Amigo”, el presidente Miguel Alemán. Luego Ruiz Cortines se encontró con Eisenhower en 1953 para inaugurar la Presa Falcón, en la frontera Tamaulipas-Texas. La apoteosis fue la visita a México de John F. Kennedy en 1962, siendo Adolfo López Mateos presidente, quien no tuvo que ir a someterse hasta Washington. Con los años, los encuentros presidenciales se dieron con más frecuencia y en términos amistosos y de respeto.

Nunca antes de 2020, los presidentes mexicanos rebajaron el honor nacional. Hemos sufrido desventajas, pero no sobajamiento como lo hizo Polk en 1846-48 o lo está haciendo Donald Trump, que ahora parece engullir un bocado a modo. Esta no es una reunión de cortesía, ni de acuerdos. Hablar de béisbol, como dijo el mexicano, no justifica un viaje lleno de dudas. ¿Seremos espectadores de una humillación nacional?