Transformación endeble
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Transformación endeble

 


“El que no se atreve a ser inteligente,

se hace político.

E. Jardiel Poncela

No es tarea fácil transformar una economía pobre, emergente o subdesarrollada, en una potencia, en una nación fuerte y con crecimiento sostenido. Algunos políticos y jefes de Estado lo han intentado en América Latina, pero sus pretensiones han resultado vanas, como los casos de Perón en Argentina, de Fidel Castro en Cuba, de Daniel Ortega en Nicaragua, de Hugo Chávez en Venezuela. Todos han ido cayendo en pobreza total, resultado de políticas populistas y demagógicas que destruyeron la riqueza creada previamente.

Argentina, hace menos de cien años, era una especie de arcadia para inversionistas e inmigrantes europeos, se pronosticaba que sería un país competidor de los Estados Unidos de América: daba incentivos a la inversión privada local y extranjera, la inversión pública estimulaba el empleo y el crecimiento fue notable. Todo decayó con los gobiernos hoy llamados justicialistas, que emprendieron políticas consistentes en repartir dinero en programas sociales, para todos los sectores y estratos, pero al mismo tiempo, inhibiendo y ahuyentando la inversión privada, generadora de impuestos y empleo. El peronismo fue y ha sido causa de las permanentes crisis políticas en ese rico territorio y motivo de su postración económica.

Fidel Castro encabezó una revolución en Cuba que derrocó ciertamente a un gobierno corrupto, pero los negocios, la agricultura y el turismo hacían de la isla un emporio económico, con contrastes que bien se hubieran subsanado si Castro, al triunfar, hubiera tomado medidas de política económica adecuadas. A cambio de ello se cerró al mundo, expropió todas las empresas privadas; se enemistó con Estados Unidos (de donde obtenía apoyo), provocó un bloqueo comercial con el mundo capitalista, se adhirió al bloque soviético y con su comunismo caribeño demostró cómo se puede empobrecer a un país. La emigración creció y el talento y dinero cubanos huyeron a Miami. Se demostraba que el socialismo no podía vivir sin la “rapacidad” del capitalismo. Hoy en día el pueblo cubano carece de lo indispensable.

Venezuela, con una de las reservas petroleras más grandes del mundo, ha sido llevada como Cuba, a la pobreza total y corrupción. Chávez y Maduro desquiciaron al país: una economía que debía estar entre las más fuertes del mundo ha quedado estancado por la tiranía de un régimen que proclama el “socialismo del siglo XXI”, modelo que debe ser arrumbado en el resumidero de la política y de la historia.

Nicaragua nunca ha sido rica. La Revolución Sandinista parecía la solución. Pero su líder, perpetuado en el poder con su esposa como vicepresidenta, tiene sometida en terror y miseria a la patria de Rubén Darío y Ernesto Cardenal.

El presidente de México sigue anunciado una “cuarta transformación”, basada verbalmente en una presunta “lucha contra la corrupción” y acusando sin fundamento a fantasmas “conservadores”, “neoliberales”, “fifís”, “rapaces”. Pero el gobierno federal carece de bases ideológicas y políticas para lograr una meta que no podrá alcanzar si no participa en el mercado global, si no estimula la inversión privada (lo que se ha visto es que combate ferozmente) y si no aplica principios de su odiado neoliberalismo: suficiencia fiscal, apertura a inversiones, estímulo al comercio mundial, no amordazar a instituciones autónomas, honesto manejo del gasto público, libertad de expresión, no crear controversias ni polarización. México se está dividiendo, con enconos y divisiones estimuladas desde Palacio Nacional.

El coronavirus, la recesión mundial, la baja de precios del petróleo, la devaluación del peso, la caída económica en 2020, están poniendo a prueba a una administración bisoña (aunque gran parte del gabinete están en edad senil), indecisa, imprecisa, dubitativa, sometida a caprichos y ocurrencias. Un escenario que no promete una transformación positiva, sino un brutal retroceso, defendido por quienes cayeron en la chapuza.