Pueblo sumiso
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Opinión

El Crematorio

Pueblo sumiso

 


Ni quien lo dude, México camina a pasos agigantados a una dictadura y lo increíble del caso es que su pueblo, o no se quiere dar cuenta o ya lo acepta, porque el absolutismo es su modus vivendi y la historia así nos los demuestra. Para muestra un botón: antes de la Conquista española, los aztecas —con mano férrea— oprimían a las tribus que habitaban el altiplano, quienes atendían a la fuerza a sus opresores, amos de vidas y haciendas. 

De ahí la derrota del imperio y dominio de los aztecas, hasta la llegada de los conquistadores, con los que se aliaron como única vía de librarse de sus opresores y verdugos. Así vivieron varios siglos, bajo el dominio de los españoles, que los trataban peor que los aztecas. Subsistieron en “santa” paz, hasta que Miguel Hidalgo, el cura de Dolores, les diera patria y libertad; hasta entonces se libraron del yugo opresor de los extranjeros, pero vivieron felices subyugados por el mismo gobierno y sus secuaces, en complicidad con hacendados que se enriquecían con el trabajo esclavizante de los mexicanos ya “independizados” de los españoles. 

Ahora los explotaban criollos, mestizos y ladinos. México no tenía identidad, ni paz, ni progreso, hasta que llegaron al poder dos indígenas oaxaqueños: Benito Juárez y Porfirio Díaz, así fue con férrea disciplina que hubo paz y progreso, así pues el mexicano pudo comer con cierta tranquilidad tres veces al día, explotados sí, pero tranquilos, avanzando con progreso y desarrollo a pesar de la Revolución, tres guerras y un imperio. Se lograron grandes obras: el ferrocarril, caminos, obras monumentales, petróleo y un desarrollo económico que logró la paridad de su peso, había orden con garrote y paredón, pero había progreso y tranquilidad, aunque tranquilidad venía de tranca… luego ya todo es historia: llegó Madero, la Revolución y se calmó con el PRI, y así el mexicano siguió explotado a través de una “democracia dirigida”. México y sus habitantes crecieron felices en su medianía, con un gobierno corrupto e inepto, pero que “salpicaba”, manteniendo contenta a la clase media y a los pobres como en la Conquista, muertos de hambre pero felices.

Un buen día, el pueblo harto y famélico se rebeló y votó contra el sistema, con la esperanza de la llegada del mesías, que les prometió el cielo y las riquezas, la paz y la tranquilidad tan anhelada por siglos y —sobre todo— “la venganza” tan esperada.

Pero este redentor, este salvador que durante 18 años se estuvo preparando para la guerra resultó ser más cruel y despiadado que los verdugos anteriores. Sagaz, calculador, demagogo y mentiroso, como le gusta a los mexicanos, que seguramente serán explotados como en la antigüedad; como le gusta al pueblo pues sin esclavitud no pueden vivir, bajo el yugo de un tirano que ya se apoderó de las instituciones para gobernar a modo y seguro, con un pueblo acostumbrado por siglos a la sumisión.