Abrir viejas heridas
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Opinión

Editorial

Abrir viejas heridas

 


El pasado 14 de junio se cumplieron 16 años del fallido desalojo del plantón que maestros y organizaciones afines habían mantenido en el Centro Histórico. Fue la gota que derramó el vaso para el nacimiento de la tristemente célebre Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca (APPO) –ese fue su nombre original y sus dirigentes lo cambiaron a “de los Pueblos de Oaxaca”, cuando les criticaron la redundancia-. El movimiento político y social del 2006, fue un episodio oscuro, ominoso y lleno de complicidades, que tuvo como su principal víctima a la ciudadanía y a los alumnos de educación básica, que no recibieron clases desde el mes de mayo hasta fines de noviembre. La mecha la encendió uno de los grupos radicales de la Sección 22, que después se lavó las manos, cuando fue rebasada por organizaciones violentas, entre ellas, algunas vinculadas a movimientos armados.

Mucho se ha escrito sobre este episodio que también dejó muertos y damnificados, no sólo aquellos que siempre se asumieron víctimas y que han lucrado con ello. Hay libros, ensayos, documentales a granel. “La Comuna de Oaxaca”, “La primera insurrección del Siglo XXI”, “Las barricadas rotas” y muchos más. Hubo, asimismo, investigaciones de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y hasta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Los años han mostrado que nunca fue un movimiento genuino, ni particularmente de izquierda. Por ello, jamás permeó a nivel nacional. Fue una asonada variopinta, manejada por actores políticos, incluso del PRI, que pretendieron deponer al gobernador de ese período, llevándose materialmente entre las patas, a la ciudadanía. Ésta fue la víctima real de las barricadas, de los atracos y disturbios violentos en las calles.

Justo el 14 de junio, una dupla de diputados emanados de las filas de Morena; militantes en su tiempo también de la APPO, propusieron en el Congreso local un punto de acuerdo, para que el Estado ofrezca disculpas a quienes ellos presumen, fueron víctimas de la “represión”. La pregunta es: ¿y cuándo ellos ofrecerán disculpas a la ciudadanía oaxaqueña; a los transportistas cuyas unidades fueron incendiadas y a los comerciantes quebrados luego de meses de vandalismo? ¿Cuándo asumirán la corresponsabilidad de haber participado en un movimiento cuestionado, plagado de complicidades, de mercenarios y demagogia? Mientras el ciudadano común quiere darle vuelta a la hoja y emprender los caminos de la conciliación, la unidad y la paz social, los verdugos de ayer se asumen hoy, las Hermanitas de la Caridad.

 

Partidos: Oídos sordos

 

Los oaxaqueños recién celebramos una jornada electoral, en donde se despejó la incógnita respecto a quién estará al frente del poder ejecutivo el siguiente sexenio. Sin embargo, dicho proceso dejó entre la ciudadanía, pero, sobre todo en los partidos políticos y órganos electorales, una dura lección: la apatía y un inevitable desprecio por el entramado en donde se ha cimentado nuestra incipiente democracia. Y no es que se ponga en tela de juicio la transparencia y verticalidad de los árbitros electorales, que en ésta como en otras elecciones han dado un ejemplo de pulcritud y profesionalismo, sino de un sistema de partidos ya desgastado.

La apatía ciudadana se reflejó en un porcentaje histórico de abstencionismo. Casi el 62%, lo que implica que sólo salió a votar un 38% de un padrón electoral de más de 2 millones de ciudadanos. En términos llanos, votaron sólo 4 de 10 oaxaqueños. Y es que, ya es un secreto a voces, que algunos partidos políticos, que son financiados con recursos del erario público, son patrimonio de grupos si no es que de familias. Es decir, hay una visión patrimonialista en los institutos políticos. Como los sindicatos y confederaciones. Una elite mantiene a sangre y fuego el control. Deciden quiénes participan y quiénes no. Hay un desprecio ominoso por la militancia y, particularmente, por la declaración de principios de cada partido. He ahí el por qué hay tantos políticos tránsfugas y chapulines que, para no estar fuera de la generosa nómina legislativa brincan de partido en partido.

Nuestra clase política y el propio ejercicio de este oficio, han perdido el respeto ciudadano. En el imaginario colectivo se les ve como instrumento de corrupción y enriquecimiento. Como pivote de conveniencia y poco compromiso con la ciudadanía. Lo difícil es reivindicarlos en estos tiempos de un cinismo acendrado y nula vigencia de la ley. Y hay razón, legisladores sacados de la nada. Sin formación, sin experiencia, sin capacidad. Simples advenedizos. El nivel de abstencionismo, aunque minimizado por los aludidos partidos políticos, es una seria llamada de atención. Ya no cuajan ni discursos ni buenas intenciones. El pueblo demanda libertades para trabajar y transitar; vivir en paz y con seguridad. Lo demás le viene valiendo. Hay incredulidad respecto a lo que se proponen los gobernantes, pues al final resultan un fiasco. Cuando la ciudadanía deja de creer, es cuando deben encenderse las luces de alerta en nuestro acartonado sistema político.