Una visión torcida
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Editorial

Una visión torcida

 


Los procesos electorales son, en un ambiente como el nuestro, el caldo de cultivo de la polarización y la fractura social. Si bien es cierto que, entre las reglas de la democracia participativa, el voto mayoritario es quien define quién triunfa y quién pierde, a veces la diferencia mínima de sufragios conlleva disputas, litigios, presiones en contra de los árbitros electorales y, al final, distritos o municipios prácticamente partidos en dos. Y el encono se percibe a flor de piel. Con bombo y platillo se festinan los triunfos municipales. El erario es visto como un legado familiar. El gobierno de la comuna, como si fuera motivo de herencia. La política vista desde la perspectiva patrimonial. Un ejemplo lo tenemos hoy mismo en Santa Cruz Xoxocotlán, municipio cercano a la capital. Pero no es el único. Está también el Partido del Trabajo que es un abominable retrato de familia. Los partidos, financiados con nuestros impuestos, convertidos en negocios rentables de sus patronos. La infame venta de candidaturas; los cochupos y la corrupción.

Hay en ciertos partidos una casta divina. Los viejos especímenes son los mismos que van en una y otra elección. En el PRI, por ejemplo. Son las mismas caras que las que fueron hace diez o quince años. Y han vuelto por sus fueros en las últimas elecciones sólo para perder. Tampoco es un atributo exclusivo del tricolor. Los de izquierda adolecen del mismo mal. Ser legislador federal, local o edil, es visto desde la perspectiva del crecimiento económico y beneficio personal. Aquello de los compromisos, promesas de campaña, apoyo a los más pobres y toda esa retahíla de demagogia, es sólo parte de la trama. Son el medio no el fin. Por eso hay una soterrada oposición a rendir cuentas; a la transparencia. El confort, el mullido sillón de mando también produce amnesia. De consumidores de los puestos de tlayudas devienen los más experimentados gourmets. Ya no el incómodo camión de pasajeros. Sólo avión y en primera clase. Un cambio de estatus radical que les hace perder el piso.

La pasión desbordada que hace a nuestros pueblos polarizarse y enconarse en cada elección, choca de frente con aquellos que, con el apoyo ciudadano, llegan al cargo para no voltear la cara jamás hacia su gente. Y ésa es una realidad irrebatible. Lo hemos visto a lo largo de nuestra historia inmediata. Pero somos incapaces de exigirles que rindan cuentas.

Negligencia y siniestros

Cada temporada de lluvias se exhibe en toda su magnitud el olvido oficial para atender ciertas incidencias. Durante todo el año, El Mejor diario de Oaxaca, muestra en sus páginas notas y fotografías de alcantarillas destapadas, baches, zanjas y otros problemas que se han convertido en trampas y serio riesgo para la vida de automovilistas, motociclistas y transeúntes. Hemos publicado avenidas con socavones y hoyancos, en donde vecinos ponen llantas para taparlos y hasta señales para evitar accidentes mortales. A tiempo, en nuestra edición diaria hemos publicado los daños que ya han ocasionado las intensas lluvias de semanas anteriores y la urgencia de que los organismos responsables tanto del gobierno estatal como el municipal los atiendan. Sólo en algunos casos nuestra información al respecto ha tenido una respuesta inmediata, lo que implica que, de manera premeditada, los órganos responsables fingen no saber.

Es importante reconocer que ya es clásico que se actúe cuando están los daños y no de manera preventiva. Y no sólo en la capital del estado, sino en el interior del territorio. Por ejemplo, una y otra vez se recomienda a la ciudadanía no arrojar la basura en las calles ni dejar las bolsas con desechos en las esquinas. Con la lluvia, dichos desechos penetran a las alcantarillas y taponan la circulación del agua. Ya no es noticia que cada vez que hay intensas precipitaciones se desborda en algunas secciones de Juchitán de Zaragoza, el Río de Los Perros. Tampoco cuando rebasan su cauce los ríos Ostuta, Tehuantepec o Novillero. Los responsables de los ríos y afluentes no proceden al desazolve cuando es oportuno y previo, sino una vez que los males están hechos. Es decir, estamos a la espera de tragedias para poder actuar. 

Es impresionante la cantidad de envases de PET que se sacan de los afluentes, además de bolsas, llantas, botellas de vidrio y, últimamente, hasta cubrebocas, de los lechos del Río Atoyac y Salado, por ejemplo. Desde las oficinas de gobierno es necesario promover la cultura de la limpieza, de la responsabilidad ciudadana, de evitar siniestros, como son las inundaciones y salvar vidas. En el caso de la capital, sólo se publicaron dos o tres fotos de vecinos que fueron sorprendidos arrojando basura a la calle y su detención por parte de la Policía Municipal. Luego de ello, el tema de las sanciones y acciones punitivas pasó a la historia. Es decir, no hay seguimiento y continuidad en los programas dirigidos a la ciudadanía.