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La pandemia del coronavirus o Codiv-19 nos llega en un mundo azotado por la avaricia humana, donde el 80 por ciento de la riqueza, la tiene un cinco por ciento de la población y el modelo económico favorece solamente a los más ricos y prósperos. Sin embargo, por aquellas raras paradojas de la vida, la crisis nos ha emparejado, todos somos susceptibles de contraer el virus y de estar en ese dos o cinco por ciento de las personas que pueden fallecer. Es cuestión de cuidados, pero también de suerte.

Lo más grave es que nadie sabe con certeza en qué terminará esta crisis mundial, que va de polo a polo y recorre los paralelos. El hombre más poderosos del mundo, el más rico no sabe a dónde ir, no tiene un lugar seguro donde meterse. La otra incertidumbre es que se están moviendo los parámetros económicos, sociales, humanos y las relaciones interpersonales. Cada quien la está tomando como le da su real saber y entender, pero nadie sabe que va a pasar, aunque existan una serie de escenarios de gran probabilidad.  El mundo va a cambiar. Dice el The Washington Post, en su editorial de marzo 25 “O muere el capitalismo salvaje, o muere la civilización humana

La economía mundial de la injusticia se derrumba, aunque siga siendo de injusticia. China se recupera y todo parece indicar que tomara la hegemonía y el liderazgo de la sociedad internacional, hegemonía a la cual renunciaron los Estados Unidos con el presidente Donald Trump, que optó por una política nacionalista y se olvidó de liderar al mundo occidental.

Europa, con Italia y España que hicieron de la salud una mercancía y con la jefa de gobierno de Alemania en cuarentena tiene dificultades para ofrecer soluciones globales en este momento. América Latina con gravísimos problemas de distribución del ingreso, salud, analfabetismo y estrategias, a duras penas puede sortear sus problemas. En México vivimos una disputa de la elite que estuvo en el poder más de 30 años y un gobierno que busca una mayor justicia social y atender a los pobres, no solo como una posición de principios, también como una vacuna a futuros disturbios sociales.

La crisis nos toma guardados en casa, ciegos y sordos ante la realidad, confrontando nuestros problemas internos y sin saber que va a pasar. ¿Qué ocurrirá con los empleos, nos tocara el virus, en qué condición nos dejará, que hacer si nos enfermamos? ¿Cuánto tiempo podemos aguantar? Un destino realmente incierto.

En México, el Presidente trata de mantener el ánimo e impedir que se asuste la población. De nada sirve un pueblo deprimido y asustado. Los servicios de salud se han fortalecido para esta emergencia, cada día se mejoran y aumentan, pero ya vemos que aun en los países desarrollados estos se pueden volver insuficientes. Solo queda esperar que los parámetros de contagio se mantengan bajos, como ha ocurrido hasta ahora, que la curva sea más plana. El daño económico está hecho y extrañamente dependemos de lo que más nos hace falta a los mexicanos en este momento: la solidaridad y la obediencia civil. Para salir adelante requerimos que los patrones paguen los salarios, que la economía informal resista la falta de ingresos, que evitemos los contagios y que si se presentan estos sean benignos

No sabemos cuándo va a terminar esta crisis ni en qué condición quedaremos. En este escenario el Presidente ha pedido una tregua de un mes a todos los mexicanos mientras se resuelve los principales problemas: petróleo y pandemia. Hay muchas respuestas imprevistas.  Persiste en la prensa   un grupo de voceros  anti AMLO  que no le van a parar a sus ataques,  porque sus versiones no obedecen a un problema ideológico o de principios, sino a situaciones económicas de muchos peso y pesos. Las cantidades fabulosos que destinaban los gobiernos anteriores a la prensa,  de millones y millones de pesos se han terminado.  Esto crea situaciones inciertas para quienes vivían de privilegios y de situaciones irregulares. El mismo Presidente reconoce que las empresas  televisoras están en dificultades  económicas. Por otra parte, hay una serie de periodistas que recibían en efectivo y de mano a mano sus estipendios, estos aparentemente se terminaron. Extrañamente los que han disfrutado en todos sentidos de los beneficios de la revolución mexicana y de desarrollo del siglo XX, son los más furibundos enemigos del presidente. Son los nietos de algunos hombres que contribuyeron al desarrollo del México pos revolucionario. Estos jóvenes disfrutaron de las comodidades de un país desarrollado, asistieron a los mejores colegios, a las mejoras universidades, tomaron cursos de posgrado en prestigiosas instituciones extranjeras. Sus abuelos defendieron algunas de las más nobles causas de este país. Ellos, por el contrario se han convertido en la avanzada reaccionaria. Hay están como ejemplo Jesús Silva Herzog Márquez y Federico Reyes Heroles, que escriben más con el hígado que con la inteligencia.  Fieles defensores de los gobiernos que durante treinta años generaron y mantuvieron un modelo de desarrollo de injusticia para el país.

Si observamos con detenimiento curiosamente vemos que los periódicos que más atacan al gobierno no han aumentado su circulación, más bien han perdido ventas, circulan por las redes. Por otra parte, los atacantes, se han convertido en una de esas antiguas sociedades de lectores mutuos, que escriben para que los lea un grupo y no la opinión pública mayoritaria. Escriben, se comentan, buscan amplificar sus comentarios en la TV en la radio, pero siguen siendo una élite que se lee entre ellos.

Aquí estamos, medio aterrados y desconcertados. Esperando que pase el virus chino y sin saber a ciencia cierta que va a ocurrir.  Ante una situación inédita, las respuestas también son inéditas. Lo que sí es cierto es que después de la crisis, “nosotros los de entonces” ya no vamos a ser los mismos.

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