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Las políticas públicas en México están diseñadas, en muchos casos, para conveniencia económica de alguna elite y, en otros, por taras ideológicas. En ambos casos, la ceguera es factor común.

Una coincidencia desafortunada para el gobierno y el Congreso de Oaxaca los exhibe en sus contradicciones. La tlayuda fue ganadora del título de la mejor comida callejera de Latinoamérica, pero el ejecutivo y el legislativo oaxaqueños los perdedores.

En las mismas fechas en que la tlayuda se convierte en otro símbolo más de Oaxaca se destapa la cloaca de corrupción en el gobierno estatal, tanto en el CAO como en la Secretaría de Economía. Unos “construyendo” obras con empresas fantasma y otros desviando recursos hacia los familiares y empresarios consentidos.

En el legislativo, mientras tanto, se dedicaban a cocinar una iniciativa oportunista llevados más por la ideología que por el deseo de promover los buenos hábitos alimenticios.

El caso de las tlayudas es muy bueno para comparar dos mundos tremendamente distantes, pero absolutos representantes culturales de Oaxaca. Ambos productos tienen un origen netamente popular, viene desde las clases más bajas de la sociedad que, hasta hace no mucho tiempo, eran rechazados por las élites que hoy están cometiendo una apropiación cultural.

Por un lado, gracias a políticas públicas promovidas directamente por el ejecutivo se ha creado una elite de mezcaleros que disfrutan de toda clase de apoyos, créditos y promoción gubernamental.

Por el otro, basta con ir a San Antonio de la Cal parta conocer cómo trabajan las miles de mujeres dedicadas a la producción de tlayudas: pisos de tierra, comales de leña y techos de lámina.

Representativos de Oaxaca también son el chocolate, el pan, los moles, el quesillo y las conservas. A ninguno de estos sectores se les ha dado la atención y el apoyo que ha recibido la industria mezcalera.

El desequilibrio en políticas públicas es tóxico y parece no haber en el corto plazo forma de cambiarlas. A menos que algún funcionario o diputado quiera industrializar tlayudas, conservas o pan es seguro que no habrá la misma proporción de apoyos.

La artesanal define Oaxaca, pero los apoyos son para ser objetos folclóricos y de atracción turística y no para ser valorados como pequeñas unidades productivas de las que dependen miles de productores. No son simples números, cada familia es una historia.

Si bien Oaxaca no ha podido desarrollarse industrialmente si le hemos hecho culturalmente. Y los productos construidos por nuestra cultura deben ser protegidos.

Urge que legisladores y el ejecutivo trabajen en la protección cultural de nuestra envidiada gastronomía, urge que se apliquen las políticas necesarias para proteger la producción artesanal que es reflejo de los valores humanos y comunitarios de sus productores.

Por alguna razón, que no es pública, no se querido, o podido, establecer un distintivo que reconozca a los auténticos productos de Oaxaca y, mucho menos, que se reconozca aquellos que provienen de la producción artesanal.

No tardan en instalarse empresas productoras a escala industrial de tlayudas. En Jalisco hay fabricantes que ya ofrecen las tortilladoras automáticas para tlayudas con un costo superior a los 300 mil pesos. En este momento ya debe haber producción de tlayudas en otras entidades mientras aquí el gobernador se distrae en su precampaña para la presidencia y los legisladores engordan cada día más.

Cuando ofrezcan tlayudas más económicas en otras partes del país acabarán con el modo de vida de miles de mujeres que, ignoradas por el Estado, batallarán por sobrevivir. Y el caso es el mismo para los agro artesanos de toda clase de productos auténticos oaxaqueños. Con todas sus letras, es urgente proteger y apoyar la producción artesanal gastronómica local.

DIPUTADOS CHATARRA

Regular el consumo excesivo de azúcar es saludable porque, al igual que otras sustancias consideradas drogas, provoca adicción y enfermedad.

Sin embargo, la modificación legal tiene todos los visos de ser un acto ideológico y oportunista contra algunas trasnacionales. Esta ley se ejecutará, pero no se cumplirá porque no hay, ni habrá por falta de recursos, una policía sanitaria que la vigile y, para burlarla bastará con vender los productos a granel: los refrescos en vasos o los gansitos en servilletas.

En su vaga definición de alimentos chatarra caben muchos productos tradicionales de nuestra comida habitual por su alto contenido calórico: pan, chocolate, molotes, aguas frescas o quesadillas fritas.

La carencia de academia no les permitió hacer una correcta definición; debería considerarse “chatarra” a los alimentos ultra procesados, producidos a escala masiva y alto con contenido calórico. Las prohibiciones son la norma en los regímenes autoritarios y provocan el surgimiento inmediato de un mercado negro.

Lo que debieron hacer es una ley para prohibir los diputados chatarra para que, por lo menos, tengan título y cédula profesional.

Twitter @nestoryuri