Ni me acomplejo, ni me avergüenzo
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Carpe Diem

Ni me acomplejo, ni me avergüenzo

 


Momento de definirse es la exigencia que llega desde el sagrado púlpito mañanero. Solo hay dos opciones, según él: estás con mi transformación o estás en contra. Nublado y oscuro, casi negro, debe estar su panorama para realizar una exigencia capitular como ésta que reduce el futuro a solo el blanco absoluto de la sumisión o el infierno de ser contrario y libre.

La disyuntiva no es huérfana, está respaldada por una compleja campaña mediática en las redes sociales para avergonzarnos por lo que hicimos o no hicimos en el pasado perverso y neoliberal, y anularnos por ser diferentes a lo que el discurso oficial pretende que seamos.

El pilar que sostiene a la 4T es la conferencia mañanera, si pudiera eliminarse, este modelo de gobierno cimentado en un poderoso líder carismático caería muy rápido porque no existen en la administración federal líderes que tengan su fachada mediática. Es más, si faltara AMLO, el Morena se autodestruiría en una cena caníbal antes de la próxima elección porque carecen de proyecto al estar centrados únicamente en su líder.

A la gente le contraría escuchar lo que no le agrada, aun cuando se trate de hechos y realidades. De esta forma, el haber votado por AMLO a la presidencia es una forma de asegurarse de tener a alguien que les dirá lo que les gusta escuchar, aunque esto lleve al país al barranco. Prefieren soñar y sentirse emocionados, engañados y manipulados por el discurso de las posverdad que ver la realidad de lo que está sucediendo en el país.

A la gente le gusta escuchar el discurso contra la corrupción, aun cuando en los hechos ahora hay más. Les gusta escuchar y estigmatizar a los ricos y a los empresarios como descendientes de Porfirio Díaz, un tirano explotador, aunque esto sea un gran mito inventado por los gobiernos de la Revolución. En pocas palabras, prefieren un irresponsable al que no le importe si es falso o verdadero lo que afirme mientras sea agradable a sus oídos para saciar su malestar social. El rencor los hace preferir la más tóxica de las relaciones que pueden darse: yo pierdo, pero tú también.

La manipulación desde el poder es la norma para conservarlo. Pero hoy el modelo comunicacional de la presidencia ha rebasado límites morales y éticos hasta llegar a la violencia psicológica y verbal que nos receta todos los días la 4T: hacernos sentir culpables, pecadores, que necesitamos un redentor para nuestras vidas.

La manipulación está revestida de un aparente discurso cargado de buenas intenciones. A primera mano parece correcto y real, sobre todo porque viene de alguien en quién confían. “El instrumento básico para la manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Si tú puedes controlar el significado de las palabras puedes controlar a la gente que utiliza esas palabras”. Philip K. Dick

Avergonzarnos y acomplejarnos es una abierta manipulación a través de la culpa porque, una vez que nos sentimos culpables somos absolutamente vulnerables, le entregamos nuestra voluntad a alguien más y acaba con nuestra autoestima, nos aísla y nos remarca nuestros errores. Esto es una situación muy similar a lo que ocurre al interior de miles de parejas que someten al otro para manejarlo a su antojo.

Característica común de todos los manipuladores es encontrar siempre a un culpable ajeno para cuando las cosas no salgan bien: Felipe Calderón, Carlos Salinas, los neoliberales, los blancos, los empresarios, los corruptos del régimen anterior…

El modelo comunicacional oficial y extraoficial, es decir, los bots golpeadores que usan en las redes sociales, está basado en mentir, en decir una cosa y hacer otra, en hacerte sentir culpable, en hacer víctimas de forma permanente y en crear toda clase de problemas para que después debamos darles las gracias por la solución.

Aceptar al presidente, y sus amigos, como modelo de virtud, de moral y ética es renunciar a la educación que recibí en mi seno familiar. Ningún político mexicano de la actualidad puede tomarse como referencia moral. El caso oaxaqueño, por ejemplo, es patético. En medio de la pandemia, con otro terremoto en las espaldas, tenemos un gobierno que no ha realizado obras trascendentes en lo que lleva de administración, aunque si ha otorgado cientos de contratos a empresas fantasma o recién creadas que igual venden trapeadores que organizan conciertos, venden equipo de alta tecnología o construyen caminos a ningún lugar. El único modelo de conducta de gran parte de la clase política es el de la transa.

El gobierno actual está muy debilitado apenas a 18 meses de haber iniciado por la necedad del presidente de demostrar, una y otra vez, que él manda. Las metas económicas para este sexenio de un crecimiento económico debemos darlas por concluidas, si acaso, para 2024 estemos nuevamente al nivel de 2018, es decir, otro sexenio perdido como los de Echeverría o Portillo.

Los fracasos en seguridad, en corrupción, en certidumbre, en educación, en derechos humanos, en energías renovables y en casi todas las áreas de gobierno se están sumando a la frustración por la exhibición de la riqueza de los miembros del gabinete, riqueza oculta que el trabajo periodístico sacó a la luz. La mezcla de todos sus fracasos está acelerando el discurso cada vez más radical que no encuentra otra salida más que la polarización cada vez más aguda del país.

El presidente podrá seguir denostando a sus opositores, pero su discurso lo dejaré pasar de largo aunque no con indiferencia porque, así como él pide una definición para saber si estás con él o no es necesario reafirmar que no, que prefiero la libertad, que creo que existen otros transformaciones mucho mejores que la suya, que no me avergüenzo de creer en el liberalismo, la ciencia y la razón, en los derechos humanos, en el Estado de Derecho y en la necesidad de crecer económicamente como única salida para la pobreza de millones de compatriotas.