Muertas en Vida
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Carpe Diem

Muertas en Vida

 


Insanos, perversos, cegados de celos y odio, personas alrededor del mundo están atacando cada día más mujeres lanzándoles ácido al rostro. La consecuencia es la muerte en vida de las víctimas que, en más del 80% de los casos son mujeres y casi siempre, los perpetradores son hombres. Son menos casos, pero también hay mujeres que atacan a mujeres.
Destruir la vida de otra persona resulta demasiado barato y accesible. En nuestro país y, por supuesto, nuestra tierra, no existen restricciones para la adquisición de sustancias corrosivas. Hasta un niño puede ir a una refaccionaria y comprar un litro de ácido para batería por apenas ochenta pesos.
Los ataques con ácido son más frecuentes en el sur de Asia. En países como la India, Pakistán, Afganistán, Irán o Bangladesh se agrede no solamente a mujeres adultas, sino también a niñas. África también es terreno fértil este tipo de ataques y, en América, es Colombia quien reporta el mayor número de casos, también casi siempre contra mujeres.
Para el caso de las mujeres, las agresiones tienen que ver con cuestiones de relaciones de pareja y, para los hombres, con asaltos y venganzas de pandillas, en su mayoría. En la guerra desalmada entre narcos, el ácido es muy usado para disolver a las víctimas. Famoso fue el caso del “pozolero” en Tijuana, el sicario que disolvió a más de 300 personas. O el del rapero de Guadalajara que disolvió los cuerpos de tres jóvenes estudiantes de cinematografía para borrar evidencias.
La relación entre el crimen organizado y los ácidos no es casual puesto que los utilizan en sus procesos de producción de drogas sintéticas.
Existe una gran diferencia entre las quemaduras provocadas por el fuego y las provocadas por el ácido. El fuego causa un daño instantáneo, el ácido lo sigue haciendo hasta que sea neutralizado, es decir, no basta lavar las heridas causadas por el ácido, es necesario detener su acción para que deje de penetrar en los tejidos. El ácido llega, en ocasiones, hasta los órganos internos.
Las agresiones contra mujeres usando ácido para desfigurarlas no son nuevas, pero en Oaxaca no hemos puesto interés en el tema hasta la ahora muy conocida agresión contra la chica saxofonista de Huajuapan, una mujer bonita, joven y talentosa a la que le destrozaron la vida.
El caso pudo haber quedado como una agresión más contra otra mujer. El principal sospechoso es una persona de poder político y económico que pudo haber acudido a sus contactos para dejar pasar el asunto y seguir tan campante. Afortunadamente no fue así, la agresión trascendió más allá de nuestra tierra y el gobierno del estado quedó exhibido crudamente ante los ojos del mundo.
El ataque con ácido nos abre los ojos a varias realidades: es muy fácil adquirir ácidos altamente corrosivos, no existen restricciones, ni siquiera se debe llevar un registro de los compradores por parte del vendedor.
A las autoridades de la administración de justicia no les importa mucho ningún caso hasta que reciben presión mediática. Las oscuras oficinas de los ministerios públicos parecen oscuras cavernas más que sitios en donde encontrar ayuda. Lo que ahí encuentran muchas personas violentadas, no únicamente mujeres, aunque son mayoría, es personal indiferente ante el dolor, carente de vocación, incrédulo, satírico, morboso e insuflado por el poder que detentan.
En Oaxaca no existe capacidad para tratar a personas quemadas por ácido. Se sabe que la joven tuvo que ser traslada a México para su atención, traslado que se vio obligado a hacer la autoridad ante la presión mediática que no pudo soportar.
El ataque hacia la joven no debe quedar impune y el perpetrador debe recibir un castigo proporcional al daño causado, es decir, de por vida y en segregación permanente. No estaría de más llamar a Santiago Nieto para que investigue, congele y embargue, a manera de reparar el daño, las cuentas bancarias del sospechoso.
Además de no quedar impune debemos aprender la lección y obligar al Congreso estatal a legislar y restringir de manera inmediata el acceso a sustancias corrosivas. Es la hora en que no se ha sabido de pronunciamiento oficial en la materia por parte de alguno de los cuarenta y dos “heroicos y sacrificados” diputados locales que no legislan pero si grillan y desestabilizan la entidad.
En Bangladesh, país con el mayor número de ataques, se impuso como castigo la pena de muerte a los responsables de ataques con ácido. En Oaxaca, el perpetrador puede estar tranquilo porque será juzgado “con apego a la ley” y con todo el auxilio de derechos humanos, es decir, le será cómodo y podría volver a repetirlo u ordenarlo.
Un ataque con ácido a una mujer tiene mucha carga simbólica. Quienes los realizan se ven a sí mismos, cegados por la ira y los celos, como los propietarios de la víctima, por lo que, sí no será de él, no será de nadie. La venganza cometida será permanente y dolorosa, desfigurará su rostro y cuerpo, la aislará socialmente y la nulificará como persona. En su ira, terminan por destruir su objeto del deseo.
No quieren eliminarla, su intención es dañarla de por vida deformándola, acabando con la mujer que ya no poseerán. La huella será imborrable, permanente y dramática para la víctima y su familia. ¿Qué sentirán las jóvenes atacadas al mirarse al espejo? El sufrimiento debe ser enorme.
A la devastación física y moral se suma la económica, pocas familias tienen el capital para pagar las cirugías y los largos tratamientos que deberán afrontar. La muerte en vida será absoluta, incluida la muerte social.
Un ser perverso no solo la engañó y jugó con sus ilusiones, le grabó conversaciones y probablemente tenga fotografías y videos de ella. Él sabía lo que hacía, y reunió con anticipación a su crimen todas las pruebas que pudieran ayudarle para quedar impune. A ver si el gobierno aguanta el costo de dejarlo ir.