El Flautista de Hamelín
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Carpe Diem

El Flautista de Hamelín

 


“Érase una vez a la orilla de un gran río en el Norte de Alemania una ciudad llamada Hamelín. Sus ciudadanos eran gente honesta que vivía felizmente en sus casas de piedra gris”. Memorias de la infancia acarician mi cabeza al recordar el inicio de este pequeño cuento narrado por los hermanos Grimm.
Resumiendo, el cuento dice que: “La ciudad de Hamelin estaba infestada de ratas y todos hicieron grandes promesas a un flautista que se ofreció a librarles de ellas. Él tocó la flauta y todas las ratas le siguieron hasta morir en el río. Pero cuando el flautista regresó para recoger su dinero, lo prometido les pareció mucho, y se negaron a pagarle. Entonces el flautista tocó de nuevo su flauta, y esta vez los niños le siguieron hasta una gran cueva en una montaña, de la que no regresaron jamás”. Los padres y los maestros de antaño lo contaban para fomentar en los niños algunos valores, con este cuento principalmente, la honestidad.
“Necesitamos ayuda”, dijeron los habitantes del pueblito, y mágicamente apareció ante ellos un personaje carismático, vestido con ropas de brillantes colores, una larga pluma en el sombrero y una flauta en las manos.

“Necesitamos ayuda”, dijimos nosotros ante lo que creíamos era el peor momento de nuestra historia reciente, el corrupto e imperial régimen de Peña Nieto era como las ratas que devoraban las entrañas del pueblo bueno. Vino a nuestro rescate alguien que desde hacía 18 años la estaba ofreciendo como promesa de campaña, vestido de lustrosas soluciones simples e inmediatas.
A pesar de ser tan breve el cuento de los Grimm aborda temas profundos, como lo es la confianza, misma que el pueblo deposita en un salvador que, sin esfuerzo para ellos y por medio de un milagro, los libraría del mal.
Otro tema es la dependencia. Dado que el pueblo no es capaz de resolver sus problemas por sí mismo se entrega en los brazos de un advenedizo que prometió la solución. El miedo y el incumplimiento de promesas son otras de las moralejas que enseña la historia.
La historia del flautista, según algunos estudiosos, está inspirada en hechos auténticos sucedidos en años de la Edad Media, época en que, comparada la vida con la de hoy, las cosas eran muy simples. Con esa lógica, para un problema simple una solución simple. Pero eso ya no aplica, las soluciones medievales no son el remedio.
El cuento tiene su parte oscura porque quienes pagaron las consecuencias por la deshonestidad de los que pidieron ayuda y que negaron el pago al flautista fueron los niños que desaparecieron en una cueva, perdiendo la vida por la deshonestidad ajena.
Hay algunas semejanzas con nuestros días. Los niños enfermos, algunos con cáncer, los pequeños hijos de madres que tienen que trabajar pero que les quitaron las estancias o aquellos que han sido entregados a la CNTE para ser “educados”. Son los que pagarán por los errores de sus adultos que creyeron en las soluciones simples de un personaje, colorido en sus dichos, pero desbordado de simplismo.
Así es, el simplismo es toda una filosofía cargada de humor e ironías que la hace apta para muchas cosas menos para gobernar. “Gobernar no tiene ciencia” afirmó en un exabrupto que la misma realidad le está desmintiendo todos los días. “Sacar petróleo es tan simple como hacer un agujero y meter un tubo para extraerlo”; simplicidad cómica que suena bien en lo boca de un humorista, pero no en la del jefe del Estado mexicano.
Cierto, el simplismo podría hacer la vida más ligera y hasta aliviar el espíritu, pero no aplica para la compleja maquinaria del gobierno de la nación, a menos que el objetivo sea el oportunismo aderezado con cinismo para excluir lo que a él no le interesa, todo en aras de imponer su voluntad.
El simplismo enfrentado con la realidad no encuentra otra salida que la desinformación para manipular ante los malos resultados.
Si lo sabe, es grave, si no, también: la desinformación pone en riesgo a todo el país y sus valores democráticos que, por defectuosos que éstos sean, le permitieron acceder al poder.
La desinformación como estrategia de guerra existe desde siempre, hoy se le conoce como posverdad o, simplemente, “fakenews”. Llámele como quiera, pero son un riesgo para la nación cuando su principal emisor es el propio presidente. Él les llama “otros datos”.
El uso de la desinformación está dirigida a los sentimientos y no a la razón. Por eso mismo, hábil como es, sabe dirigirse al corazón de las personas a las que hace feliz con croquetas discursivas al encender el ánimo de la gente con frases emocionales como quitar la pensión a expresidentes, viajar en un auto compacto o comer barbacoa a la orilla de la carretera. En la práctica eso no mejora la vida de nadie.
El país enfrenta graves problemas, entre ellos están los miles de desempleados debido a decisiones erróneas. La cancelación del NAIM fue el inicio de su debacle, pero la pagamos nosotros ante el desastre económico.
Hay otros problemas, como el hecho de legislar una contrarreforma al sistema penal que pretende criminalizarnos a todos, una restauración de la justicia al estilo priista. Existe la propuesta de volver a criminalizar la difamación como una intención de limitar la libertad de expresión. El criminal desastre del INSABI y la violencia que no disminuye por medio de abrazos. Su simplismo lanza todo tipo de ridículos distractores para camuflar el desastre y desviar la atención de la opinión pública, el más reciente, rifar el avión presidencial.
Nuestra tierra es fértil en arte y cultura, pero también lo es en la filosofía del simplismo y del cinismo. Esta es una de las razones de la abundancia de bloqueos, marchas y plantones; también lo es de la abundancia de devotos del presidente.