Vuelve el balero
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Carpe Diem

Vuelve el balero

 


Muchas personas creen que el balero es un juguete típico mexicano exclusivamente, pero no es así, el balero se jugó en países tan distantes y diferentes como Francia o Japón, aunque lo conocían con otros nombres. En Francia era “bilboquet”, en Japón lo conocieron como “kendama”.

Para los actuales jóvenes mexicanos la única referencia que de él tengan es, quizá, la serie televisiva El Chavo, en la que el personaje central hacía gala de su habilidad para jugarlo. Básicamente, consiste en hacer dar maromas al barril y ensartar el tallo en el orificio que, para ese propósito, tiene el mazo.

Lo de hoy no es la congruencia, ni el recato y, mucho menos, la pena. Tragar sapos ya no es tortura sino platillo gourmet de ingesta forzada, so pena de contradecir al amado líder.
Pero tragar sapos ya no es suficiente ante la pérdida de dignidad y el reinado de la perfidia, entendiéndola como la mayor de las deslealtades hacia la congruencia personal y, en muchos casos, a la de una vida de supuesta lucha por los derechos humanos, la democracia, la justicia o la dignidad.

La semana que termina se va pletórica de maromas de todos aquellos personajes que, en su momento, alzaron la voz, los puños y gritaron a los cuatro vientos los abusos de los militares, la destrucción de los ecosistemas, el desprecio por los derechos humanos, la guerra de Calderón, “no más sangre” y una serie de posturas que hoy, el tiempo se ha encargado de aclarar: no había otra intención que quitar a los otros para ponerse ellos, a cualquier precio.

En este país se luchó muy fuerte por equilibrar el enorme poder que tuvo un solo hombre, el presidente imperial, en los años dorados del régimen de la Revolución. Hoy, los tránsfugas de aquel viejo partido están volviendo a lo que tanto añoran: todo el poder a un hombre, un líder que estará por encima de las instituciones.

Por alguna razón, la mayoría de los votantes decidieron darle todo el poder a una sola persona, olvidando que era eso, precisamente, lo que tanto se combatió durante muchas décadas. Gracias a ese poder, el líder supremo puede no sólo modificar las leyes que no le gusten, sino modificar la Constitución para ajustarla a sus designios. Y eso está sucediendo con la militarización disfrazada de Guardia Nacional o la concentración de la comunicación social en manos de Gobernación, con el riesgo de que, las emisoras públicas se conviertan, como en Oaxaca, en la voz del gobierno en turno. No olvidar que los medios públicos están financiados por el dinero público, que no es propiedad gubernamental, aunque sea el gobierno quien lo administre.

Ofrecieron retirar a los militares de las calles y devolverlos a sus cuarteles, y la gente tragó el anzuelo. Ofrecieron mayor apertura y democracia y nos entregan consultas manipuladas para legitimar decisiones previamente tomadas, más con el hígado que con la razón.

Se criticó hasta el cansancio la “aplanadora” priista que hacía en el Congreso su voluntad a capricho del presidente. La aplanadora no murió, al despertar ahí seguía, vestida ahora con un chaleco guinda y con un nombre de reminiscencias guadalupanas: Morena.

Ganaron el voto hablando de la pacificación del país, pretendiendo atender las complejas dinámicas sociales que están detrás de la violencia, simularon ser sensibles para terminar por dar la misma solución que tanto criticaron en Felipe Calderón: el uso del Ejército ante la incapacidad de las policías civiles para hacerles frente a estos pequeños y poderosos ejércitos que han creado pequeños narco estados en muchas zonas del país.

Si bien, no se puede ignorar que la propuesta de seguridad del futuro gobierno atiende temas positivos, como la legalización de algunas drogas, justicia para las víctimas, atención a derechos humanos o combate a la corrupción, todo queda deslavado al contradecir sus propias promesas de campaña de sacar al Ejército de las calles. Las “benditas redes sociales”, como AMLO las califica, son su propio patíbulo puesto que, como memorias instantáneas, nos repiten una y otra vez que la promesa iba en otro sentido.

Por años se dedicaron a insultar a los militares y presentarlos como gorilas, creando una gran tensión, desprecio y rechazo social hacia las fuerzas armadas, a las que ahora tendrán que dirigir, con toda la legitimidad política que les dan los votos, pero sin autoridad moral para pedirles que sigan derramando su sangre por quienes han hecho de su denostación un medio para ganar elecciones a cualquier precio.

Eso de la cuarta transformación no es más que el sueño guajiro de la gerontocracia que hoy diseña sobre las rodillas un aeropuerto internacional, que lucha por conservar un lago inexistente, pero está dispuesta a talar la selva de la península de Yucatán.

Pero lo de hoy, los protagonistas de la comedia son los ejércitos de maromeros que, cada vez con más trabajo, tratan de justificar lo que hasta hace poco era injustificable para su ideología y progresismo.

Conspicuos personajes hoy se deshacen en justificaciones para mantener, y acrecentar, la presencia del Ejército en las calles. El problema no es el Ejército, que la gente lo prefiere por encima de cualquier policía, el problema es la falta de congruencia de todos los baleros que hacen piruetas y maromas para justificar lo que hasta hace unas pocas semanas condenaron. Que la congruencia se haga en los bueyes de mi compadre. O, ¿cómo era?

Pero si de incongruencias está lleno el espectro político progresista, la cursilería derrama sus mieles entre los antes combativos miembros del magisterio, modernos “atilas” que destruyeron Oaxaca a su paso. Hoy, como tiernos colegiales recién bañaditos y peinaditos por su mamá, le cantan las Mañanitas a su amado líder en el salón de plenos del Congreso federal. Ternuritas…