Las mujeres no somos el enemigo
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Opinión

Las mujeres no somos el enemigo

 


Una de las pocas fechas que coloca en la palestra mediática y discursiva al mal llamado “asunto de mujeres” es el 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, #8M para las redes sociales, y que hasta antes de la pandemia por Covid-19 venía adquiriendo una resonancia global innegable, imparable, con una juventud combativa al frente, acompañada de cerca por miradas esperanzadoras de las feministas jóvenes, pero con estigmatización directamente proporcional, entre criminalización y acusaciones de vandalismo, con una sutil tergiversación ideológica redimensionada en los medios.  

“¿Exigen alto a la violencia con violencia?” 

Como si maltratar un edificio, romper un vidrio, pintar el monumento de una historia patria que ha invisibilizado a las mujeres fuera lo mismo que violar o matar un cuerpo femenino. Los llamados al uso de la fuerza pública ante las movilizaciones feministas del #8M muchas de ellas en voz de otras mujeres, que aseguran no sentirse representadas, ignoran el origen de la fecha: mejora de condiciones laborales para mujeres obreras, hartas de la injusticia y explotación industrial que les costó morir en un incendio, en un contexto de opresión patriarcal que era quizá más crudo, pero que persiste hasta nuestros días de oras formas.  

Cuando se reprimía a las manifestantes sufragistas en Europa durante el paso del siglo XIX al XX, en el espacio público, la autoridad asumía que la reprimenda continuaría en el ámbito doméstico bajo presión de la comunidad barrial, que terminaba por excluir sistemáticamente a las desobedientes de los lazos comunitarios. Hoy ocurre cada vez menos así, pues cada vez más hacemos visible que las mujeres somos la otra mitad de todo, de las ideas, como señalaba la feminista italiana Francesca Gargallo quien lamentablemente falleció esta semana. Ella también argumentaba que la calle es de quien la camina y que la ética feminista es la ética de la liberación. Porque eso es el feminismo: luchar por la libertad de todo el mundo, un movimiento emancipatorio que desea la igualdad, la justicia y la dignidad.

Si hoy las mujeres estamos algo mejor es porque hubo mujeres que pusieron sus cuerpos y sus vidas en riesgo, se organizaron y lucharon ante la opresión y la miseria. El mejor homenaje es ser conscientes del compromiso con las mujeres del presente, pues ganar espacios para hacerse escuchar es una tarea extenuante. Considero que parte del rechazo vertido pre, durante y post #8M es porque cada vez estamos más conectadas y llegamos a ciertos lugares donde antes no estábamos y con distintas y creativas formas de organizarnos y expresar los sentires y pensares y las demandas, en las redes sociales, con pañuelos verdes en estatuas masculinas, con cantos coreados en distintos idiomas, pero con la misma fuerza.

Hemos de ser solidarias, sororas, pero suficientemente abiertas entre nosotras como para cuestionarnos, siempre dentro de un marco político constructivo para no dañarnos, con la igualdad y la libertad como objetivos comunes: Aspiremos a que el movimiento sea uno, aunque respetando los distintos espacios de acción. Las otras mujeres no son el enemigo; pero sí lo son el patriarcado, el androcentrismo, el falocentrismo, el racismo, el colonialismo.

Y el llamado en tiempos de #8M es también al entendimiento de que si ahora hay más hombres aliados – siempre los hubo en las luchas feministas, también hay que reconocerlo-si nuestros compañeros y demás hombres han empezado su propio proceso de deconstrucción patriarcal, y han tomado conciencia de no violentar, no acosar, pues es muy bueno; sin embargo, el #8M y en realidad todo el mes de marzo es el espacio de las mujeres, es el momento en el que nos reapropiamos de las calles, donde hacemos ver nuestras problemáticas, luego entonces su único lugar de ellos es escuchar y seguir aprendiendo.