La democracia a prueba
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Opinión

La democracia a prueba

 


Julio Faesler


Las elecciones para gobernadores en tres estados de la República pondrán una vez más a la democracia a prueba. La cuestión está en que a una proporción suficiente de ciudadanos realmente les interese y quieran que sus preferencias se traduzcan en gobernadores verdaderamente respaldados o, por el contrario, queden satisfechos y tranquilos con lo que decidan los que manipulan los padrones de los partidos y los que engañan imponiendo candidatos hasta de mafias del narco y traficantes, como ya se estila en muchos desafortunados municipios.

Lo mismo ha de decirse de lo que haga la ciudadanía enfrentada al abusivo proceso etiquetado como la revocación de mandato, programado para el 10 de abril de este año.

En tiempos del PRI la sociedad se habituó a una tradición electoral construida de crudas compras de votos, urnas rellenadas, mecanismos trucados, resultados alterados y avalados oficialmente. Hoy en día nuestras formas de operación electoral están protegidas por el INE, sin embargo, la ciudadanía no ha madurado.

En efecto, hoy en día la generosidad del gobierno de Morena que distribuye dinero a un número cada vez más amplio de la población tiene éxito en comprometer el voto popular que, agradecido o negligente, entrega su sufragio al partido oficial. Ante este hecho, la democracia no tiene esperanza alguna de valer. Las elecciones son simples reafirmaciones de incuria cívica.

La cuestión tiene que ver con necesidad, ignorancia, sumisión, miedo o resignación. Una democracia que no opera exhibe la ineficiencia del gobierno y a su hermana la corrupción y, de paso, destroza los presupuestos públicos.

La cuestión no termina ahí. El electorado quiere soluciones concretas a sus problemas diarios que la democracia puede ofrecer siempre y cuando se le respete firmemente. Sin ello no funciona una buena relación pueblo y gobierno.

Hoy sobran países de toda índole donde la mano dura, no democrática, rinde seguridad, trabajo y educación. En ellos el pueblo sacrifica al no decidir en asuntos que inciden en sus libertades más preciadas, pero cuentan con funcionarios autoritarios con sentido práctico y de férrea ejecución.

¿Acaso México se enfrenta a tal dilema? La actuación del presidente López Obrador en los primeros tres años de su gobierno se aleja de las dos alternativas. Su cercanía con “los pobres” deja un aumento en su número no atribuible al mero crecimiento demográfico. El incremento en las remesas de compatriotas que viven en Estados Unidos rescata a la pobreza general. Es patente la desatención oficial de los servicios sociales, de salud y educativos que no es atribuible a la pandemia. El aumento en precios y la mayor inflación rebasa lo previsto.

Por otra parte, ni la economía, ni las finanzas públicas van bien. La exportación principal la realizan las grandes empresas internacionales mientras que las pequeñas y medianas no tienen el suficiente respaldo de una banca de fomento. La importante salida de capitales que se ha registrado y la deuda exterior han aumentado a un ritmo superior a la de las administraciones pasadas. La importación no se ha contrarrestado con mayor producción de artículos intermedios lo que resta creación de empleos. Los requerimientos de las obras de infraestructura muy conocidas han drenado los recursos de vitales instituciones sociales como guarderías o el INE.

Los índices de desarrollo venían decreciendo desde antes de la pandemia y la actividad general está cada vez más atada a las decisiones de EU. Nada que decir del lamentable descontrol en la lucha contra los tráficos ilegales de toda índole y el aumento en las mortandades por el crimen organizado.

La sucinta reseña anterior sintetiza el producto neto de las elecciones presidenciales de 2018 y de las recientes legislativas y de los gobernadores en las que se ha consolidado, con pocas excepciones, las muy insistentes propuestas de izquierda de Morena. Las elecciones han sido, en general, democráticas; los partidos de oposición no son mayoría a escala nacional. Pero la insatisfacción popular se expresa constantemente en protestas en toda la República contra la gestión de autoridades en los tres rangos de gobierno.

De ninguna manera le atribuyo virtudes a las dictaduras, mucho menos a favor de las inútiles ideologías de las izquierdas extremas. Por el contrario, se trata de hacer notar la confirmada ineficiencia de sistemas electorales, pretendidamente democráticos, como existe en la mayoría de los países occidentales, cuando el electorado no cumple con su responsabilidad y sigue de frente. Queda así pendiente de resolver los problemas sociales enquistados como la desigualdad económica o las discriminaciones de todo tipo que en las democracias no ceden.

Algunos regímenes dictatoriales en Asia o Europa Central se jactan de no requerir más que un solo partido oficial para atender las demandas populares cotidianas. Declaran que la orientación ideológica está dada desde lo alto. El ciudadano tiene trazado su lugar en la sociedad, la de obedecer ciegamente ya que afirman que la opción liberal sólo engendra confusión e injusticia.

Nuestro México lleva ya tres años de decisiones centradas en una persona que, como en otros países, afirma mandar obedeciendo al pueblo… Un pueblo, empero, que al votar, no exige con valentía democrática que lo respeten. Por esta razón decimos que aquí la democracia está una vez más a prueba.