Un concepto de mentira
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Opinión

Un concepto de mentira

 


¿Hemos alguna vez cuestionado nuestras acciones por el bien de la naturaleza? Me temo que la mayoría de las personas han mostrado desidia por el tema. Ni qué decir de nuestros gobernantes que sólo han remarcado una escisión entre la naturaleza y el hombre, sometiéndola a una simple fuente de explotación: la naturaleza va siendo controlada, organizada, domesticada. La tala clandestina en nuestro país ni tan siquiera se considera un delito federal. La deforestación es brutal año con año, no sólo por la explotación ilegal, sino por el incremento de incendios provocados últimamente, el turismo depredador e irresponsable. ¿En qué nos hemos convertido? ¿Somos una amenaza latente, un enemigo brutal de nosotros mismos? 

La mayor parte de responsabilidad de las emisiones contaminantes a nivel mundial son la explotación de petróleo, gas y carbón. En nuestro país tienen nombre y apellidos. Pemex, por ejemplo, es una de las veinte empresas que emite 493,000 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente (tCO2e), las cuales representan 35% de todas las emisiones contaminantes desde 1965. En un país de apariencias, las instituciones gubernamentales, las secretarías del medio ambiente funcionan sólo a nivel burocrático y mantienen un distanciamiento con las prácticas de inspección de los recursos naturales. Las energías renovables, como podría ser la eólica y solar, no aparecen como alternativas, sino más bien como enemigos peligrosos. 

¿Qué han hecho las grandes empresas para mediar los daños provocados? Me parece que nada. Quizá un concepto inventado en un contexto político para no cerrar ningún trato multimillonario: energías limpias, disminución de gases de efecto invernadero. El concepto simula una responsabilidad de consciencia ecológica, una trampa, una verdadera tomada de pelo. En México se ha desatado un debate respecto a la decisión del retorno de las energías fósiles, uno de los más ambiciosos proyectos del sexenio. Nada me parece más escandaloso que esto. ¿Es acaso que la transición a energías renovables se vea impedida para siempre por negligencia, corrupción y ambición? ¿Cuándo podremos ver el valor sagrado de la naturaleza y no su utilidad para fines maléficos? Mi fatalismo me dice que nunca.

Las consecuencias climáticas a nivel global son atormentadoras para todos los seres vivos, en especial para la fauna terrestre y marina que son sólo víctimas de nuestro egoísmo. Sin embargo, los grupos más golpeados por estas tragedias son las familias de bajos recursos. Apenas en el estado de México e Hidalgo la pérdida material y humana ha sido desastrosa. En Oaxaca ni se diga…

Pero preguntémonos si nosotros también somos responsables de las emisiones contaminantes. En menor medida, sí, lo somos. Actualmente sumamos un número de diez cifras que ni tan siquiera puedo leer: 7.8 mil millones de personas en el mundo. Para vivir necesitamos comer, vestir, transportarnos de un lugar a otro y protegernos bajo un techo. Los litros y litros de agua extraída de pozos y de manantiales para construir viviendas de hormigón, para lavar, para asearse resultan ya insuficientes. Y la repartición de estos recursos y servicios suele ser para los más ricos. Es curioso que, por mantener hábitos ecológicos, “vivir con lo necesario” y optar por construir viviendas con materiales sustentables sean castigados pagando el doble o incluso hasta el triple. 

Es verdad que no necesitamos de mucho. Y lo que necesitamos puede ser de forma renovable y de bajo impacto ambiental. Nos disparan constantemente con productos inservibles e innecesarios. “No necesitamos de tanta chingadera”, dice mi madre… y yo le doy la razón. ¿Y las instancias de reciclado operan a lo largo de la república? Dudo mucho de su existencia en este imperio ideológico de requerir siempre algo nuevo y desechable. Lo que nos quieren hacer creer es que nada es para siempre. Y lo será sí no nos ponemos las pilas para combatir el cambio climático. 

Me parece que cada uno de nosotros debe y tiene la responsabilidad de hacer un lugar más habitable, no sólo para sí mismo, sino para la comunidad en la que vive. De vez en cuando me gusta recordar los senderos de pirules y jacarandas que había en los parques de mi pueblo. La naturaleza es tan generosa con nosotros que no podemos hacerla sufrir. Si tan sólo actuáramos en colectividad podríamos detener las decisiones caprichosas y arcaicas de líderes corruptos y empresarios depredadores que sólo desean lanzarnos, a nosotros, los más desposeídos, al llano de las desgracias. 

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