Querido W
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Opinión

Querido W

 


Escucho la impaciencia de la lluvia acercándose, rodeándonos con su inesperada túnica blanca y su fragancia juvenil. Hace años que el verdor de la hierba no se expandía con ese ritmo tan violento. Ojalá mis palabras también brotaran con ese ímpetu avasallador, pero hay días en que lo único que consigo es dudar sobre mi destino en este monte salvaje de la vida. Me angustié y lloré hace unos días. Todavía se guarda en mi cuerpo una sensación tembleque y anímica. La pandemia ha limitado la improvisación y los arrebatos siempre quedan atrapados en la piel. Estos meses me he resignado a llevar una rutina de sobrevivencia, la escritura de cartas, la escritura de posibilidades ficticias. 

Me han reprochado los últimos meses un estilo anticuado en mis escritos, me han subrayado que ahogo al lector con la densidad del paisaje. Debo admitir que eso es verdad. Sin embargo, lo que muchos consideran un defecto, quizá un retroceso, yo considero que han hallado uno de mis mejores vicios: la desobediencia de mirar con simpleza la vida. En medio de esta jungla conurbada, amurallada por paredes de hormigón, asombrarnos por los pequeños detalles, y si son tan desperfectos, mejor nos libera de esta locura enfermiza. Es probable que todavía sea muy pobre mi perspectiva, mi estilo un tanto mediocre. Admito que nunca he pensado en transgredir los cánones, sencillamente trato de mezclar las asperezas de la vida que me rodean con los latidos cálidos del alma. 

He de confesar que nunca he ido más allá de las fronteras nacionales y eso no ha impedido imaginarme paisajes extraños y desconocidos. Escribir nos concede la gracia de trazar nuevas geografías y edificar allí nuestros temores y deseos.  No dejes de mandarme postales de esas playas rocosas y tus anotaciones estando arriba de ese acantilado, un abismo tan seductor. Me alegra recibirlas. 

A pesar de mis intentos de levantarme antes de que el sol aparezca, el tiempo como la brisa matutina se evapora. Leo más o menos cuatro o cinco libros al mes y tres veces por semana reviso el periódico: los domingos, los lunes y los viernes. Para considerarme una escritora, las exigencias me sobrepasan. Todavía no sé si lo logre. Supe desde muy joven que yo quería dedicarme a algo que me mantuviera lejos de todo, pero escribir me mantiene más cerca del mundo, más cerca de la piel, más cerca del corazón. Pienso que no debo precipitarme. Las palabras se eligen y se tallan como pequeñas esculturas de acero inoxidable. 

El gato no hace más que dormir y pedir cariñitos cada cierto tiempo. Me despierta a las tres treinta de la madrugada, pide de comer y finalmente se sube a mis pies ronroneado. De ahí, es difícil quedarme otra vez dormida. Hay un anécdota del compositor alemán Johan Sebastian Bach: cuentan que el conde Kaiserling, antiguo embajador de Rusia en el tribunal electoral de Sajonia padecía de muchas enfermedades, entre ellas, el hechizo infernal del insomnio. Bach, en ese entonces era cantor de la iglesia de Santo Tomás de Leipzig y dispuesto a terminar con aquel indeseable mal, escribió: Aria con variaciones diversas para clave con dos teclados. Era 1741 y fue escrita para que lo interpretara uno de sus mejores discípulos: Johann Gottlieb Goldberg, joven clavecinista de catorce años. Así que cuando el sol se ocultaba y reinaba el silencio en el palacio, el virtuosísimo Goldberg tocaba maravillosamente inundándolo todo de música, consiguiendo ahuyentar el insomnio del conde. “Las Variaciones Goldberg BWV 988” interpretadas por Glenn Gould son mis favoritas, además que el pianista canadiense fue otro genio extravagante. 

La lluvia comienza a debilitarse y el cielo se abre poco a poco. Sobre la mesa el título Tierra de Nadie me exige volver: “No sé. Quisiera ser. Si fuera el barbarito ingenuo encontraría fácilmente lo que es mío. Somos un conjunto de cosas prestadas. A veces las robamos”. Esta novela, su segunda novela de voces dispersas, al parecer sin ningún tiempo inicial, ni tiempo final, sólo voces, circunstancias que se conectan sólo por la mismas ganas de huir de eso que llamamos realidad. 

Todos mis abrazos y sonrisas para ti. 

Escríbeme, escríbeme siempre. 

Verano salvaje, 2021

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