El proceso descivilizatorio o retorno a la barbarie
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Opinión

El proceso descivilizatorio o retorno a la barbarie

 


Por Víctor Manuel Aguilar Gutiérrez

Desde que el ser humano existe, sus relaciones sociales se han regido por la ley del más fuerte. La civilización comienza entonces, cuando es consiente que necesita del otro para sobrevivir. Entendemos por civilización, una sociedad compleja, y por tanto sus rasgos definitorios son su forma de organización, sus instituciones y su estructura social, así como su tecnología y la forma de explotación de sus recursos, en beneficio de los individuos que la integran. Es así como nacen entre otros, el Derecho y las formas de organización social como el Estado, cuyo fin es regular la convivencia protegiendo principalmente la vida, la libertad y la propiedad. La libertad de uno termina donde empieza la del otro. Este es el espíritu por lo cual se crean las leyes.
Dice Aristóteles: El ser humano es un ser social por naturaleza (…). La sociedad es por naturaleza anterior al individuo (…) el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada para su propia suficiencia, no es miembro de la sociedad, sino una bestia o un dios.
El libro de Norbert Elias, “El proceso de la civilización: Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas”, es un influyente trabajo en la sociología. En el primer volumen, La Historia de las costumbres, traza la evolución histórica del habitus europeo, las estructuras psíquicas, del individuo en particular, moldeadas por actitudes sociales. En él se examina cómo las normas europeas post-medievales relativas a la violencia, el comportamiento sexual, las funciones corporales, los modales en la mesa y las formas de expresión se transformaron gradualmente por el aumento en los umbrales de la vergüenza y la repugnancia, trabajando hacia afuera a partir de un código de etiqueta. El “autocontrol” internalizado por las complejas redes de relaciones sociales desarrolló las autopercepciones “psicológicas” que Freud llama el superego.
En el segundo volumen, Formación estatal y civilización, analiza las causas de estos procesos. Las encuentra en el Estado cada vez más centralizado de la Edad Moderna y en la red cada vez más diferenciada e interconectada de la sociedad.
Por otro lado, Huntington entiende la civilización como la más elevada agrupación cultural de personas, el más amplio nivel de identidad cultural que poseen los pueblos y el factor que los distingue. Son dinámicas, que se encumbran y caen; se separan y se mezclan, o desaparecen y se quedan sepultadas en las arenas del tiempo. Es decir, las ciudades, regiones, grupos étnicos, nacionalidades, grupos religiosos, etc., son entidades que tienen diferentes culturas, y niveles de heterogeneidad.
La descripción tradicional de la evolución cultural de la humanidad incluye su paso por tres estadios: salvajismo, barbarie y civilización. Esta perspectiva implica la idea de progreso, por más que entre sus exponentes estuviera Rousseau, que no veía mejora, sino degradación, en el paso del estado de naturaleza del buen salvaje al estado de civilización, en que el hombre está pervertido y corrompido por la sociedad. El pesimismo de Rousseau fue superado por algunos intelectuales posteriores, claramente optimistas como Auguste Comte.
El positivismo es la corriente filosófica creada por el francés Augusto Comte según la cual las ciencias positivas nos permiten conocer con objetividad los hechos por medio de las leyes que éstas descubren.
“El hombre es el lobo del hombre”, es una frase atribuida a Tomas Hobbes, aunque su origen es más antiguo. Esta locución fue creada por el comediógrafo latino Plauto, quien dice: “Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”.
Para Hobbes, el concepto de valor aplicado al hombre responde entonces a una posición relativista. Éste lo determina el entorno a través del juicio de los otros. Así, el valor de un hombre se traduce en el poder que tenga y en la estimación que las circunstancias y el juicio que otros hombres hagan de él. Desde esta perspectiva, el valor que se dé así mismo un hombre viene determinado por los otros y el entorno. Esta determinación responde a las relaciones sociales que desarrollan los mismos hombres a partir de sus diferencias, pues según él, el hombre no es social por naturaleza, pero sí establece relaciones sociales a partir de la diferencia que se expresa en las facultades naturales y en el uso de los medios necesarios para conseguir su propio bien. (Continuará).

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