Aquí también estamos todos
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Aquí también estamos todos

 


Por Yuriria Sierra

Querido lector, ¿de pronto se ha sentido en medio de una profunda irritabilidad, una que, además, resulta inevitable? Hasta una taza fuera de su lugar se convierte en un motivo para la guerra. A veces, ésta se lucha de manera interna, pero otras se pelea con la primera persona que se nos cruza enfrente. Hayamos o no padecido coronavirus en estos casi 16 meses de pandemia, todos hemos experimentado esta sensación. No es necesario, ni útil, mentir al respecto. Desde luego que es un alivio no ser parte de esas estadísticas tan dolorosas, las de los pacientes que llegan al hospital, las de las personas que necesitan ser entubadas o aquellas que deben ser despedidas; pero en este asunto del que hoy hablamos, todos, sí o sí, ningún habitante del planeta se salva, estamos involucrados. No hay excepciones.
Todos los seres humanos hemos experimentado cambios y afectaciones respecto a nuestra salud mental a partir de la emergencia sanitaria. Dicen los expertos, en este caso, de la OMS: “El miedo, la preocupación y el estrés son respuestas normales en momentos en los que nos enfrentamos a la incertidumbre o a lo desconocido o a situaciones de cambios o crisis. Así que es normal y comprensible que la gente experimente estos sentimientos en el contexto de la pandemia covid-19…”. Y aunque esto ahora lo damos por sentado, a muchos nos costó varios meses entenderlo. El gran pendiente hoy es saber qué es lo que vamos a hacer en lo individual, en lo colectivo y en lo institucional para sanar todas estas heridas con las que todos, absolutamente todos, regresaremos a lo que llamamos “normalidad”.
Hay quien insiste en el regreso a clases presenciales, algunos reducen el tema a sólo pintar paredes, barrer y limpiar los baños; algunas oficinas están programando un regreso escalonado, otras ya lo hicieron, unas más se resisten, pero ya tienen la idea en el futuro inmediato. Mientras tanto, la pandemia avanza, una tercera ola y más récords de contagios diarios. Eso sí, más vacunas, pero también la falsa idea de que con ella estamos a salvo por completo.
“Hace años propuse hacer una nota sobre el suicidio. Me dijeron que no, pero intenté investigar un poco. Busqué cifras. No las había. Llamé a la línea de Ayuda al Suicida. Me atendió una mujer de voz sedante. Le dije que no quería ocupar el teléfono por si alguien lo necesitaba, que era periodista y quería hablar, cuando pudiera, de su trabajo: cuánta gente llamaba, cómo seguían los casos. Fue cordial pero dubitativa, como si no creyera que yo, de verdad, no era alguien que quisiera suicidarse. Me dijo que no podía darme información. Le pregunté cuántas personas trabajaban con ella. ‘Ninguna’, me dijo, ‘estoy sola’…”, escribió hace unos días Leila Guerriero.
En su columna en El País, Guerriero reprocha cómo las cosas “aburridas” se hacen noticia “cuando se vuelven un drama”. El suicidio, en este caso. Y pienso que no puede tener mayor razón: nos hemos preocupado por regresar a la normalidad, por exigir vacunas, pero no por pedir ayuda para resolver todo aquello que se nos ha desacomodado en nuestra mente y en la forma en que trabajamos y vivimos nuestras emociones. El coronavirus no ha contagiado a todos, pero sí nos ha traído, sin excepción, a un lugar distinto al que estábamos hace casi año y medio. ¿Qué vamos a hacer al respecto? Primero tendríamos que reconocer que a este punto llegamos, para no esperar a que este tema tan “aburrido”, como el de la salud mental, se convierta en noticia y genere secuelas irreversibles, más de las que ya ha provocado a lo largo de la historia. En esto también estamos todos, ¿cómo vamos a ayudarnos?