Interrogantes educativos
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Opinión

Interrogantes educativos

 


Hace más de un año que la normalidad ha sido clausurada temporalmente por la contingencia sanitaria, aunque, al parecer, las tiendas departamentales de la ciudad siempre fueron la excepción. El agravio más inmediato ha sido para el sector educativo y cultural: suspender las clases presenciales para recurrir a un improvisado plan de estudios a distancia. ¿Existía otra posibilidad? Lo dudo. 

Hemos vivido casi un año de experiencias fallidas y acertadas. Se ha debatido sobre el rumbo educativo en nuestro país. Hasta ahora, en la práctica ha quedado claro una cosa: entre la escuela y la vida hay un gran abismo. Aunque un año es poco tiempo para juzgar, podríamos diagnosticar sus aciertos y torpezas. Después de todo, creo, se ha intentado replantear la importancia de la didáctica en el aula. Y se le ha concedido un lugar significativo a la educación virtual abriendo paso a un sistema híbrido, un sistema complementario dentro de las instituciones educativas. Ya se verá con el paso del tiempo.

La educación a través de las pantallas sucedió primero como un remedio, una forma apresurada al problema. Se dio continuidad a los existentes planes de estudio como si no pasara nada, sin reparar el conjunto del problema educativo y sus brechas económicas y socioculturales. El remedio se llamó capacitación, una lógica del sistema de mercado, de negociación, de superficialidad y al momento. Capacitar a los maestros en medios tecnológicos como si la educación presencial se mudara a una pantalla de computadora. Capacitaciones para mostrar una veintena de plataformas virtuales y sus posibilidades de interacción con sus alumnos. La realidad fue que no terminaron nunca por aterrizar en la práctica real. ¿Un retroceso al modelo tradicional en zoom?, ¿una aterradora regresión a la pasividad, a la nulidad de los procesos didácticos con el programa de gobierno “Aprende en Casa”? 

Ante el escenario nebuloso, me pregunto si podría haber otra alternativa que no fuera necesariamente la escuela oficial, centros educativos gubernamentales alternos que ofrezcan una perspectiva menos tiránica y absurda. Es posible que sí. Pero nuestro problema podría plantearlo de esta forma: ¿De qué forma nos interesa el conocimiento? ¿Por qué asistimos hoy a la escuela? ¿podríamos considerar que tenemos hábitos de estudio independientes? En mi experiencia podría considerar que existen personas tremendamente cultas sin títulos universitarios. Pocos son los casos.

La terquedad por continuar un estricto plan de estudios que sólo agobia frustra y aburre a nuestros niños y adolescentes y que, además, es un plan que carece de todo proceso didáctico, de todo proceso de descubrimiento. ¿Qué ganamos? Deserción hay, conocimiento a medias hay, entonces ¿qué perderíamos? Me preocupa que todo proceso de descubrimiento se esté llenando con respuestas rápidas y automáticas y por tanto la chispa de “buscar por nuestra cuenta la resolución del problema” se desvanezca poco a poco y conlleve a una pérdida de sentido de aprender a aprender. O quizá esté equivocada y surja más que nunca autodidactas por todas partes.

Los autodidactas son como “cazadores de la verdad”, aprenden movidos por la incertidumbre. Los observadores de sí mismos comprenden sus limitaciones. Aprender a aprender conlleva un largo proceso que se va perfeccionando: lo ideal es lograr la independencia de pensamiento.

Pero en este viciado mundo de consumidores, ¿no es ése el lema del gran negocio del siglo?: educación para toda la vida. Los cursos, los cientos de talleres, la certificación, el vendedor de sabiduría, el comprador de conocimientos. En Oaxaca me sorprende la gran cantidad de emisoras vacías de contenido. Ni qué decir de programas de televisión. El autodidactismo en nuestro país no tiene cabida si no tiene efectivo. Y para ganarlo se necesita de tiempo y el tiempo se agota ganándose la vida. 

 Y si así fuere, ¿usted confiaría la educación de sus hijos a un hombre o a una mujer que aprendió y descubrió el mundo por su cuenta? ¿Confiaría en sus saberes? En mi experiencia, junto con otros amigos, nuestros maestros elegidos fueron autodidactas alejados del sistema, cazadores furtivos de la belleza, de la verdad y la oscuridad de la poesía, y a veces sólo de poesía porque no necesitábamos otra cosa más. ¿Qué necesita el hombre para vivir dignamente? Ya hablaremos de esto en el siguiente artículo. 

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