La vida y los mayates
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Opinión

La vida y los mayates

 


Las cuadras se llenaron de escarabajos negros: había en la entrada de mi casa, en la cocina. Los hubo en mi cuarto. ¿A dónde iban? Había un gran tapiz de mayates en la Ciudad. Recuerdo que, de niños, a la hora del recreo salíamos disparados hacia las canchas de tierra para agarrarlos y ponérselos en el cuello a algún pobre despistado para darle un susto; concursos de ponerlos boca arriba y motivar a nuestro coleóptero para que se pusiera en marcha. Eso nunca sucedió. Preferíamos aplastarlos, escuchar el cronchis de la muerte. De niña mordí a un mayate. Sentí sus patitas en mi boca. Error. Ahora que los vuelvo a ver aparecen todos estos recuerdos y sonrío. Los mayates son un portal que nos devuelve una parte extraña de nuestra infancia. 

Les cuento un cuento, había una vez un chico de siete años que acosaba a un pobre vendedor de estatuas llamado Octaviano Crivellini que lo pateó vilmente hasta que lo mató: “Las patadas invisibles a la hora de las comidas, las hubiera podido soportar como picaduras de mosquitos de otoño, terribles y tolerables porque existe el descanso del mosquitero por la noche, las piezas sin luz y el alambre tejido en las ventanas, pero las diversas molestias que ocasionaba Tirso, el chico de siete años, eran constantes y sin descanso. No había adónde acudir para librarse de él.” El cuento es “Vendedor de estatuas” de la genial escritora argentina Silvina Ocampo (1903- 1993). Siento que sus palabras transmutan la realidad cotidiana a una serie de imágenes fantásticas, imágenes alucinantes. En sus cuentos, los niños tienen la apariencia de ser otra cosa. Poseen una ingenuidad macabra, de una extraña pureza para reinventar la crueldad. 

Los Xyloryctes thestalus comúnmente conocidos como mayates aparecen en épocas de lluvias. En esta temporada, los escarabajos adultos salen a la superficie para aparearse y morir, la mayoría aplastados, otros masticados por los perros. Su apareamiento suele ser directo, nada rebuscado y la hembra pone los huevos debajo de un tronco, cerca de la hojarasca, debajo de la superficie del suelo, pues las futuras larvas se alimentan de hojas, raíces y madera. La madre escarabajo después los olvida. Y muere. Al menos esa impresión me da. He visto mayates caminar al precipicio. No los considero unos insectos muy listos, sino algo torpes. Además, su metamorfosis suele ser de lo más repugnante. ¡Qué vida la suya! 

¡Y qué vida la nuestra! Afuera hombres y mujeres esperan el colectivo que los lleve a su trabajo. Otros, hacen una fila larga para comprar pollo fresco. Los perros de la calle desesperados por el hambre comen bolsas de plástico. En el cerro, las favelas oaxaqueñas crecen drásticamente. Algunas mariposas de color intenso revolotean entre las pequeñas cabecitas de niños que no asisten a la escuela. Así ha sido desde hace algunas décadas. La misma escena, los mismos problemas: educación elitista, falta de proyectos de vivienda, falta de empleos con salarios dignos y a su vez, éstos arrastran otros más, delincuencia, descuido ambiental, violencia, corrupción, engaños y fastidio. La publicidad política no es más que un ruido de fondo que cuesta millones de pesos y no resuelve nada. Todo permanece igual. Con un partido o con otro, conservar la miseria de espíritu, la miseria intelectual en nuestros diligentes políticos se ha vuelto costumbre. 

Los escarabajos siguen boca abajo. Los observo, caminan y se detienen, caminan y se ponen panza arriba. Qué absurdo suelen ser sus vidas. Pero confío en que la naturaleza es sabia. Tan sabia que algún día podrá exterminar a los políticos nefastos que hoy abundan como repugnantes escarabajos esparcidos por toda la Ciudad. 

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