Sólo con el pensamiento
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Sólo con el pensamiento

 


La cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos; la más fácil es hablar mal de los demás

-Tales de Mileto

 

Domingo por la tarde, entrando la noche, venía regresando a casa con mi esposa.

Sonó el teléfono y contesté, era Víctor Santiago que me invitaba, una hora más tarde a una reunión con unos amigos de él que quería que me conocieran, en San Juan, en la casa de Lucas, el señor que cura; “preguntas por él, cualquiera te da razón” me dijo; admito que la invitación me agarró por sorpresa, así que, pensé rápido y me pregunté: “¿Por qué tan lejos? ¿Por qué a esta hora? ¿Por qué en domingo? ¿Por qué yo? ¿Por qué Víctor Santiago?” No era normal, porqué él nunca me llamaba y hacía más de tres años que no lo veía; le agradecí la invitación y le dije que iba a tratar de ir; mis dudas hacían que sonara más interesante la reunión.

De inmediato fui a buscar a mis hermanos que vivían en la casa contigua para ver si alguno me quería acompañar, no estaba ninguno; le pregunté a mi padre si quería ir conmigo a San Juan y dijo que no, que se sentía cansado.

Ya no quedaba más que declinar la invitación; en un último intento le pregunté a mi esposa si quería ir y sorpresivamente dijo que sí; salimos de inmediato pues San Juan está a más de cuarenta y cinco minutos de dónde estábamos.

Las calles de San Juan eran de tierra, sin luz eléctrica y yo sin saber la dirección, así que empecé a preguntar por la casa de Lucas el señor que cura y mis informantes me fueron guiando hasta llegar a un terreno grande que a primera vista era la parte trasera de una casa, con una barda de carrizo, sin puerta y a medio patio un árbol de mezquite y una carreta, al fondo a la derecha un corredor de material donde, en la oscuridad, se distinguían unos toros y un pesebre,  no se veía a nadie y extrañamente no había perros, pero en un jacal, entrando, a la izquierda, se veía el resplandor de la lumbre de algún fogón.

No se veía ningún indicio de que fuera a haber una reunión, así que empecé a gritar para ver si alguien respondía; de entre las sombras salió una mujer con mandil, de pelo negro largo, trenzado y amarrado sobre la frente con listones rosa pálido a la que pregunté por la reunión que para entonces debía estar empezando. Me contestó que sí, qué aquí era, llevó a mi esposa a un tejaban que al llegar, de reojo, por la oscuridad no había percibido y a mí me dijo que pasara, señalando una pieza grande, rectangular, de carrizo con techo de palma de la que formaba parte la cocina; a media pieza había una mesa y sillas de madera rústica, sin barnizar y un foco colgado arriba de la mesa, el piso era de tierra húmeda recién barrida.

Habían pasado doce minutos después de la hora de inicio cuando llegó Lucas, el señor que cura, nuestro anfitrión de esa noche; era un campesino que nunca había visto ni volví a ver, de piel morena, alto, robusto, de complexión fuerte y con buena salud, pelo ligeramente entrecano, quebrado y peinado hacía atrás, de unos cincuenta años, con una camisa de manga corta por fuera del pantalón, panzón y de huaraches, y al mismo tiempo se presentaron cinco invitados que entraron por otro lado en una calle transversal que supuse debía ser la entrada principal de la casa.

Con ellos venía Víctor Santiago quién me había invitado, mi amigo y maestro, carpintero, oriundo de Capulálpam de Méndez; sencillo, humilde y sabio, apegado a sus valores familiares y a los usos y costumbres de su pueblo.

De pie, antes de iniciar la sesión uno de ellos, de pelo ondulado, largo hasta los hombros y barba larga con canas a ambos lados, vestido con una túnica blanca de raso, ceñido y de huaraches, le entregó a Lucas con las manos extendida una faja tejida en telar de él, en reciprocidad le ofreció lo único que tenía a la mano, una Pepsi Cola mediana que recibió haciendo una reverencia en señal de agradecimiento.

Lucas se sentó a la cabecera, a su derecha el señor de pelo largo, Víctor Santiago y el médico Juan José Méndez y enfrente Julián Rosas que venía de Comitán y Miguel Hernández Cabrera de Natividad y yo a su izquierda, le pedí permiso que me concedió, para hacer anotaciones.

Fue una reunión informal pero provechosa, no hubo orden del día, no hubo presentaciones, ni se explicó el motivo de la reunión ni el objetivo que se esperaba alcanzar al final.

Temas de filosofía vividos, fueron saliendo en orden, espontáneamente; nos explicó Lucas, el señor que cura, que el alimento del primer hombre fue la miel de abeja y que en ese tiempo el hombre vivía en armonía con la voz de la Naturaleza, no se enfermaba y se comunicaba sólo con el pensamiento porque no necesitaba hablar.

 

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