La contingencia que construimos
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La contingencia que construimos

 


Esta semana, en el diario El País, Javier Sampedro, publicó Contra el optimismo, un análisis de cómo en medio de las grandes crisis sociales y sanitarias, una vez superadas, no cambia en nada el sistema que las generó, es más, las ha exacerbado (https://bit.ly/2x2ptn4).

Como Sampedro y tantos otros, coincido en que la crisis que estamos padeciendo es una provocada por un sistema económico y social fallido. Hoy, ante una emergencia del candado que representa el brote del COVID-19, es imposible maquillar o ignorar los errores estructurales de lo que colectivamente hemos contruido generación tras generación.

Casi todos los países del mundo están enfrentando al monstruo del coronavirus, pero las diferencias entre las condiciones y resultados son muy diferentes. La capacidad de respuesta de cada país está siendo condicionada por factores económicos, tecnológicos y culturales.

Nuestro gran talón de Aquiles es la desigualdad. Ante la más importante medida para contener un brote de coronavirus -el distanciamiento social- millones de mexicanos se encuentran imposibilitados para ello pues la precariedad económica en la que viven les ha condenado a mantener sus fuentes de empleo informal operando o, de lo contrario, no contar con lo mínimo para existir: alimentos (https://bit.ly/3aOHaFu; https://bit.ly/3aGFJsA).

Otro de los grandes males que aquejan a nuestra sociedad es la del individualismo, que tal como en otras sociedades, ha provocado que las personas que sí pueden mantener la cuarentena decidan activamente ponerse en peligro y poner en riesgo al resto de la sociedad (https://bit.ly/3dVeSeg; https://bit.ly/2wTBhIp; https://bit.ly/2wcDyOg; ).

Asimismo, nuestro endeble sistema de salud y de investigación han sido castigados sexenio tras sexenio con recortes y saqueos, por lo que hoy, cuando más se les necesita, se encuentran en estado comprometido, poniendo en riesgo la salud de la población entera (https://bit.ly/2X8iJ1z; https://bit.ly/3aK6XhZ).

La violencia intrafamiliar se hace más visible con el confinamiento y las personas en estado de vulnerabilidad se quedan sin techo y redes de apoyo ante el aislamiento (https://bit.ly/2JGxnFg; https://bit.ly/2Xb4dWS; https://bit.ly/3aH9YiU; https://bit.ly/2UUPxIw).

Nuestra economía, aún obstinada en mantener al petróleo como principal motor, hoy se ve desvalijada por la caída estrepitosa del precio del crudo y (https://bit.ly/3aHEpp7), aún cuando hay producción, incluso de los hoy invaluables insumos médicos, esa producción no se queda en nuestro país (https://wapo.st/2X5QznX).

Todas estas circunstancias se convierten en el caldo de cultivo que podría desencadenar el peor escenario para nuestro país.

Es verdad que al quedar exhibidas estas desigualdades, la reflexión y cambio deberían ser inminentes, como lo señala Martín Caparrós en El mundo es plano, publicado en la versión en español de The New York Times (https://nyti.ms/2JGtIaK), sin embargo, me mantengo partidaria de la visión de Sampedro. Esto apenas es el principio… aunque es precisamente de nosotros de quien esto depende.

@GalateaSwanson