Rufino González: 45 años de “sacar brillo” al calzado
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Rufino González: 45 años de “sacar brillo” al calzado

El bolero, originario de Huautla de Jiménez ha resistido y aprendido a amar un oficio tradicional


Fotos: Lisbeth Mejía Reyes / Originario de Huautla de Jiménez, Rufino González Martínez se inició como bolero en 1977.
Fotos: Lisbeth Mejía Reyes / Originario de Huautla de Jiménez, Rufino González Martínez se inició como bolero en 1977.

Su vida ha transcurrido bajo la sombra de colosales laureles, entre protestas y plantones, con la música de la marimba de fondo o el de algún grupo de música andina. Entre el diario transitar de las familias que acuden al zócalo y el de los miles de turistas, Rufino aguarda pacientemente cada día, como desde hace más de 45 años. Un sillón rojo, los cepillos, la grasa, los trapos, la cera y los jabones son las herramientas de este bolero oaxaqueño, un oficio tradicional que caracteriza a esta parte de la ciudad de Oaxaca.

Con él acuden profesionistas, políticos, jóvenes, adultos mayores, empresarios, mujeres y todo tipo de clientes que requieren de sus servicios.

Rufino González Martínez es originario de Huautla de Jiménez y llegó a la ciudad de Oaxaca en 1976, con el impulso de aprender español y superarse. En un estado y país donde las personas hablantes de lenguas originarias han sufrido discriminación, el hablante de mazateco, su lengua materna, enfrentó varias dificultades laborales en esos primeros años.

Con 60 años de edad, Rufino ha conseguido superar varios obstáculos y hacer de su oficio el sostén económico de su familia. Aquel con el que impulsó a su hijo a convertirse en abogado.

Desde que entré aquí fue con la ilusión de quedarme, echarle ganas y buscar la forma para que regrese la persona que venga a bolearse una vez”, señala el aseador, quien como sus compañeros cobra 30 pesos por boleada.

Sin familia ni nadie que le apoyara, debió dormir en las calles, bañarse en las aguas del río Atoyac, cuando aún eran aptas para uso humano. “Cada semana iba a bañarse, todavía llevaba mucha agua”, recuerda Rufino, quien al principio se muestra tímido, pero pronto se siente en confianza para hablar del trabajo con el que no solo busca obtener ingresos sino hacer que la clientela le confíe su calzado.

“Desde que entré aquí fue con la ilusión de quedarme, echarle ganas y buscar la forma para que regrese la persona que venga a bolearse una vez”: Rufino González Martínez

Aunque primero fue lavador de autos en la calle Antonio de León, Rufino se inició como bolero en 1977 gracias a la amistad que entabló con otro aseador de calzado. Fue así como la Alameda se convirtió en su primer espacio de trabajo, en el que dispuso de una silla de madera para bolear y a poner en práctica lo que observaba, pues tuvo que aprender por cuenta propia.

En el 78 empezaron a usarse los sillones”, rememora González, quien como esto describe aquellos años como más tranquilos, pocos visitantes y autos: “había menos maldades, también; se caminaba tranquilamente en la ciudad”.

Aunque tradicional, en este oficio también han ocurrido cambios. De únicamente cepillar y pintar o lustrar los zapatos, Rufino cuenta que en su caso ahora suele “lavar” el calzado para quitar las manchas o suciedad. Y dependiendo de las necesidades de la clientela, aplicar otros productos.

En los últimos años, también ha observado cómo las mujeres buscan cada vez más este servicio, lo mismo que la juventud.

Con una clientela fija que ha generado en más de 40 años, Rufino ha podido sortear las crisis en el oficio, desde los plantones de profesores hasta las protestas de diversos grupos en el zócalo. La pandemia, los operativos contra el comercio en vía pública y la remodelación del zócalo han sido otros de los momentos difíciles para él. Inclusive, las vacaciones, pues quienes usualmente acuden con él salen de la ciudad.

Aun así, su idea es mantenerse en este oficio hasta los últimos días de su vida, pues también reconoce que es un trabajo en el que no existe la posibilidad de jubilarse o pensionarse.


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