¡Feliz cumpleaños 489, bella ciudad!
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¡Feliz cumpleaños 489, bella ciudad!

489, Ab Urbe condita


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Miguel Herrera López

“Florece en el continente…una muy noble ciudad, populosa, ataviada de bellas mansiones, insigne por sus mercaderías, augusta por sus magníficos templos, a la cual dio nombre ilustre el valle de Oaxaca. Está rodeada la próspera ciudad, de campos vastísimos, muy fértiles por su rica gleba; en los cuales las brisas mezclan fríos y calores vehementes, aliviando así con el clima benigno a hombres y ganados.” Esto escribió, en 1781, el poeta y sacerdote jesuita guatemalteco Rafal Landívar, en su obra en latín Rusticatio Mexicana, testimonio vívido de un viajero culto que encontraba a su paso el esplendor de una ciudad erigida con la idea de grandeza.

“Guaxaca, cabeza del obispado de su nombre, aunque no de grande extensión, es pueblo muy lindo y muy alegre. Es, como todas las demás de América…ciudad abierta y sin murallas, baluartes, ciudadela, artillería ni municiones para defenderla. Está gobernada por un alcalde mayor, cuya jurisdicción se extiende mas allá del Valle hasta Nejapa, y casi hasta Tecoantepec que es un puerto sobre el mar del Sur.” Esto decía Tomás Gage, un fraile dominico irlandés asentado en Guatemala, citado por el P. José Antonio Gay en Historia de Oaxaca.

“Para la Provincia de Guatemala…caminaba un dueño de recuas; y habiendo hecho ya algunas jornadas, poco antes de la que le faltaba para entrar a esta Ciudad de Oajaca… Proseguía su viaje, entrada ya en esta Ciudad, llegó a la ermita de San Sebastián, y á la puerta principal…, al llegar enfrente de ella el mestizo bruto se dejó caer con su cajón en el suelo: pensóse que era fatiga y rendimiento al peso que le oprimía; acudieron unos y otros á levantar la mula, que discurrieron cansada, valiéndose de las fuerzas, ardides y diligencias que en tales casos dicta el despecho y la impaciencia de los de aquel ejercicio. Todo, empero, fue en vano, y cansados los sirvientes, hubo el dueño principal de entrar en la ciudad. Notició a la justicia el caso sobre lo que había sucedido, pidió se abriese en su presencia el cajón, y lo que en él se hallara que quedara por autoridad suya depositado hasta en tanto que contase de su legítimo dueño. Pasó a la averiguación de un alcalde ordinario; mandó que descargasen la caja hízose y esto bastó para que se levantase la mula, que estaba todavía en el suelo, ya buena y sana al parecer, pero muy a breve rato volvió a caerse muerta. Pareció entonces a todos efecto del trabajo y gran peso de la caja, y abierto el cajón que contenía una hechura de Jesucristo Nuestro Redentor en que se representaba su gloriosa Resurrección y una cabeza y manos con rótulo que decía “Nuestra Señora de la Soledad al pie de la Cruz”. Tomado de Historia de Oaxaca, P. J. A. Gay, refiriendo un manuscrito del archivo de los dominicos.

“Es considerada la ciudad de Antequera del valle de Oaxaca como una de las principales. En cuanto al nombre de Antequera, no existe un conocimiento claro, barajándose varias hipótesis, siendo una de ellas que el licenciado Delgadillo, quien fue uno de los principales oidores que vinieron a esta tierra, puso este nombre a esta ciudad porque él era natural de Antequera, Málaga (aunque Bernal Díaz dice que era “natural de Granada”). Tierra de clima templado. Toda la ciudad está asentada en llano. No le falta el agua a la ciudad; la tierra es fértil y en ella se dan frutos. En un principio ochenta vecinos poblaron Antequera, pero en 1579 había una población de 500, y conviven con más de trescientos indios ─mexicanos, zapotecas y mixtecas, llamados naboríos, cuya misión y oficios eran los servicios.” Oaxaca en Relaciones geográficas del siglo XVI: Antequera, 2 vols. (citado por María del Carmen Martínez Sola en El obispo Fran Bernardo de Alburquerque – El marquesado del Valle de Oaxaca en el siglo XVI).

“En esos años éramos treinta mil habitantes en la ciudad, que al norte terminaba en la Calzada Porfirio Díaz, al sur en la vía del ferrocarril a Tlacolula, al oriente en el Panteón General llamado también de San Miguel y al poniente nuestra querida estación del tren.” Escribió la querida e inolvidable Gloria Larumbe en Así era Oaxaca.

Antequera, Guaxaca, Güaxaca, Guajaca, Xashaca, Huaxyacac, Oajaca, Oaxaca… muchas grafías para una ciudad que justifica cualquiera de sus versiones con documentos escritos; con registros archivísticos reales, eclesiásticos y civiles. No se diga la extensa bibliografía antigua y moderna de cronistas, literatos, historiadores o investigadores, sobre un asentamiento humano que fue ideado y trazado como grata estancia de sus pobladores, viajeros y visitantes. Antequera fue ideada para la grandeza y por ello se diseñó con profundo sentido estético, con rigor urbanístico no visto en el Viejo Mundo, con deslumbrante arte decorativo, con solidez arquitectónica, con amplitud visual y en el cenit de la grandeza castellana. Cualquiera que diga que tiene dos mil años, se engaña a sí mismo y no tiene pruebas.

Por efecto de Cédula Real, Antequera, hoy Oaxaca, fue erigida Ciudad el 25 de abril de 1532.

Si el caminante, el arriero, el jinete, el comerciante, el fraile evangelizador, las monjas, el alarife, el escultor, el herrero, el ebanista, llegaban a Antequera procedentes de México, entraban por la garita del Marquesado, cruzaba por la iglesia de Santa María y en su camino topaba con el templo, hoy basílica, de la Soledad, para ascender su escalinata y luego saludar a San José, ahí mismo, bajo la ermita del Calvario. Retomado un corto camino, el oratorio de San Felipe Neri deslumbraba con su retablo churrigueresco intocado hasta la fecha, obra original de la inspiración religiosa con su ornamentación pictórica y de esculturas salvíficas; ahí enfrente, San Cosme y San Damián, con su hospital anexo, memorial de dos médicos del primitivo cristianismo, templo de dimensiones modestas y decoración austera, hoy víctima de irracionalidad destructiva.

A pocos pasos, la suntuosa Catedral, con la advocación de la Asunción de María, imponía su majestuosidad y en su interior, un órgano hacía cimbrar el alma con las notas del Stabat Mater de Juan Matías, el gran polifonista de la Antequera virreinal. Esa Catedral sigue ahí, con su insuperable colección hagiográfica de pintura y escultura, sus vitrales de San Pedro y San Pablo, observando el fervor de un pueblo que visita al Señor del Rayo. 

Frente al costado norte de Catedral y de la Mitra, se yergue el Palacio Episcopal, de enormes bloques de cantera, con cierta semejanza a los palacios de Mitla, hoy Palacio Federal y, a su lado, el Seminario Pontificio de la Santa Cruz, que luego fuera el Instituto de Ciencias y Artes, transformado después por el neoclasicismo arquitectónico. Ahí están, cimentados con firmeza, observando el tiempo.

Rumbo al norte de la ya ciudad, el encuentro sorprendente con el gigante magnífico, templo, convento y huerta de los dominicos, ese predio que les fue cedido por el cabildo en 1529 para que erigieran el monumento barroco más bello del Nuevo Mundo. Destruido por el vandalismo de las guerras, la paz del claustro se hizo cuartel y por la incuria de la soldadesca a lo cual Carleton Beals, el historiador escribió en 1932: “…ha sido usado como establo para caballería; está lleno de estiércol y tiene sus paredes mutiladas, con dibujos pornográficos y comentarios de los soldados. El orgullo y disciplina militares, además de las consideraciones estéticas, deberían bastar para prevenir que incluso un establo se encontrara en estado tan deplorable.”  Ese gran emplazamiento arquitectónico y cultural que data de 1575, fue finalmente rescatado y restaurado, primero en la década de 1950 a iniciativa y esfuerzo de Fray Esteba Arroyo O.P., que recreó el retablo mayor y la capilla del Rosario. En 1998, por fin, todo el conjunto fue rescatado, es un centro cultural inigualable. Sí, es Santo Domingo de Guzmán, obra para el tiempo y para el mundo. Los frailes dominicos, cronistas, maestros, evangelizadores, misioneros: padres de la civilización en Oaxaca.

No se puede hablar del Oaxaca actual, sin pensar en la Antequera rica, hermosa y prodigiosa del Virreinato. Sus fundadores pensaban en grande y mirando quizás la eternidad del espíritu humano, por eso iniciaron las grandes construcciones eclesiásticas, que marcan la singularidad y belleza de la ciudad. El celo religioso y la fe en la redención pronta, al pasar por el tránsito del purgatorio, hizo que tuviéramos dos templos dedicados a la Virgen del Carmen, uno de ellos el modesto templo del Carmen Bajo y otro, el Carmen Alto, como en otras ciudades de Sudamérica. Todo ello antes de que se expandiera la advocación de Guadalupe, por eso su santuario está en lo que eran los límites al norte de la ciudad, junto al río de Jalatlaco, con su gran convento de Betlemitas, expropiado como todos los conventos de la urbe, misma suerte que el grandioso conjunto de Santa Catarina (Santa Catalina de Siena), que fue dispuesto el claustro como cárcel, su iglesia como cine; el resto como escuela, palacio municipal y también sede de las logias masónicas. Hoy, ya restaurado el claustro, es un lujoso alojamiento para el turismo y la gastronomía. Poco se recuerda que por la ley de exclaustración de 1863, las religiosas fueron expulsadas de su convento, salvajemente, en medio de una funesta noche, como ocurrió en todo México; hoy sería imperdonable por la abominable violación de los Derechos Humanos.

Pero no dejamos de observar otros monumentos como San Juan de Dios, de facto la primera sede diocesana, con su corona rectangular de pinturas. Muy cerca, el templo de los jesuitas, la Inmaculada Concepción, con la planta más grande de las iglesias de la ciudad, exceptuado Catedral. A pocos metros de las Casas Consistoriales, hoy Palacio de Gobierno, se yergue el magnífico templo de San Agustín, despojado por la furia confiscatoria de todas sus obras artísticas, salvándose la grandiosa pintura de la Santísima Trinidad, de algún artista gigante, tal vez de la escuela de Miguel Cabrera, llamado “el Miguel Ángel novohispano” y nacido en la ciudad.

Cada barrio de Antequera y de Oaxaca se significaba por su santo patrón o santa devocional. Ahí hacia el sur de la ciudad están las Iglesias de la Consolación, de la Defensa, San Francisco, la Trinidad de las Huertas. Oriente, la Merced y su claustro; el Patrocinio, Las Nieves, Nuestra Señora de los Ángeles conocida como Los Príncipes. Cerca de Santo Domingo, la parroquia de la Sangre de Cristo.

No se puede omitir, al admirar la belleza de esta Oaxaca, a grandes personajes que contribuyeron a su construcción, embellecimiento y educación del más alto nivel. El obispo de Antequera (1562-1579) Fray Bernardo de Alburquerque, dominico; Fray Francisco de Burgoa, nacido en esta ciudad en 1604, dominico también, gran cronista de Orden de Predicadores y que hoy la gran biblioteca del Centro Cultural Santo Domingo lleva su nombre; Don Manuel Fernández Fiallo, filántropo portugués que dedicó su fortuna a la erección de hospitales, hospicios, templos, mercados, colegio de niñas, entre otras obras a finales del siglo XVII y principios del XVIII.

El Oaxaca de finales del siglo XIX y principios del XX no puede explicarse sin el insigne primer arzobispo de Antequera, Don Eulogio Gregorio Gillow y Zavalza, Marqués de Selva Nevada. De ascendencia británica y española, poblano; artífice de la política de conciliación entre la Iglesia y el Estado. Llegó como obispo en 1877 y en 1895 elevado a arzobispo. De gran fortuna familiar, de su peculio realizó obras de beneficencia y construyó un nuevo arzobispado en las calles de Independencia, monumental obra que fue expropiada durante la persecución religiosa de 1926-29, ocupándolas el partido oficial de entonces, el Departamento Agrario y que hoy son oficinas de correos y telégrafos ambos ya en desuso, así como una unidad de investigaciones de la Universidad Nacional. Monseñor Gillow logró que el gobierno federal entregara al clero diocesano, el templo de Santo Domingo y el patio de la enfermería; a cambio de lo cual Gillow le donó y construyó al ejército, el cuartel de caballería anexo también al convento. En su época, el Seminario Pontificio de la Santa Cruz (fundado en 1673 mediante Breve papal), instalado en el convento de Belén anexo a Guadalupe, contaba con una magnífica biblioteca, laboratorios, canchas deportivas y elementos para una sólida educación superior. Muchas iglesias, dañadas durante la Guerra de Reforma y despojadas de sus bienes artísticos y tesoros, fueron restauradas por Gillow. Se ganó el cariño y apreció de una ciudad remozada y nuevamente grande.

En 1987, el centro histórico de Oaxaca, fue inscrito en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. Ese galardón cultural e histórico se debe a la obra constructiva, educativa y artística realizada durante el Virreinato. Después de la Independencia, no se realizó ninguna obra pública de importancia en la ciudad. Fue hasta la época del presidente Porfirio Díaz, cuando se reiniciaron obras, como el formidable Teatro “Macedonio Alcalá” (llamado originalmente “Luis Mier y Terán”, luego “Jesús Carranza”), de exquisita arquitectura y fina decoración, acorde con el modelo y momento de su construcción. Igualmente se construyó el edificio del Instituto de Ciencias y Artes (que hoy ocupa la rectoría y escuela de Leyes de la Universidad Benito Juárez) y se erigieron escuelas como la Normal para Mujeres, la Militar o Correccional para jóvenes varones, entre otros trabajos de embellecimiento como el zócalo, el mercado “Juárez Maza”.

En esta ciudad nacieron personajes de nuestra historia como Carlos María de Bustamante, el gran asesor y consejero de Morelos; Porfirio Díaz, Matías Romero, Ignacio Mariscal, Manuel Dublán, Marcos Pérez, Manuel Ruiz, Ignacio Mejía, José Justo Benítez, Félix Romero, José María Castillo Velasco, el padre Ángel Vasconcelos, el poeta Félix Martínez Dolz, el periodista Fernando Ramírez de Aguilar “Jacobo Dalevuelta”, el padre Carlos Gracida,  el historiador rebelde Guillermo Reimers Fenocchio. Aquí, en el Seminario y en el Instituto estudiaron Benito Juárez y la generación liberal del ’57, incluyendo a Emilio Rabasa y Rosendo Pineda, que no nacieron en Oaxaca. De la Escuela de Medicina del Instituto egresaron Aurelio Valdivieso y Ramón Pardo, que dieron lustre a la práctica clínica, a la investigación y a la ciencia médicas.

Quizás la mente más grande que conociera México en el siglo XX, fue José Vasconcelos, el Maestro de América, nacido en Oaxaca en febrero de 1882, Rector de la Universidad Nacional, fundador de la Secretaría de Educación Pública; filósofo y creador del gran proyecto educativo revolucionario mexicano, imitado en varios países del continente.

Dos grandes pintores, los mejores de Oaxaca: Teodoro Velasco y Rodolfo Nieto, nacieron en nuestro barrio del Peñasco, en las faldas del Cerro del Fortín y fueron escolares del Solar Infantil Oaxaqueño, fundado por el jesuita Luis Arámburu y que dirigió Carmita Herrera.

Al Padre José Antonio Gay, a Andrés Portillo y a Jorge Fernando Iturribarría, originarios de esta ciudad, debemos la investigación profesional y metodológica de nuestra historia, dando referencia y testimonio lo que aquí ha ocurrido.

Los oaxaqueños tenemos un himno: “Dios nunca muere”, debido a la inspiración de Macedonio Alcalá, gran devoto de Santa Cecilia y nacido aquí. Samuel Mondragón también de esta ciudad, construyó el marco musical de nuestra Guelaguetza y el himno local, “El Nito” forma apocopada de “hermanito” o “manito”, es creación de Mondragón y del poeta Enrique Othón Díaz.

¡Feliz cumpleaños 489 bella ciudad!
¡Regocíjate en Dios, noble Antequera,
De mis abuelos deliciosa cuna!
Porque aún alientas la piedad sincera
Y el patriotismo que a la fe se aduna:
Está en tu limpia gloria, verdadera,
Que te ennoblece más que otra ninguna,
Por ella será eterna tu memoria
En las páginas doctas de la historia.

(Del poeta oaxaqueño Patricio Oliveros)
Verba volant, scripta manent

 


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