Lo que una mexicana viviendo en Italia quiere que sepas del Covid-19
Oaxaca
La Capital Los Municipios
El Imparcial del Istmo El Imparcial de la Costa El Imparcial de la Cuenca
Nacional Internacional Súper Deportivo Especiales Economía Estilo Arte y Cultura En Escena Salud Ecología Ciencia Tecnología Viral Policiaca Opinión

Internacional

Lo que una mexicana viviendo en Italia quiere que sepas del Covid-19

“No hay vida allá afuera, pero tampoco acá adentro”, dice Ana Paula a 18 días de la cuarentena


Lo que una mexicana viviendo en Italia quiere que sepas del Covid-19 | El Imparcial de Oaxaca
Foto: Internet

Por: China Camarena

“Estoy aquí encerrada día y noche (…) dándole vueltas a la decisión que tomé de quedarme en Italia, culpando a mis papás por no haberme presionado en regresar”, narra Ana Paula con frustración, con voz titubeante pero firme en intención. Nadie le dijo que su sueño de estudiar y vivir en el país de las góndolas y los gelatos, se convertiría en una de sus peores pesadillas.

La joven de 23 años, oriunda de la Ciudad de México, llegó a la ciudad de Milán hace ya algunos meses, a estudiar la carrera de Ciencias Políticas; vive con una familia local, compuesta por una pareja y tres hijos pequeños. Hoy, aunque tener con quien convivir en estos días de encierro le reconforta, saber que esas personas no son ni sus padres ni su hermana, le humedece los ojos.

Pese a los intentos del primer ministro de Italia, Giuseppe Conte, de contrarrestar la crisis sanitaria que hoy azota a su país con más fuerza que al resto, el pasado viernes, Italia reportó 627 casos de defunción en un día, lo que posicionó al país europeo como el número uno en muertes ocasionadas por el Covid-19.

Las medidas se han tomado: cuarentena en todo el país, suspensión en pagos de hipotecas, aplazamiento de pago de créditos de pequeñas empresas, permisos laborales para trabajadores que tienen hijos, etc. Y sin embargo, el pánico entre los ciudadanos ha sido directamente proporcional al paso de los días, al incremento de cuerpos en sus cementerios.

Según afirma Ana Paula, desde enero de este año el coronavirus se encontraba ya presente en las distintas conversaciones, pero “lo veíamos como algo lejano, algo que ocurría en Asia y que jamás nos alcanzaría”, cuenta la joven mexicana, quien recuerda cómo ante la aparición de los primeros casos en Italia que llevó al gobierno a cancelar clases por una semana, “nadie lo tomó muy en serio, lo veíamos como vacaciones”.

Sin embargo, fue cuestión de días para que los casos aumentaran y con ello, la gente se percatara no sólo de lo vulnerables que eran a ser contagiados, sino de lo propensos que eran a contagiar. “Hasta ese momento yo seguía haciendo mi vida normal pero recuerdo cómo, poco a poco, vería a más gente con tapabocas y sentándose con más distancia en el metro”, contó Ana Paula.

La joven recuerda bien el momento en que supo que contingencia y emergencia, no rimaban sólo porque sí. “Estaba cenando con unos amigos cuando de pronto, escuché en las noticias que iban a cerrar toda Lombardía, la provincia donde vivo”. Han pasado 18 días desde que Ana Paula cerró la puerta de su casa para no volver a salir.

“Las calles desde mi balcón se ven vacías. De vez en cuando algunos viejitos tercos caminando, pero de ahí afuera no hay un alma” señala la estudiante. Y es que las autoridades italianas han sido claras: quien esté fuera de su casa sin papel que lo justifique (autocertificación, le llaman), ameritará una multa que puede ir desde 200 euros, hasta tres meses de cárcel.

Hoy, los guantes quirúrgicos y los tapabocas son ya parte de la vestimenta obligada de quienes -por osadía o valentía- salen a comprar víveres. El silencio abrumador, solo interrumpido por las sirenas de las patrullas que hacen constante rondines, es el contacto más cercano que Ana Paula y sus co-habitantes, tienen con el exterior.

“Estar encerrada por semanas, sin poder ver a tus amigos y conocidos, es difícil. Me levanto sin energía, viendo los días grises aunque sean soleados”, dice Ana Paula. La frustración de que los días de aislamiento no se vean reflejados en la disminución de casos, señala, es insoportable. “No hay vida allá afuera, pero tampoco acá adentro”.

Cuando las cosas comenzaron a agravarse, Ana Paula, a sabiendas de que es de las pocas afortunadas en tener otro país esperándola, deliberó si lo prudente sería volver con su familia y escapar del inminente destino que se avecinaba, o quedarse en el país que en los últimos meses, había ganado su corazón. “Elegí quedarme en Italia. No quería regresar a México y poner a los míos en riesgo”, dijo la joven con un nudo en la garganta.

Aunque la expansión del virus ha ocasionado estragos psicológicos y emocionales en Ana Paula y sus conocidos, la mexicana cuenta que también ha habido diversas muestras de solidaridad que sin duda, los han amortiguado. “Los balcones están siendo decorados con banderas de Italia y de arcoiris, con el hashtag #TodoEstaráBien. Hay gente en redes sociales ofreciendo clases de idiomas o terapias de manera gratuita, y jóvenes voluntariándose para ir a hacer el súper de los adultos mayores” lo que, según afirma la originaria de México, son pequeños rayos de luz que la han reconfortado. “Es bonito salir al balcón y ver a gente aplaudir, cantar… en fin, ver gente, aunque sea a lo lejos”.

Hoy, la vorágine de sentimientos que inunda a la joven, cruza el Atlántico, pues ve a México en el retrovisor de Italia. Teme que después de vivir en carne propia las repercusiones que esta pandemia trae en materia de salud pública y economía para el país que la padece, y de deterioro psicológico y emocional para sus habitantes, en el país que la vio nacer, crecer y en donde se encuentra toda su familia “aún se conciba como un juego”.

Tanto el gobierno de Conte como el de otros países en Asia, América y Europa, que han visto crecer a velocidad alarmante el número de casos y decesos por el Covid-19, han tomado acciones firmes para proteger la vida de sus habitantes, para reconstruir lo que el virus ha tumbado y evitar que siga arrasando con más.

Sin embargo, el error estuvo en ignorar el grito que China y Corea emitían, en creer que nada de eso los tocaría. Pero si algo se ha demostrado en estas últimas semanas, es que el virus no conoce de nacionalidad, idioma, PIB, o deuda externa.

En esta situación, cada día cuenta, cada minuto es determinante. México no puede darse el lujo de dejar pasar más tiempo antes de reforzar su estructura y hacer que el huracán que se aproxima, sólo nos moje y no nos apague. Somos una población que duplica en número de habitantes a Italia, y que, según datos oficiales, cuenta con la mitad de camas de hospital.

No es momento de entrar en pánico, sino en consciencia. Hay que tener presente lo que nos toca hacer como ciudadanos pero también lo que le toca a quienes nos pidieron -o rogaron- confianza el 1 de julio.

¿El gobierno seguirá poniendo esa responsabilidad exclusivamente en manos de los ciudadanos? ¿Optará por escudarse en imágenes religiosas y evadir su labor? Lo único cierto es que el presidente debe dejar de ver votos en donde hay ciudadanos. Ciudadanos enfermos, agonizando, y sobre todo, con miedo. Es crucial que el ejecutivo deje las formas y se enfoque en gobernar de fondo, de lo contrario, el temor de Ana Paula será legítimo: México rebasará a Italia más pronto que tarde, e irá directo a estrellarse.