Pita Amor y sus decimas soberbias
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Arte y Cultura

Seminario de Cultura Mexicana: Pita Amor y sus decimas soberbias

Pita Amor fue todo un enigma, un profundo arroyo de sentires que navegó por un canal de excéntrica frivolidad


Foto: internet / Pita Amor
Foto: internet / Pita Amor

Pita Amor fue todo un enigma, un profundo arroyo de sentires que navegó por un canal de excéntrica frivolidad, una mujer ególatra, engreída pero genial, una loca como muchos quisiéramos estar, sin duda la loca más cuerda de la que he leído.

Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein, el último fruto del matrimonio Amor, la que más dolores de cabeza dio a su madre Carolina y agotó la paciencia de sus hermanos, sus vecinos, su padre y las monjas que la educaron; con ella, dicen sus biógrafos, llegó el tirano de su familia. Una niña que nació en cuna de oro desfondada y le tocó vivir las consecuencias que la revolución trajo a los antiguos ricos y hacendados, una niña que se construyó a base de ocio y rebeldía, que al llegar a la flor de la juventud decide dejar la vida de privilegios limitados para fugarse con José Madrazo, hombre adinerado que le dio toda clase de comodidades y con quien mantuvo una larga relación a pesar de que este le triplicaba la edad, provocando gran escándalo entre “la gente bien” de la época seguidora de las “buenas conciencias”.

A pesar de ello hizo relación con los grandes intelectuales de la época, amiga de músicos, escritores, toreros, histriones y pintores que la hicieron su musa debido a su belleza. Una mujer amante de las fiestas que en 1946 sorprendió a la sociedad capitalina con la aparición de su primer poemario Yo soy mi casa, el cual fue tan bien recibido que la autoría de aquellos versos fue puesta en duda, pues no creían posible que una mujer que tomaba hasta la madrugada y se coronaba como reina de la noche llegara a su casa y en la soledad escribiera versos tan perfectos; decimas soberbias.

 

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Ella brilló y por décadas venció al mundo- se coronó como la reina- y después el universo la arrolló; la llegada y temprana muerte de su único hijo trajo para ella ganas de apartarse del mundo y con ello llegó la locura, la vejez y el fin de la belleza, sólo quedaba el recuerdo de la musa, así que ella misma tuvo que reescribirse.

Volvió al ente público y se adueñó de la zona rosa, cuando ya no la pintaban ella se autorretrataba, ella velaba por su obra, pero nunca dejó de ser como era, y su frivolidad y egocentrismo la hicieron un personaje temido, patético y poco admirado. Por ello cuando en los 90s le realizaron su excéntrico homenaje en Bellas Artes nadie creía que aquella zarina que exclamaba “Yo soy la reina, porque esta tarde mando yo, después quien quiera…” fuera la misma mujer que repartía bastonazos por doquier.

Siempre estuvo obsesionada con Dios, lo buscó en muchos versos, le imploró muchas citas y no se le concedieron sino hasta aquel lunes 8 de mayo del 2000 en que una neumonía le concedió tan esperado encuentro. Ahora a 23 años del deceso de la autonombrada dueña de la tinta americana, en la zona rosa y las calles que caminaba, no queda ni el aliento de la poeta, el tiempo ha borrado sus pasos, pero su prosa y sus poemas jamás permitirán que se borre su huella, pues como ella dijo en su famosa Letanía de mis defectos, fue frívola, loca, desquiciada, pero a la eternidad ya sentenciada.


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