Voces, ecos y secretos: La invención de Morel
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Voces, ecos y secretos: La invención de Morel

“Una obra de imaginación razonada”


Voces, ecos y secretos: La invención de Morel | El Imparcial de Oaxaca

Hace un lustro me encontré por primera vez con La invención de Morel del escritor argentino Adolfo Bioy Casares, en una edición de bolsillo y bastante austera. Esta semana lo releí debido a que Alfaguara México lo ha incluido en su catálogo y ha publicado una nueva edición, recuperando el prólogo que Jorge Luis Borges escribiera para la obra en 1940, en donde la califica como “una obra de imaginación razonada”.

En la primera mitad del siglo XX, se discutían las cualidades de superioridad entre la novela psicológica y la de aventura, calificando a estas últimas como pueriles. Sin embargo, Borges dice “Algunos escritores (entre los que me place contar a Adolfo Bioy Casares) creen razonable disentir”.

Normalmente las ficciones de índole policial no suelen inventar argumentos, se integran por sucesos misteriosos que terminan por explicarse desde puntos razonables y lo que hace Bioy Casares es presentar un panorama cuya única explicación coherente es la alucinación.

El narrador y protagonista de esta historia es un fugitivo que vive desterrado para huir de su sentencia. La isla a la que llega es un territorio pantanoso que tiene como centro un edificio de 1924 al que llama “el museo”. Al igual que Robinson Crusoe, al estar casi en calidad de náufrago, comienza a anotar en un diario los pormenores de su cotidianidad. Quizá en este esfuerzo humano por dejar testimonio y mantener la cordura.

Al ir familiarizándose con la isla, descubre a un grupo de turistas que llega “al museo” invitados por Morel -un inventor que está probando uno de sus experimentos – y el fugitivo huye a los pantanos por temor a que lo encuentren. Los va reconociendo, aprende sus rutinas y todo parece “normal”, hasta que estas comienzan a repetirse: las mismas acciones, conversaciones, ropas, etc.

Él intenta acercarse, pero nadie nota su presencia, ni siquiera Faustine, de quien él se enamora. Al principio todo parece alucine, luego las cosas se explican con mayor claridad, no obstante, lo único cuerdo es lo irreal con lo que sucede la trama.

Lo que parece una historia fantástica o “un homenaje al cine”, como calificó a su obra el propio Bioy Casares, resulta por convertirse en un singular diálogo entre el desesperado fugitivo y el lector: un diálogo sobre el amor, la identidad personal y la aciaga eternidad.

Ya que al final casi él pronuncia “No estoy muerto, estoy enamorado”, muestra de que la vida, como esta rara historia de amor, resulta ser un entretenimiento frívolo con final atroz, o puede que no, todo dependen de dónde se mire.

@Urieldejesús02


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