Miguel Cabrera, esplendor de la pintura barroca novohispana
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Arte y Cultura

Miguel Cabrera, esplendor de la pintura barroca novohispana

El pintor oaxaqueño fue uno de los artistas más reconocidos de su época, que correspondió al auge del estilo barroco que comprendió el siglo XVII y XVIII


Miguel Cabrera, esplendor de la pintura barroca novohispana | El Imparcial de Oaxaca
Su obra más célebre sería el retrato de Sor Juana Inés de la Cruz (1751), por encargo del arzobispo Manuel José Rubio y Salinas

En el Virreinato de la Nueva España las artes como la arquitectura, la pintura, la escultura y la música fueron parte fundamental de la cotidianidad cultural de esta nación americana, que dejó un legado invaluable para la posteridad, en la construcción de una identidad compleja y heterogénea.

En el campo de las artes plásticas floreció el trabajo del pintor Miguel Cabrera, quién fue uno de los artistas más reconocidos de su época, que correspondió al auge del estilo barroco -importante y compleja manifestación artística importada de Europa- que comprendió el siglo XVII y buena parte del siglo XVIII. Nacido en 1695 en la ciudad de Antequera de Oaxaca (hoy ciudad de Oaxaca), se le atribuye también el haber nacido en San Miguel Tlalixtac, Oaxaca (hoy llamado de Cabrera).

Miguel Mateo Maldonado y Cabrera tuvo en su formación artística al pintor Juan Correa, quién fue otro de los importantes pintores novohispanos del siglo XVIII. Cabrera fue un prolífico artista que trabajó para órdenes religiosas, para el clero secular y la sociedad civil. En la esfera religiosa, en la que se distinguió especialmente su vasta obra, estuvo al servicio del arzobispo de México Manuel José Rubio y Salinas, de quién fue su pintor de cámara. De este religioso realizó un retrato suyo que lo representa con la autoridad y solemnidad propia de su cargo y de su época.

Con la orden de los jesuitas Miguel Cabrera tuvo una muy importante y fructífera relación artística, con la que produjo varias de sus obras más destacadas. Así dejó su obra en diferentes recintos de esta influyente orden, como iglesias, conventos y colegios. Entre algunas de estas obras figuran El Divino Pastor, en donde representó a Jesús con un sombrero, en medio de un paisaje, y coronado por unos querubines, rodeado a sus pies de unas mansas y dulces ovejas. La expresión dulce y serena de Jesús es algo muy distintivo que tuvieron los rostros de sus personajes religiosos, de delicada expresión pictórica. Una obra muy similar lo es La Divina Pastora, ataviada con un sombrero y coronada por querubines, con su fino y expresivo rostro mirando a sus dóciles ovejas. De esta obra se distingue el trabajo armónico de su vestido azul y blanco, que caracterizó a las obras marianas del pintor. Otra obra mariana que resulta descollante lo es La Virgen del Apocalipsis, en la que su imagen resalta en todo su esplendor y divinidad, apareciendo con alas y sosteniendo al niño Jesús, y sobre ella la figura de autoridad de Dios Padre; resalta la belleza del vestido azul en claroscuro, así como todo el colorido de la obra es notable, plenamente barroca.

 

La Divina Pastora, ataviada con un sombrero y coronada por querubines, con su fino y expresivo rostro mirando a sus dóciles ovejas

 

Para los jesuitas pintó también a uno de los santos de la Orden como San Francisco Javier, en el que resalta la expresividad dramática del santo, con una gran calidad plástica de su rostro iluminado, de un realismo humano singular. Los querubines que lo acompañan son de una gracia y calidad plástica única.

De toda su producción la que se resultaría ser su obra más célebre sería el retrato de Sor Juana Inés de la Cruz (1751), por encargo del arzobispo Manuel José Rubio y Salinas. Se trató de un retrato póstumo de la décima musa, quién ya había fallecido (1695). Este es un gran retrato de amplio formato que la dignifica en su esencia intelectual, al aparecer sentada serena en su biblioteca rodeada de voluminosos libros, ataviada con la elegancia de su hábito blanco y negro con su medallón al frente. Una imagen icónica de Sor Juana y el más destacado de los diversos retratos que le hicieran, a pesar de no haber posado en vida la religiosa.

En los inicios de la vida académica novohispana, Cabrera fue nombrado en 1753 director de la primera academia de pintura de México, antecesora de lo que sería la Academia de San Carlos fundada en 1781, en la época de la ilustración. Esto da cuenta de la importancia que tuvo el pintor oaxaqueño al ser reconocido e involucrarse en el naciente ámbito académico novohispano.

Miguel Cabrera dejó este mundo el 16 de mayo de 1768 en la Ciudad de México. Como reconocimiento póstumo una calle del Centro Histórico de la ciudad de Oaxaca lleva su nombre, así como también el municipio de Tlalixtac en esta sureña entidad. Fue brillante su paso y legado pictórico, no sólo dentro de la pintura de estilo barroco, sino de toda la pintura y arte virreinal, y uno de los pintores más destacados que ha dado nuestro país, y que debe ser parte imborrable de nuestra memoria.


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