Entrevistas sin fecha: Alejandro Vázquez Ortiz
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Entrevistas sin fecha: Alejandro Vázquez Ortiz

“La vida es una carrera loca”


Entrevistas sin fecha: Alejandro Vázquez Ortiz | El Imparcial de Oaxaca
Alejandro Vázquez Ortiz (Nuevo León, 1984) se ha dedicado a explorar la velocidad, los autos y la relación hombre-tecnología

Alejandro Vázquez Ortiz (Nuevo León, 1984) pertenece a una nueva generación de escritores mexicanos, que alejado de los cánones tradicionales se ha dedicado a explorar sus propios intereses. La velocidad, los autos y la relación hombre-tecnología son algunos de ellos que han quedado registrados en su obra, acreedora de distinciones como el Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2015.

Recientemente, publicó la novela El corredor o las almas que lleva el diablo (Literatura Random House/2022) donde explora con la lentitud y experiencia literaria escenas de violencia, desesperación, autopistas, aceite quemado, concreto y sangre al adentrar a sus lectores en una veloz carrera de autos “donde cada corredor se juega el todo o la nada y por cada muerto el premio se duplica”, una alegoría quizá exagerada pero no lejana de la propia vida y las exigencias del voraz capitalismo en el que vivimos:

Los autos y el cine van muy de la mano, pero con literatura es muy poco ¿No?

—Sí, hay poca literatura sobre autos. Así como antes existía lo policiaco o estas novelitas rosas para mujeres, también existía este género de puras novelitas sobre carros, duró un tiempo, pero luego ya cuando el cine tocó estos temas, ya se convirtió en pura cuestión audiovisual y casi no se tocó en la literatura.

La novela es sobre autos y carreras ¿Cómo narras la velocidad en la literatura?

—Ese es el juego, desde el inicio es como alentar el tiempo con un tema que sabemos que está pasando rápido. Eso está en el mismo germen de la idea porque la novela se me ocurrió cuando escuchaba una canción de The Dubliners que narra una carrera de caballos; lo interesante es que no se centra en el hecho, sino que describe lo que sucede alrededor y esa idea de narrar la velocidad me parece interesante.

La vida de tus personajes es muy monótona, pero cuando suben al auto cambia radicalmente ¿Crees que manejar un auto dé alguna sensación de libertad o poder?

—Hay algunas prótesis, armadura y expansión de la personalidad en el auto. Un ejemplo muy sencillo es que cuando uno está en la vía pública suele ser muy respetuoso y cuando estás en el automóvil te metes, insultas a los demás y hay una especie de expansión del espacio personal. En la novela este personaje del acerero no puede caminar bien pero el auto es como una prótesis, lo vuelve todopoderoso.

¿Entonces el auto da sensación de poder exacerbado?

—Un poder, pero también una estructura que se padece. Sobre todo, en estas ciudades del norte estamos casi obligados a tener un coche para poder trabajar y vivir, porque el transporte público es deficiente; tenemos que circular con automóvil.

¿En medio de toda esta adrenalina de la carrera, las acciones de tus personajes son por deseo o por impulso?

—Yo siento que algunos personajes tienen sus deseos y genuinas necesidades, pero llega un punto en que eso se vuelve una excusa, estas personas están cegadas y lo único que quieren hacer es ganar la carrera sin importar el costo; evidentemente en la carrera se juegan el todo o la nada, eso tiene que ver con una pulsión de muerte que creo deben de tener los pilotos para dedicarse a lo que se dedican porque ¿Qué necesidad tendría uno de andar circulando a esas velocidades?, creo que las personas normales no podemos entender esa pulsión y adrenalina en la que estos amantes de la velocidad se pierden.

Tú que escribiste a los personajes ¿Por qué sienten esta necesidad de adrenalina?

—No sé, estuve investigando mucho el tema, pienso que lo que buscan es trascender, de escribir esta leyenda de ser el corredor más rápido y lo vemos en gente que ha perdido la vida llevando las cosas al límite. Manejar es una especie de autoconocimiento bizarro, porque el piloto necesita saber cuál es su límite porque pasándolo puede perder el control. Esa fina línea que te separa de ser el mejor corredor o estrellarte en un muro se me hacía de locos.

Es como lo que vivimos drásticamente en la sociedad, donde o eres el mejor o eres nada, ¿no?

—Sí, esta exigencia se parece mucho a todo el desarrollo del capitalismo y del trabajo en que los personajes están sumergidos, en los que necesitas estar todo el tiempo sometido al máximo para poder sobrevivir. Ser el mejor implica este desgaste físico y emocional que deben tener los corredores, necesitan estar casi siempre coqueteando con la muerte para poder dar su mejor nivel. El piloto y el trabajador se unen en esta metáfora de la vida como carrera loca.

La carrera en tu novela al final vuelve a donde empezó ¿Qué queda de tus personajes después de toda esta experiencia?

—La acción regresa, pero ellos no regresan porque sólo uno sobrevive. Los que lo sienten es la familia de estos corredores, yo siento que experimentan una desazón, pues pase lo que pase la estructura va a seguir a pesar de las pequeñas tragedias personales de la gente que es atropellada, de los que chocan que para la estadística son sólo un número, pero los que lo viven desgarran su vida y, sin embargo, los autos van a seguir circulando, la estructura sigue.

¿Y a ti qué sensación te queda después de haber escrito esta novela?

—En lo personal sí fue una experiencia muy fuerte porque la novela fue, en ciertos puntos, muy violenta. Ya no quiero escribir algo así de accidentes, nota roja y demás, que son cosas muy violentas, pero que están ahí y tampoco podemos esconder. Estarlas consultando por una cuestión de investigación te crea una especie de desasosiego. Pero sí es un tema que en la literatura mexicana, sobre todo, no se ha tocado y al ver que está encontrando lectores digo, “creo que hubo algo ahí que acerté”.

@Urieldejesús02


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