No me interesa ser reconocida: Graciela Iturbide
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No me interesa ser reconocida: Graciela Iturbide

Recordar viejas entrevistas es un sinónimo de mirarte al espejo, no al actual, sino al del tiempo; remontarte al pasado y reconocer aquel momento, aquella conversación de la que solo…


No me interesa ser reconocida: Graciela Iturbide | El Imparcial de Oaxaca

Recordar viejas entrevistas es un sinónimo de mirarte al espejo, no al actual, sino al del tiempo; remontarte al pasado y reconocer aquel momento, aquella conversación de la que solo queda el recuerdo de lo dicho. Las viejas entrevistas como todos los reencuentros, pueden suponer un grato momento o una indescriptible sensación de arrepentimiento, de “¿Por qué pregunté eso?”, “Debí haber preguntado lo otro…” e infinidad de lamentaciones que atraviesan en la mente de cualquier entrevistador. 

Pues al final estas resultan como las charlas entre amigos, un reflejo de quienes fuimos y de cómo eran nuestros entrevistados en ese momento. Nuestra Entrevista sin fecha de esta semana corresponde al archivo que he denominado “en el tintero” por ser una charla demasiado pequeña y que había permanecido inédita.

Conocí a Graciela Iturbide en noviembre de 2017, cuando cubría la 37 Feria del Libro de Oaxaca (FILO). En aquel momento comenzaba apenas en el mundo de las entrevistas, realizaba hasta entonces charlas de banquetazo de unos cuantos minutos, con preguntas cerradas y respuestas concretas, sin adentrarnos más que a la imagen externa y profesional de los entrevistados. En el caso de Iturbide yo desconocía su obra y he de confesar que no me preparé para el encuentro, de lo cual hasta ahora me arrepiento, solo me limité a saber que era una fotógrafa reconocida y que ese año era una de las homenajeadas de la FILO. 

Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) comenzó su carrera en la década de los 70, cuando alternando su papel de madre y esposa, decidió estudiar en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM, ahí conoció a Manuel Álvarez Bravo, quien le propuso ser su achichincle, a lo que ella aceptó encantada. Con él comenzaría una amistad que perduraría con los años, pero pronto dejó de ser su asistente y comenzó a caminar sola por el mundo de la fotografía, en donde sin pretenderlo se consagró como una de las fotógrafas mexicanas más importantes de la actualidad. 

Entre sus trabajos más reconocidos se encuentra la colección de fotografías de pescadores nómadas en el desierto de Sonora, que realizó con el pueblo Seri en 1978, de donde se desprende “La mujer ángel”. En 1979 conoce a Francisco Toledo, quien le envía algunas de sus obras para que pueda venderlas y viajar a Juchitán, lugar que quedaría para siempre arraigado en su memoria. En esta región trabajó por intervalos hasta 1988 cuando publicó finalmente una de sus colecciones más famosas Juchitán de las Mujeres (1989) donde aparece “Nuestra señora de las iguanas” que le ha dado la vuelta al mundo.

Entre 1980 y el 2000, Iturbide trabajó en Cuba, Panamá, Alemania, India, Madagascar, Hungría, París y Estados Unidos, por mencionar algunos de los países en donde ha desarrollado un importante número de trabajos. Para ella la fotografía ha sido una forma de mirar al mundo y trabajando siempre al estilo tradicional ha explorado sus intereses visuales, fijando sus fotos en pájaros, plantas, la muerte, las tribus urbanas y demás detalles que dan como resultado final de su característico mirar, una sensación de ausencia y nostalgia. 

La entrevista tuvo lugar en el patio principal del Museo Textil de Oaxaca, el clima era apacible, con un aire que apenas se sentía entre los últimos instantes de la tarde dando bienvenida a la noche, me presentaron a Graciela Iturbide por intercesión de su hijo Manuel Rocha Iturbide. Ella se encontraba sentada atendiendo con una ensayada sonrisa a quienes la saludaban, vestía cómodamente con un vestido color negro y unos tenis; un paliacate color rojo cubría su cabello y coronaba su atuendo con un sombrero crema, una pluma colgante en la oreja derecha, un reloj de correa negra en la muñeca derecha y un brazalete metálico en la mano izquierda, con la que sostenía su bastón y se apoyaba mirando a su alrededor, ajena, como si no fuera ella a quién se le rendía homenaje esa tarde, como si no tuviera en su haber los más importantes premios de la fotografía a nivel mundial: 

¿Cuál es su estado de ánimo en este momento? 

—Feliz –dice mientras mira atenta con sus grandes ojos negros que contrastan con su piel blanca que en ese momento parecía darle un aspecto de frialdad. 

¿Qué significa la fotografía para usted? 

—La fotografía ha sido un medio de haber conocido mejor el mundo y lo que lo rodea.

¿Cómo decide dedicarse a esto? 

—Pues mira, primero estudié cine y cuando estudiaba cine conocí a Manuel Álvarez Bravo, me volví su asistente y ahí practiqué la fotografía. 

¿Qué adversidades ha tenido que a afrontar para llegar a dónde está? 

—No lo sé –responde enfática mientras levanta los hombros– no me importa ser reconocida, no me interesa ser reconocida… te mueres y ya. 

¿Qué se necesita para ser fotógrafo? 

—Pasión –contesta rápidamente mientras asiente con la cabeza y espera la siguiente pregunta.

¿Por qué el Istmo es vital en su fotografía?

—Porque Francisco Toledo me invitó. 

¿Cree que la fotografía ha perdido su valor? 

—No.

¿Los celulares y las nuevas tecnologías afectan a la fotografía? 

—Tampoco, cada quien hace lo que quiere y si es bueno, es bueno y si es malo, es malo. 

¿Qué le dice a la juventud? 

—Que tengan pasión y disciplina.

@UrieldeJesús02